Patricia Rodríguez González. El otro día me invitaron a asistir a la reunión semanal de la Comisión “Diálogo, Verdad y Reconciliación” en Duékoué (Costa de Marfil). Un regalo que me ha ayudado a seguir aprendiendo y reflexionando sobre las causas y consecuencias de los conflictos.
Cuando finaliza un conflicto armado, son muchos los frentes abiertos para la recuperación de un país: la restauración de la seguridad, la reactivación de la economía, la construcción de infraestructuras, la recuperación de los daños materiales, físicos y psicológicos… Pero, si pensamos a largo plazo, el mayor desafío que se plantea para reconstruir una sociedad en todas sus dimensiones, es el restablecimiento o la creación de confianza.
“El rencor sigue existiendo pero muchas personas no quieren repetir lo que han pasado”, me dice un misionero salesiano en Costa de Marfil. Es fácil el retorno temporal a una coexistencia pacífica. Lo complicado es dejar de percibir a los que te rodean como una amenaza. El dolor es un importante aliciente para tratar de evitar nuevos episodios de violencia, aunque no es suficiente. Una paz social duradera sólo es posible con el perdón.
En esta labor, el papel de los mediadores y de la justicia es esencial. Son los que deben encontrar el equilibrio entre lo que significa la conciliación, sin caer en la impunidad, y ayudar a buscar soluciones satisfactorias para todas las partes. Pero también son necesarias unas instituciones con cierta fortaleza y legitimidad, capaces de poner de relieve y sin temor los problemas que originaron el conflicto y tomar decisiones al respecto percibidas como ecuánimes por la mayoría de sus ciudadanos.
“La gente produce lo que necesita para sobrevivir, no tiene alicientes para pensar en el futuro”, fue la respuesta que obtuve en Sierra Leona hace unos años al preguntar sobre las actividades económicas en Lungi. Una coyuntura crítica, como la de un conflicto armado, también ofrece sus oportunidades si las instituciones que dirigen un país deciden aprovecharlas en beneficio de sus ciudadanos y no en beneficio propio.
Para que un país progrese sus instituciones deben ser o transformarse en inclusivas. Tienen que ofrecer las garantías suficientes para que las personas se sientan libres para emprender y desarrollar sus ideas con la seguridad de que nadie les va a quitar o mermar de una forma ilícita lo conseguido.
Es un error pensar que la confianza se puede generar con propaganda, pues no se trata de una percepción, sino de una seguridad real y tangible que ofrece la experiencia personal.
El ingrediente principal para dejar atrás el temor e iniciar el camino de la recuperación, el desarrollo y el bienestar con ilusión y esperanza, consiste en poner en valor y proteger tanto la vida como el esfuerzo individual y colectivo, dentro de un marco adecuado integrador e igual para todos.
1 comentario en «En clave de confianza»
Enhorabuena Patricia! magnífico artículo que ojalá leyeran muchos políticos, mentes pensantes, mediadores o buscadores de la paz y la justicia.
Nada tengo que añadir, tu palabra de experta en Cooperación es algo para tener en cuenta, reflexionar.. y .. pasar a la acción.
Muy orgullosa de ti
Bea