Francisco J. Martínez-López. España resiste, así ha sido siempre, y así será. España seguirá en el lugar que le ha puesto la historia, a pesar de los atentados democráticos y la sinrazón que ha sufrido a la largo del tiempo. Pero no lo ha hecho sin la implicación de muchos españoles, que se han levantado en los momentos importantes para decir: basta, así no. Debemos seguir haciéndolo. España es un ejemplo para el mundo en mucho de lo que se viene a llamar progreso social; a quien no lo crea, le invito a que se dé una vuelta por algunos de los países más desarrollados del primer mundo, EE.UU. en concreto, y establezca comparaciones. Pero en los últimos años, desde la última crisis, el escepticismo social ha condicionado tanto nuestro país como los de nuestro entorno. El proyecto europeo pasa por un momento crítico; necesita reforzarse desde el convencimiento de que una Europa unida es buena para todos. Los populismos de izquierda y derecha, no obstante, se esmeran en distraer la visión del ciudadano en ésta y otras cosas. Cuando la gente lo pasa mal, y éste es el caldo de cultivo de los populismos europeos de extrema izquierda y derecha –insisto, me es indiferente la orientación política, pues ambos coinciden en lo radical y absurdo de sus postulados–, compran muchas de las soflamas demagógicas y radicales. Si en nuestro país hubiera un nivel de desempleo residual, el mapa político no tendría la configuración actual, ni los movimientos separatistas, y añadiría en algunos casos antisistema, habrían alcanzado el fanatismo y la estulticia actuales. Hace tiempo, muchos meses, tanto como llevamos de elecciones generales, dediqué una columna a especular sobre las motivaciones que podía haber detrás de los partidos. Lamentablemente, me equivoqué poco. El paso de los meses, y nuevas elecciones, ha cambiado poco las cuestiones de fondo que apuntaba; ha seguido vigente en muchos de sus puntos.
Celebro que ya, por fin, vayamos a tener un gobierno; al menos eso parece, después de la resolución reciente del Comité Federal del PSOE; los noticiarios y prensa internacional se hacen eco de ello y lo valoran positivamente. No celebro tanto, en cambio, que vayamos a tener un gobierno del PP, en concreto liderado por Mariano Rajoy, un político que, si hubiera nacido en otro país, como Alemania, Reino Unido, Francia, o EE.UU., por ejemplo, con distintos códigos morales a los de los países latinos –en Italia, poco habría cambiado la cosa–, ya habría dimitido hace mucho tiempo por toda la corrupción destapada en su partido. Pero me tranquiliza saber que el gobierno de España no va a estar, de una u otra forma, bajo el radio de acción de un partido no comprometido completamente con el Estado de Derecho y el orden constitucional. He estado preocupado, debo reconocerlo, y sigo estándolo. El populismo ha alcanzado unas cotas peligrosas en nuestro país; me refiero a Podemos, por supuesto. No puedo respetar a un partido que “hace política” con la irresponsabilidad que demuestra en algunas ocasiones, y podríamos poner muchos ejemplos. El más reciente, el acto de insubordinación lamentable en el Congreso de los Diputados, el templo de la democracia de nuestro país. ¿Qué mensaje está enviando Iglesias y sus adeptos a sus votantes, muchos de ellos postadolescentes y aún por enterarse de qué va la vida? Desde luego, no es un comportamiento ejemplar, aunque no vamos a sorprendernos ahora por los “sketch” que se monta Iglesias dentro (o fuera) del Congreso.
