
C.N. El parque de «El Capricho», situado en el distrito de Barajas y con una extensión de 14 hectáreas, es el único jardín del romanticismo que se conserva en Madrid. Muestras de ello son el laberinto de arbustos, los edificios, como el palacete, la pequeña ermita, o el hermoso salón de baile, además de los riachuelos que lo recorren y estanques, donde se pueden encontrar cisnes y patos.
Su construcción se debe a los deseos de la duquesa de Osuna por tener una villa de recreo donde alejarse de la Corte y reposar de los deberes y compromisos propios de su posición. María Josefa de la Soledad Alonso Pimentel era una de las mujeres más inteligentes de la época, mecenas de artistas, toreros e intelectuales. Su marido, Pedro Alcántara, IX Duque de Osuna, era un enamorado de la literatura y de la música, fue miembro de la Real Academia de la Lengua Española y poseedor de una orquesta particular.
La construcción de este jardín, uno de los ejemplares más sobresalientes y singulares de jardín paisajístico español, duró 52 años. Se desarrolló entre 1787 y 1839. En ella estuvieron implicados diferentes jardineros de las casas reales española y francesa, como Jean Baptiste Mulot, quien venía de trabajar en Versalles.


La duquesa ordenó construir estanques, que conectaban el canal principal que recorre el parque con el salón de baile, que es donde se llevaban a cabo las fiestas que daba. Este edificio se levanta sobre un pequeño manantial, del que se surtía de agua el resto del parque. Además, hizo plantar miles de ejemplares por todo el lugar de su flor favorita, la lila.
En la invasión francesa de 1808 el recinto pasa a ser propiedad del general francés Agustín Belliard, quien parece ser que utilizó las instalaciones para sus tropas. Posteriormente, tras la retirada del ejército francés, el lugar volvió a manos de la duquesa, quien llevó a cabo una reforma del mismo.
En 1834, tras la muerte de la duquesa, su primer nieto heredó el ducado de Osuna y con él «El Capricho». Sin embargo, cuando éste muere, el ducado de Osuna pasó a manos de su hermano, con quien llegaría el primer declive. Gran derrochador, perdió toda la fortuna familiar, por lo que, a su muerte, la finca hubo de ser subastada para liquidar sus deudas. Pasó entonces a manos de la familia Baüer que, a pesar de que mantuvieron el paraje en un aceptable estado de conservación, su decadencia ya no tenía marcha atrás y, poco a poco, fueron vendiéndose sus pertenencias.


Durante la Guerra Civil, lo que había sido un lugar de recreo se convirtió en Cuartel General del Ejército del Centro, de cuya época queda un entramado de búnkers que recorre el jardín. Finalizada la guerra, la finca pasó por manos de varias inmobiliarias hasta que en 1974 el Ayuntamiento de Madrid comprase el parque y varios años después comenzase su restauración. Tras varios periodos de abandono, fue recuperado en 1999.
El jardín ha recibido diferentes reconocimientos: en 1934, se le declara Jardín Histórico; en 1943, Jardín Artístico; y en 1985, Bien de Interés Cultural. En 2001, después de su recuperación tras décadas de abandono, obtuvo el diploma Europa Nostra. El recinto está siendo estudiado para acometer reformas y recuperación que permitan visitar y contemplar más zonas de este hermoso y curioso lugar.
Son tres tipos de jardines diferentes los que se pueden ver en «El Capricho». El parterre o jardín francés, con su característica uniformidad en los setos y árboles, situado delante de la fachada posterior del palacio. El giardino italiano, con su combinación de setos y árboles creciendo de tal modo que protegen del sol en verano y aprovechan el calor en invierno, se sitúa al sur del palacio, en un espacio no visitable ubicado en la parte más antigua de los jardines y a un nivel de menor altura del terreno.


Por último, el jardín paisajista inglés, que es el que abarca una mayor extensión de terreno al estar presente en todo el resto del parque.
Con el fin de cuidar la limpieza y la conservación del parque, la afluencia de público está limitada a unas 1.000 personas por día. Desde el año 2005 se vienen celebrando en la temporada primavera-verano-otoño, los fines de semana, conciertos, teatro, danza…etc., en lo que se llama las «Tardes de Capricho».
Por su parte, el palacio -del que sólo se conservan las paredes- tiene tres plantas, rematadas por cuatro torreones. En el interior de la construcción, que hoy depende del ministerio de Cultura, se distribuían las dependencias del servicio pero también un majestuoso salón de baile, comedores, una biblioteca que llegó a contar con 6.000 volúmenes, y las alcobas y gabinetes de los miembros de la familia.
Los caprichos de una duquesa. Al margen de los jardines, la finca cuenta con una serie de edificaciones de carácter efímero y singular que convirtieron al paraje en una especie de parque temático. Así, durante su recorrido, se puede contemplar una ría «serpentine», con lago e isla; el embarcadero o «casa de cañas»; el templete de Baco; la «casa de la vieja», que recuerda el modo de vida de las clases más populares; el fortín, para el divertimento y juego de niños y mayores; la ermita, de aspecto ruinoso y en la que habitó un ermitaño que sorprendía a quienes se perdiesen por el paisaje, o el «abejero», un sorprendente pabellón hecho sólo para contemplar la actividad de las abejas.


El palacete, delicada obra de Antonio y Martín López Aguado, albergó en su día numerosos cuadros de Goya. En su planta superior y en la terraza se celebraban majestuosas fiestas que concedían a los anfitriones parte del prestigio que ostentaban en la época.
Hace unos días, el Ayuntamiento de Madrid celebró el acto de presentación de la réplica de la Venus de la Alameda y de la Exedra, dos conjuntos escultóricos que han sido repuestos al Jardín. La Exedra es una obra de concepción clásico-romántica que se erigió como monumento conmemorativo dedicado a la Duquesa de Osuna por su nieto y sucesor. Se trata de un conjunto presidido por el Busto en bronce de la Duquesa de Osuna, atribuido al escultor de cámara y académico José de Tomás, y dos grupos mitológicos de mármol blanco, Hércules y Ónfale, y Baco con sátiro.
La Venus de la Alameda, esculpida por Juan Adán, una de las obras más representativas y de mayor calidad de la escultura neoclásica española de finales del siglo XVIII, que preside, como lo hizo originalmente, el abejero, uno de los edificios singulares del Jardín.

