‘Animales nocturnos’, una película intensa que genera angustia y fascinación a partes iguales

Frame de 'Animales nocturnos'.
Frame de ‘Animales nocturnos’.

Carlos Fernández / @karlos686. “Esta es mi opinión hoy y en este momento de mi vida”. Tom Ford, figura importante en el mundo de la moda, dirigió su ópera prima en 2009 (Un hombre soltero) y esta película, algo imperfecta, dejaba de por sí una, desde luego, extravagante visión de la realidad a través del concepto de la imagen aplicado a los recuerdos como arma arrojadiza a la tragedia de los personajes.

Animales nocturnos, ganadora del gran premio del jurado en el pasado Festival de Venecia, repite parcialmente la temática de un director que expone los recuerdos de sus propios personajes con un desorden que necesita de la introspección mental para atar cabos misteriosos, fascinantes y corrosivos.

En este caso, estamos ante Susan Morrow (Amy Adams), una mujer que tras abandonar a su primer marido, un escritor fracasado, vive ahora con un médico. De la noche a la mañana, recibe un paquete con una nota de su ex marido pidiéndole que lea su primera novela, titulada Animales nocturnos, y dedicada a ella. Susan lee la novela y queda absorbida por una narración, en palabras del propio personaje: “triste y violenta”; y es ahí cuando empieza a rememorar el pasado con su exmarido a la vez que se sumerge en esa inquietante y corrosiva literatura escrita de manera fascinante.

Todo esto divide a la película en tres espacios muy marcados: la realidad presente, la ficción novelada y los recuerdos pasados. Es entonces cuando Susan empieza a plantearse si se ha convertido en lo que nunca quiso: una burguesa arrogante, tan podrida de riqueza como de culpa. La riqueza absurda, la vacuidad y la falsedad de Susan la llevan a un estado depresivo en el que los fantasmas del pasado aparecerán a través de una ficción que, como he dicho, escribió su ex marido, reflexionando así sobre cómo la cultura popular o una narración en profundidad puede llevarnos a una identificación terrorífica en la que parece que el relato va dirigido al lector (en este caso, literalmente, es así).

La película circula en el camino del melodrama romántico y el thriller y en el de una estética corrosiva y fascinante (recordando especialmente a David Lynch o a Alfred Hitchcock) en una combinación narrativa de suspense y culpabilidad hipnótica, misteriosa y laberíntica. Acechada por críticas a la sociedad de consumo, el falso arte y a las deudas generacionales que van implícitas en el carácter. Por supuesto, todo esto narrado con una estética deslumbrante y una banda sonora que recuerda a Bernard Herrmann.

Animales nocturnos se convierte así en una intensa película en la que la suciedad de los personajes llega a las butacas generando angustia y fascinación a partes iguales.

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