

Ana Rodríguez. En el universo del vino español existen nombres propios, como el de Telmo Rodríguez, un enólogo que destaca porque su manera de hacer las cosas ha marcado la diferencia, llegando incluso a sufrir la burla o el rechazo -quizá la envidia- de un sector al que le daba miedo no seguir la corriente que marcaban otros países ‘punteros’ en el cultivo de la uva.
Rodríguez se crió entre vides, aprendió a amarlas desde su más tierna infancia y ello marcó su vida. Estudió Enología en Burdeos, donde se instaló una temporada para conocer en profundidad la manera de trabajar de las bodegas Prats, Chave y Trévallon. El concepto que descubrió en el valle del Ródano hizo que se planteara las bases del que sería su gran proyecto: la Compañía de Vinos Telmo Rodríguez.
Y es que tras volver del país galo para dirigir las bodegas de su familia (Remelluri), llegó un momento en el que necesitaba romper para crear, para comenzar desde una nueva perspectiva. Y lo hizo en 1994 junto a uno de sus compañeros de estudios, Pablo Eguzkiza, quien siempre ha estado a su lado en estas aventuras empresariales.
Cuando nació la Compañía, tenían claro que ellos no iban a seguir con la línea que había imperado en España en los últimos años de utilizar variedades foráneas. Más bien harían justo lo contrario de lo que estaba de moda por aquel entonces: centrarse en las autóctonas y, además, recuperar viñedos olvidados, es decir, zonas de nuestro país que tradicionalmente se habían dedicado al cultivo de la vid -incluso desde hacía cientos de años- pero que en los últimos tiempos habían sido abandonadas y dejadas a la mano de Dios.


Nadar contra corriente no fue sencillo, pero cuando se hace desde el convencimiento de que es la decisión correcta, el trabajo tiene su frutos. Más de 20 años después, el tiempo le ha dado la razón a Telmo, a aquel ‘loco’ que se dedicó a llevar la contraria a un sector que sólo miraba hacia delante cuando la clave de éxito estaba precisamente en su pasado y su tradición.
Gracias a este empeño, actualmente la Compañía elabora grandes vinos en zonas geográficamente muy distintas, en concreto en Rioja, Ribera del Duero, Toro, Cigales, Rueda, Alicante, Málaga, Valdeorras y Cebreros, procedentes de variedades también muy diversas como Tempranillo, Tinto fino, Tinta de toro, Garnacho, Monastrell, Mencía, Verdejo, Viura y Godello.
Sobre su periplo entre viñedos, nos habla Telmo Rodríguez:
– ¿Cómo un pequeño vasco se metió en el mundo del vino?
– Mis padres compraron en los años 60 la Granja de Nuestra Señora de Remelluri, una propiedad de la Iglesia que había sido un viñedo. Lo recuperaron y aquel gesto lo interiorizamos todos. Era como vivir la Edad Media en La Rioja, algo medieval, y para un niño de un pueblo de frontera fue impactante, así que decidí seguir con ello. Mis padres eran gente culta que entendieron el campo en un momento en que se abandonaba…


