Juan C. León Brázquez. Es el año de Juan Ramón, pero 2017 también se destapa como el año de Zenobia Campruby, la mujer que compartió con el poeta 40 años de una intensa vida. Llama la atención conocer cómo Zenobia cuidó también la alimentación del delicado poeta. La cocina de Zenobia, es un libro que demuestra que la muy exquisita mujer de Juan Ramón también se metía en la cocina, con sus sartenes y sus recetas andaluza, antillana y norteamericana. Una mezcla de sabores recogidos en anárquicas anotaciones ahora reunidas en este libro.
Llegó tarde a la cocina, al poco de iniciar su exilio, ella misma lo reconoce desde La Habana, en 1937, cuando se arrepiente de no haberlo hecho antes: “Debí haber aprendido con la excelente cocinera negra que tuvimos en Puerto Rico y no lo hice. ¡Dejar pasar las oportunidades!”. Siempre vitalista y positiva, Zenobia afronta una situación difícil cuando la guerra civil española se prolonga y los deseos de volver se complican. Es por eso su decisión de aprender a cocinar. Ya no pueden permitirse tener personal a su servicio, como tenían en Madrid, cuando su fiel asistenta y cocinera Luisa de Andrés y la doncella Teodora se encargaban de mantener en orden la casa de los no tan recién casados. Ahora, Zenobia , siempre atenta a la intendencia y a las necesidades de la vida cotidiana del matrimonio, se encuentra con la necesidad de asumir una tarea más. Especialmente, por la delicada salud que siempre tuvo Juan Ramón, con continuos problemas intestinales.
No es extraño que el poeta echara de menos la comida familiar moguereña, siempre que puede en sus cartas pide su postre favorito, dulce de membrillo: “Queridísima mamá: en éste momento acaban de traernos el dulce de membrillo, que viene fresquísimo y muy tierno. Ya hoy lo hemos comido de postre, y también lo hemos mandado, como usted decía a la madre de Zenobia…”, escribía el poeta, en carta familiar, en 1917. No comía mucho Juan Ramón, en palabras de su biógrafo Ricardo Gullón, “aunque sí lo suficiente; el jamón York y los dátiles eran elementos básico de casi todas las comidas que le vi hacer”. Comidas de las que por entonces ya se encargaba personalmente Zenobia, ella misma cuenta en una carta que tuvo que improvisar un arroz y unos huevos revueltos con tomate para atender a unos invitados que se presentaron inesperadamente.
Había aprendido a cocinar y coleccionaba recetas, las que ahora nos muestra este libro, La cocina de Zenobia. Ella misma le pide en carta a unas amigas de Puerto Rico la receta de unas natillas que le encantaban a Juan Ramón, la misma que Zenobia una vez conocidos los secretos de la receta puso rápidamente en práctica para agradar al poeta: “Hice el postre que llamamos de las Lavedán (apellido del nombre de las hermanas portorriqueñas) y me salió esquisito (sic) Por votación unánime se comerá dos veces por semana”. Se platea cocinar y hace un curso de cocina en Cuba, cuya comida sentaba bien a Juan Ramón. Mas tarde, en Estados Unidos, incluso intercambiaría un curso de cocina por clases de español. Tuvo además que adaptarse a los nuevos inventos que llegaban a los hogares, como el refrigerador, la olla express o las tostadoras. Cocina antillana, con recetas de cocina de los familiares moguereños de Juan Ramón y otras recetas anotadas por ella en inglés de la cocina norteamericana, conforman este insólito recetario trabajado durante dos años por Pepi Gallinato Ollero y María José Blanco Garrido, empleadas de la Fundación Zenobia Juan Ramón Jiménez de Moguer. Un libro editado por la activa editorial onubense Niebla, justamente cuando Huelva es Capital Gastronómica.
Zenobia es la gran protagonista del recetario, porque muestra, una vez más, su interés por el poeta. Lo cuidó hasta en este aspecto tan personal y familiar. Siempre dispuesta a aprender y adaptar los conocimientos que va adquiriendo en aspectos culinarios a los gustos y salud de Juan Ramón. Y va aprendiendo: “me estoy volviendo tan experta en la cocina que me basta media hora antes de la comida y un cuarto de hora después, para resolver el problema de la alimentación”. En realidad también hubo fracasos, carbonizando un plato o estropeando una hamburguesa. Y no todo era alimentación, también cuenta la precariedad económica en la que en etapas anduvo el matrimonio: “Desde que nos encargamos de la casa y la cocina, estamos muy dentro de nuestro presupuesto”. Y hasta Juan Ramón, a pesar de los malintencionados bulos, se mostraba dispuesto a ayudar. Es el caso que descubre Graciela Palau Nemes, cuando en la revista La Torre, contaba que estando en otra casa invitado, “Juan Ramón ayudó a su anfitriona a quitar platos y a servir el postre, como la cosa más natural del mundo”. Incluso el propio poeta llega a cocinar, tal como lo cuenta la poetisa Ernestina de Champoucí: “Voy a ir preparando el almuerzo. Ernestina, ¿cómo quiere los huevos, en tortilla o revueltos?”. Y Ernestina, que confiesa quedarse de piedra, contesta: “Revueltos, Juan Ramón; pero voy a ayudarle, porque este espectáculo no me lo pierdo”.
Indagar en lo que Zenobia anotó en su aprendizaje de cocinera nos lleva a un recetario de 158 platos y varios menús, conservados fundamentalmente en los archivos de Puerto Rico y en cartas de amigos y familiares. Ahí están algunas recetas moguereñas, con las que Zenobia trataba que Juan Ramón gustase de sus sabores de siempre. Dieta donde no faltaba los dátiles, el jamón de York, la leche, papas asadas sin aliñar, carne asada, consomé y jugo de guayaba. No todo el recetario se puso en práctica, ya que algunas comidas, por el presupuesto, nunca se elaboraron, pero Zenobia las dejó anotadas, tanto en español (102) como en inglés (58), aunque de forma dispersa en cuadernos, sobres, hojas sueltas. Se echa en falta la receta del dulce de membrillo, que tanto gustaba a Juan Ramón, pero hay dos recetas de su madre Pura (Purificación Mantecón) y siete de su hermana, Victoria Jiménez, aquellas recetas con las que el poeta se recreaba en los gustos de Moguer.