Alberto de la Fuente Ceballos. Últimamente he tenido la oportunidad de discutir de temas de actualidad -ya saben, política, economía…- con personas que considero tremendamente inteligentes, pero a las que, teniendo más veteranía que mis 27 años, les ha tocado vivir en un mundo absolutamente distinto al mío. España, afortunadamente, ha cambiado radicalmente en las últimas décadas, y eso afecta, como es natural y está pasando en todos los países del mundo, al carácter y valores de su gente. He conocido a varias personas a los que les gusta estar en contacto con la gente joven, literalmente, para “entender cómo pensamos”. Esta columna intentará arrojar cierta luz sobre nuestra manera de ver la situación, junto con algún diagnóstico de la situación actual, y posibles soluciones a la misma. Como bien saben, en este país todos tenemos el potencial de ser seleccionador nacional.
El salto generacional comentado es esencial para intentar entender el clima político que se respira desde aquellas importantísimas elecciones europeas de 2014, donde el antiguo sistema de partidos comenzó a colapsar. La situación requerirá diálogo y cintura política (perdón por el topicazo), y esto incluye, entre otras cosas, diálogo intergeneracional.
Los jóvenes hemos estado tradicionalmente infrarrepresentados a nivel político y mediático por una serie de razones, que van desde la comprensible falta de experiencia, hasta nuestra carencia de proactividad a la hora de debatir, escribir y participar políticamente en un mundo muchas veces considerado “de adultos”. Esto no es en absoluto exclusivo a España, y ha generado, indirectamente, desequilibrios recurrentes en contra de los jóvenes en todas las democracias occidentales. En nuestro país podemos destacar la elevadísima tasa de paro juvenil, en parte consecuencia de la dualidad laboral. Pero esto da para un artículo entero por sí mismo.
Como muchos de mi generación de españoles, es probable que me toque abandonar el país buscando nuevas oportunidades laborales. A diferencia de otros, no lo veo como algo negativo; todo lo contrario. Ayudará a nuestra generación a abrir la mente y -si vuelven, esperemos- mejorará a largo plazo el nivel de capital humano de nuestro país. Pero debemos recordar las causas a las que se debe, y no olvidar que mucha gente, tras recibir una educación (pagada, por cierto, con nuestros impuestos), no les queda otra que irse. No lo olviden cuando ciertas opciones populistas, que se alimentan del descontento, dan la sorpresa con sus resultados electorales.
En este artículo trataré dos temas: Los pactos que nos vienen, y el término idiota. No se preocupen, están relacionados. Ustedes sigan leyendo.
Pactos. En el momento de escribir este artículo, el pacto de investidura de Pedro Sánchez, firmado por PSOE-Ciudadanos había sido rechazado por el Congreso de los Diputados en primera y segunda votación, y el Rey había dicho que no nombraría a un nuevo candidato, hasta que tuviera los apoyos necesarios. Parece, a día de hoy y con las líneas rojas de ciertas formaciones, que estamos abocados a elecciones. A todo esto se suma la división interna de Podemos, y los siempre presentes ruidos de sable en el PSOE.
Si algo me ha llamado la atención al hablar con la gente que les comentaba antes (gente de un nivel educativo alto, en general moderada, y de una generación más que yo), era el concepto de que los partidos “se estaban vendiendo” por no cumplir sus promesas electorales a nivel de programa.
Permítanme decirles una cosa: la naturaleza de los pactos es, precisamente, llegar a puntos comunes, y ceder en partes del programa para conseguir algo mejor. El pacto que han elaborado conjuntamente PSOE y Ciudadanos dista de ser perfecto; pero al menos están intentando acercar posturas.
Es curioso cómo dos partidos tan diametralmente opuestos parecen haberse aliado en su comportamiento de partidos “antiguos” (PP y Podemos), imponiendo líneas rojas innegociables, mientras que los otros dos representan las nuevas formas que, inevitablemente, deberán reinar en la futura situación política del país.
Un argumento esgrimido por el PP, y con el que mucha gente coincide, es que debe gobernar la lista más votada, y que por tanto no tendría sentido que el PP se abstuviese para que gobernase Sánchez.
Respecto a esto, debemos entender que un sistema parlamentario requiere hablar con otras fuerzas e intentar buscar apoyos, cosa que el PP ni siquiera ha intentado. Peor aún: la reacción de Mariano Rajoy ante la propuesta de formación de gobierno del Rey (rechazar su propuesta es algo inaudito) se podría haber esperado de Pablo Iglesias: tacticista, ignorando las convenciones constitucionales y en los límites de la burla a las instituciones públicas. No habría extrañado de Iglesias; pero sí del actual Presidente del Gobierno en funciones. Coincido con el señor Rivera en que ese hecho lo descalifica de cara a continuar en su cargo como futuro Presidente. El PP haría bien, tanto por decencia como por mero cálculo electoral, en deshacerse de Rajoy. A nadie se le escapa que si le sustituyeran con, ya no un candidato solvente y moderado, sino un militante aleatorio del partido sacado por sorteo, el Partido Popular ganaría 10 puntos inmediatamente, poniendo a Ciudadanos contra las cuerdas en el proceso. Quizás de ahí las críticas de Rivera a Rajoy que, siendo duras, si se fijan no llegan a hacer mucho énfasis en su dimisión inmediata.
Idiota. No hace falta ir a la RAE para saber el significado de la palabra idiota en el español moderno. Pero siempre me ha parecido muy interesante su origen etimológico, mucho más desconocido. Consultando (esta vez sí) en la RAE, vemos que viene, a través del latín, del griego idiotes. Este término se utilizaba para denominar a los ciudadanos que no se interesaban por los asuntos públicos, pese a tener derecho a hacerlo (recordemos que eran tan solo una pequeña parte de la población de las polis griegas la que tenían derechos políticos, pues se excluían a esclavos, mujeres y extranjeros).
En las democracias actuales, la mayoría de la población ha limitado su participación política a votar cada cuatro años, en muchas ocasiones al “menos malo”, sin ningún tipo de ilusión y con escaso control de los políticos a lo largo de la legislatura.
Pese a que la participación electoral en España está en línea con la de las democracias de nuestro entorno, ha sido la falta de exigencia pública, a través de la sociedad civil y del voto, la que ha permitido las tropelías cometidas por nuestros gobernantes. Hemos sido, en el sentido griego del término (y quizá también en el castellano), idiotes.
Soy optimista. Independientemente de quién acabe en la Moncloa, soplan vientos de cambio, muy probablemente para mejor. Pero si queremos que dichos cambios cristalicen y nuestra democracia eleve su calidad, esto deberá pasar por un esfuerzo extra por nuestra parte, participando en partidos políticos, asociaciones de la sociedad civil, y por medio de presión directa, no a través de escraches o amenazas, sino de cartas a nuestros legítimos representantes, y de un voto crítico y razonado.
El país puede y va a mejorar, pero requerirá esfuerzo. No seamos idiotes.