José Mora Galiana. En 1870, frente a la guerra franco-prusiana, se preguntó Pablo Iglesias Posse (1850-1925): ¿Qué es la guerra? Y contestó: “Un crimen… Un crimen de lesa humanidad. Sí, un crimen que todos, y especialmente nosotros, los obreros, pues somos sus principales víctimas, debemos combatir, condenar, apostrofar, trabajando todo lo que nos sea posible para que no se lleve a cabo”.
Siendo como somos racionalistas –decía este gran maestro de la Sección de Tipógrafos de la Federación Madrileña- “conocemos que la guerra es hija y lo ha sido siempre, de media docena de tiranos, de media docena de asesinos…, de media docena de seres raquíticos y pobres, abortos de la naturaleza, que ora por su orgullo, ora por mero capricho, ora por una ambición desmedida, no tiemblan, ni siquiera vacilan, al enviar a sus semejantes, a sus hermanos, a que sirvan, como vulgarmente se dice, de carne de cañón.”
¿Qué supone la guerra?
Supone “la paralización del comercio, la muerte de la industria, la ruina de las artes, el abandono completo de la agricultura…; la guerra no es más que una serie completa de sacrificios, una horrible hecatombe… Y todo, ¿para qué?
Para que… el vencedor, o sea, el que… haya hecho más víctimas en el bando contrario, haya destruido más pueblos y ciudades y causado más desastres, agrande lo que él llama su territorio… y su población…, para que cuando llegue otro caso igual pueda aumentar el número de los que han de sacrificarse.
Esta es la guerra, impuro borrón que ha pesado, cual si fuera losa de plomo, sobre las generaciones pasadas, y pesa todavía sobre la actual”.
Por si hubiera dudas, ahí están las guerras recientes y las actuales consecuencias con la llegada, a las puertas de muchos países europeos de millones de seres humanos que buscan protección, asilo y cobijo ante las alambradas y las puertas cerradas de una supuesta fortaleza de Estados del Bien-Estar, con altos porcentajes de excluidos incluso intramuros. Sin embargo, esos millones de seres humanos, que piden paso y acogida, son hombres, mujeres y niños que han tenido que huir de la guerra –programada por los intereses de algunos criminales-, y que quieren evitar la persecución, la dominación, la tortura, las violaciones, el hambre y la muerte.
Unir trabajo y pensamiento para resolver los grandes retos es ineludible.
Al igual que la ciudadanía europea no puede considerarse una isla ni una fortaleza ególatra, ni puede permitirse divisiones y enfrentamientos cuando se trata de resolver sus problemas y los de sus vecinos, o el de poblaciones de antiguas colonias, del mismo modo en España no podremos transformar lo negativo en positivo si no es uniendo voluntades con capacidad de construir en vez de destruir, con capacidad de sumar en vez de restar y dividir o fraccionar.
Multiplicar potencialidades y capacidades positivas será ineludible en un mundo, actualmente desigual entre el 20% rico y el 80% pobre, que tiene que elegir entre la solidaridad, fraterna y humana, o la guerra, criminal y asesina. Pablo Iglesias optó en su tiempo por la solidaridad frente a los poderes fácticos dominantes, y fue y ha sido un referente para el socialismo y la democracia contra todo tipo de Dictaduras Militares, de Dictaduras Capitalistas o de Estados Totalitarios.
Cuando la Fundación Pablo Iglesias (Madrid) y el Instituto Monsa (Barcelona), editaron y publicaron las Obras Completas de Pablo Iglesias, el año 2000, invitaba Alfonso Guerra en la presentación a que las generaciones jóvenes pudieran tener conocimiento del significado histórico de su obra, así como de su extraordinaria talla humana, sindical, política y de pensamiento. Pero invitaba también a su proyección social en la actualidad y a que sirviera de referencia para combatir la creciente distancia entre el discurso político y la acción política que afecta al conjunto de la ciudadanía.
La sociedad española actual tiene como cuatro estratos sociales: los que más tienen, los que llevan una vida digna, los que se debaten en la precariedad o con trabajos precarios, y los que sufren graves carencias y exclusión. A ellos hay que añadir los que llaman a las puertas y no logran entrar…
Nosotros, los ciudadanos de a pie, los que estamos empeñados en conjugar vida digna, inclusión social, trabajo y pensamiento, nosotros (aunque ya estemos jubilados un buen número y no signifiquemos gran cosa), los obreros, pues somos las principales víctimas de injustas desigualdades, pero también cualquier persona bien intencionada, debemos combatir todo tipo de guerra, y condenarla, trabajando todo lo que nos sea posible para que no se lleve a cabo enfrentamiento bélico alguno, sino que, por el contrario, prospere la solidaridad, el diálogo, la negociación, el entendimiento y la transformación de lo negativo en positivo en bien de nuestros hijos y nietos, en bien de nuestra comunidad o país, y en beneficio de la gran Comunidad Humana.