‘Hasta el último hombre’

Escena de 'Hasta el último hombre'.
Escena de ‘Hasta el último hombre’.

Carlos Fernández / @karlos686. “Esta es mi opinión hoy y en este momento de mi vida”. Mel Gibson es un artista en toda regla. La dirección de Hasta el último hombre revela no solo un trabajo muy bien hecho, auténtico y ambicioso sino una meticulosa combinación de gore y pacifismo que se equilibran a la misma altura generando una obra contra cualquier acto bélico en el que el espectador es el primero en pringarse de sangre, vísceras y cenizas (tan rápido como lo hacen los soldados de Hacsksaw).

Gibson no se posiciona en un bando u otro (eso tan molesto que hacen las películas bélicas de diferenciar entre el blanco o negro, dependiendo de la nacionalidad del autor de turno), véase lo horrible que es una película como El francotirador de Clint Eastwood justificando la guerra… Gibson hace una película pacifista y contra la guerra poniendo como protagonista de ese infierno bélico no a un soldado sino a un médico. Mientras todos quitaban vidas, el soldado Desmond Doss (un prometedor Andrew Garfield) se encargaba de salvarlas.

Narra la historia de un soldado que fue al frente sin coger una sola arma, ya que no creía en el asesinato de ninguna de las formas, con la intención de salvar vidas. Gibson pone así en foco una historia, que además es real, de un hombre que marcó la diferencia en medio del horror, de un hombre que parecía más de lo que era. No, no es la típica americanada bélica de turno, es una película que no entra en debates políticos sino en el corazón de la guerra (empapando de sesos al espectador sin piedad durante casi una hora de película) y en el corazón de un hombre que hizo lo más difícil: ser quien era en vez de una oveja de rebaño. Un hombre humilde, fuerte, bueno, sin ideas políticas. Eso da igual. Lo que Gibson nos dice en esta película: “Toda guerra es gore, si estás viendo una película bélica cómodamente en tu sofá probablemente no estés viendo una buena película”. La moralidad del personaje seduce, atrapa y sorprende (un Andrew Garfield que lleva en peso toda la película).

Mel Gibson, de capa caída en la interpretación, ya demostró su talento como director hace diez años en Apocalipto (probablemente mi película de acción favorita en lo que va de siglo), dos años antes dirigió La pasión de Cristo (pocas películas han unido tanto la sangre y la poesía como ésta ¡además de que no es una película solo para cristianos!) y años antes dirigió Braveheart (película de aventuras con la que se alzó con el Oscar a la mejor dirección y a la mejor película).

Sin duda, Gibson es un director que no falla, da siempre en la diana, se reinventa y no usa la violencia de una forma gratuita en sus películas. Cada gota de sangre, cada seso esparcido, cada pierna amputada… todo va dirigido a hacer algo más allá de repudiarnos: trasladarnos al infierno para mostrarnos un foco de luz y esperanza en medio de la tragedia. Absolutamente necesaria de visionar.

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