– Y cuando tuvo edad se marchó a Francia a estudiar…
– Estudié y trabajé en varias propiedades en Francia porque me interesaba trabajar con viticultores, con personas que cultivaban la tierra de manera directa y hacían su propio vino.
– ¿Por qué dejó el viñedo familiar?
– Remelluri era la empresa de mi familia, pero a mí me hacía ilusión la idea de, en un país en el que habíamos olvidado los grandes viñedos, recuperar zonas que se habían perdido, por ello y para ello monté mi compañía a principios de los 90. El proyecto se centra en el noroeste de España, pero también alcanza otras zonas, como Málaga, donde hacemos un vino moscatel, el Mountain de la Axarquía. En esta zona de Málaga tradicionalmente se asentaba el viñedo más importante de Andalucía, pero se había perdido. Nosotros fuimos a la Axarquía a recuperarlo.
– Creo que estuvo a punto de marcharse a Australia antes de poner en marcha la Compañía de Vinos…
– Ése fue Pablo Eguzkiza. Él y yo nos conocimos en Burdeos en los años 80. A mí me gusta el Viejo Mundo, miro más al pasado que al futuro. Creo que tenemos que aprender mucho del pasado. Por eso me gustan más países como Francia, Italia, Alemania… me resultan más interesantes. Australia me gusta para surfear, soy de vino y agua, aunque voy más a la zona del Atlántico y a veces a Cádiz.
– ¿Qué pasos dan para recuperar viñedos olvidados?
– Es un trabajo basado en la historia y la historia está en los libros. Leer es importante y hemos tenido que leer mucho sobre viñedos que siempre existieron: desde los romanos, en la Edad Media, en el siglo XVII… no íbamos dando palos de ciego, íbamos donde hubo una tradición y a veces nos encontrábamos que, en pocos años, parecía que se había olvidado. Al final la clave es profundizar, ser sensible a lo que hubo y respetarlo. No imponer, sino recuperar y entender.


– La figura del viticultor es otro de los conceptos que han trabajado mucho…
– En cada lugar donde hacemos vino tenemos gente de la zona, viticultores, personas de las que tenemos mucho que aprender porque saben muchas cosas. Por ejemplo, en Málaga se encuentra Pepe Ávila, que tiene setenta y tantos años; en otra zona está Valentín, que era agricultor y al que ahora le ha vuelto la memoria del viñedo y en Cebreros, en la Sierra de Gredos, un señor con más de 80 años con el que estamos grabando un documental, porque él ha vivido 70 años de la viña y conocido los cambios de España en este sector, de lo medieval a lo moderno.
España no ha sabido valorar ni la artesanía ni el oficio. La gente ha querido pegar el pelotazo con otras cosas cuando éste siempre ha sido un país agrícola, pero aquí el agricultor jamás ha tenido prestigio, no ocurre como en otros países como Italia o Francia en los que sí se valora esta figura. Es una de las grandes injusticias de este país. Tenemos que volver a eso, respetar el mundo que hemos despreciado, porque el campo y este oficio son importantes. Deberíamos de arrepentirnos de semejante desastre que nos ha llevado a que ahora no haya gente con talento administrando el campo.
– ¿Cómo han llevado a cabo la recuperación de variedades autóctonas?
– Hace años empezaron a plantar en España variedades de merlot, cabernet, châteauneuf… ¡otro sacrilegio! Nosotros nos rebelamos ante este movimiento. Nuestras variedades son autóctonas porque pensamos que tenemos que enseñar España con nuestros argumentos, con nuestras variedades y gustos, igual que nuestra cocina la hacemos con nuestros productos. Somos un país de variedad, ecosistema y producto, trabajamos con lo nuestro, no con variedades de fuera.


– ¿Para usted es importante la I+D en el mundo del vino?
– Somos un país interesante, con gran potencial, pero tenemos la idea de que avanzar es investigar hacia adelante. El mundo del vino está ligado a la tradición y al gesto. Mi gran avance ha sido volver al gesto. Estudié Enología en Burdeos, y sé que los grandes vinos del mundo están basados en un trabajo básico, no hay I+D. El I+D es trabajar bien lo que se ha hecho en los últimos 500 años. Nuestros mejores vinos se hacen igual que hace 100 años. La bodega más interesante que tengo es una del siglo XVII en la que seguimos trabajando como lo hacían en el siglo XVII.
– ¿Cuál es, según usted, la esencia de un buen vino?
– Un buen vino explica un sitio y el talento del vino. Los vinos son como las personas, si tienen talento son excepcionales. Y los buenos vinos te hablan de un sitio interesante, un sitio que puedes ver asomándote al interior de la botella.
– Finalmente, ¿tiene algún nuevo proyecto en perspectiva?
– Tenemos mucho trabajo por delante, pero especialmente recuperar Rioja, porque no se conoce o se conoce mal. Se ha convertido en una zona de vino barato, y en este sentido mi gran apuesta es cubrir Rioja de sitios de talento.
Muchas gracias