El PSOE de Sánchez ha coqueteado demasiado tiempo con ellos y sus ideas, y lo hizo incluso antes de que llegara el propio Sánchez a la Secretaría General del partido y Podemos a la palestra, con la idea del derecho a decidir y demás incoherencias, respecto del PSOE, defendidas por el Partido Socialista Catalán (PSC); quizá haya llegado el momento de soltar al PSC y abrir una sede del PSOE en Cataluña que se mantenga apartada de todo lo que huela a derecho a decidir; para los escaños que han conseguido en las últimas elecciones nacionales, ocho, creo recordar, tampoco se perdería tanto; pero sí se ganaría mucho, porque los votantes socialistas de otros puntos del país no tendrían que procesar las incongruencias en que entra el PSOE cuando tiene que digerir los devaneos nacionalistas del PSC. Aunque haya dimitido, Sánchez todavía sigue obsesionado con la vuelta; parece que eso de oler la posibilidad de la presidencia del gobierno en el primer discurso de investidura le dejó trastocado, casi como al Papa Luna en el S. XIV. Pero éste al menos salió elegido Papa; Sánchez no, principalmente por la oposición del partido de Iglesias, su compañero de paseos por los aledaños del Congreso; la sola abstención habría sido suficiente, pero no lo hicieron. Parece, sin embargo, que esta afrenta no se la guardó Sánchez, que siguió creyendo en la unión de los partidos de izquierdas hasta hace poco; y en el beneplácito de algunos más independentistas, o no le habrían salido las cuentas.
Los últimos meses del PSOE han sido desesperantes. Sánchez y los suyos, porque les ha convenido y conviene, apelan a la militancia para estas decisiones importantes. Si fuese mantener el no, en lugar de la abstención a Rajoy, en el contexto actual y después de lo que llevamos, el sentir mayoritario de la militancia, apañados iríamos con la militancia del PSOE; nunca ha sido la militancia quien ha puesto o quitado a los gobiernos socialistas; el pueblo español es más sabio que los militantes de los partidos; por otro lado, yo militaba románticamente en el partido, sin participación activa, y decidí salirme, hace tiempo, y escribí además una columna sobre ello; así que no enarbolen algunos con tanta miopía eso de la militancia. Alivia, en ese caso, que se haya impuesto la sensatez a las pasiones en el Comité Federal del partido. La evolución de los últimos meses del PSOE ha sido estratégicamente errónea, fruto sobre todo de un mal liderazgo, el de Sánchez, sin ser capaz de ver más allá de la anhelada presidencia. La opción inteligente, tanto para el PSOE como para el país, habría sido otra, en concreto tras las segundas elecciones; la historia lo habría juzgado mejor en ese caso; no sé si su partido, pero los líderes de verdad no demuestran una visión tan miope; a Felipe González pareció importarle mucho menos su futuro en el PSOE cuando dimitió de la Secretaría General al creer que el partido debía renunciar a las tesis marxistas; el país debe más a ése hecho histórico de lo que pueda pensarse. Sánchez debería haber comprendido que la opción de gobernar era inviable, si se quería un gobierno comprometido con el marco constitucional, y tendría que haber promovido la negociación con el PP para permitir una investidura; la posición de fuerza habría sido tal que incluso habrían podido conseguir la cabeza de Rajoy, amén de otras muchas medidas, como ha hecho Ciudadanos, en mi opinión los más ejemplares durante todo este proceso. Pero eso ahora ya no se puede hacer; su fractura actual y la escasez de tiempo no permiten defender nada de esto ante el PP. Seguirán teniendo, sin embargo, los votos para negociar muchas medidas durante la legislatura. Entretanto, espero, por el bien de todos, que se recompongan y regeneren el liderazgo; falta les hace, y de ello se beneficiará el PSOE y el país. El Partido Socialista ha tardado tiempo en comprender que su enemigo es Podemos, que no cesa, con Iglesias a la cabeza, de ponerles trampas para seguir comiéndoles terreno. El PSOE necesita un debate profundo del que salgan los pilares de la socialdemocracia española del siglo XXI; también necesita un liderazgo nuevo y creíble; posiblemente, el nuevo líder socialista que gane elecciones y se convierta en presidente del gobierno esté por llegar; desde luego, no veo esos destellos de estadista en la figura de Susana Díaz, aunque, visto lo visto, mejor ésta u otro de sus tesis que un Sánchez o allegado.
Mientras, la tormenta sigue y España resiste. Siempre lo ha hecho. Veremos mejores tiempos, antes cuanto menos pasiva sea nuestra posición de espera.