Carlos Fernández / @karlos686. Paolo Sorrentino es un director que caza la belleza de los pequeños momentos a través de ojos solitarios y su última película, La juventud, no es una excepción, aunque tampoco hace de esa caza artística algo tan elevado como debería o como pretende.
El papel del cineasta hoy día puede ser, injustamente por cierto, un repertorio de sensaciones o temáticas asociadas a la imagen o sello del cineasta en cuestión; casos así son Terrence Malick, Christopher Nolan o Quentin Tarantino. Son directores que ruedan la misma película una y otra vez y ese es, según grandes artistas de la historia (como Oscar Wilde o Jean-Luc Godard), en definitiva, un artista. La innovación debe darse en su campo y en su temática de manera que el cineasta se perfeccione y se sorprenda a sí mismo para sorprender al espectador al mismo tiempo.
Paolo Sorrentino es un director de un incuestionable talento, que más allá del interés hipster que despiertan sus películas (como la ganadora del Oscar La gran belleza o sus, siempre presentes en Cannes, This must be the place o Il divo), logra crear un cine profundo, sabio y emotivo envuelto en una capa de superficialidad desesperante y vacía; lo que vendría a ser cárceles de lujo, que pueden ser una ciudad como Roma o un spa suizo, como es el caso de esta última película, o el propio cuerpo humano.
La juventud es un largometraje tan imperfecto, falso y hueco como precioso de ver. Se trata de una película que toca, a ratos, emociones y a otros un pretencioso aburrimiento rodeado de grandes imágenes. La iluminada La gran belleza deja paso a esta, sin duda, innecesaria película que parece ser las tomas falsas o las escenas restantes de su predecesora. Se trata de una película que no innova ni atrapa que, por otro lado, y lo recalco, supone una delicia visual. Pero el tratamiento de la belleza tan delicado que hizo Sorrentino en La gran belleza aquí se toca de una manera altamente pretenciosa: escenas del tipo que exponen a miss universo en todo su esplendor desnuda como diciendo “Esto es belleza”. La belleza es un término subjetivo del cual Sorrentino consiguió labrar unas tan inquietantes como inspiradas obras como Il divo o La gran belleza.
El director nos propone una película sabia que bien poco tiene de tal; las moralejas y las frases son tan predecibles y vacías que invitan al espectador a una nada, lo cual en algunos casos es bueno, que le hace plantearse que en la sala está recibiendo mentiras contadas de una manera soberbia. Sorrentino siempre ha sido un gran mentiroso, motivo por el que me gusta su cine, pero en La juventud se le ve demasiado el plumero y la lava emocional no contagia como debería, siendo partes concretas superior a la suma del total. No es porque Sorrentino repita temática y estilos visuales (pues no tengo nada en contra de los sellos artísticos), es porque la película es una delicia visual que no contagia ni lava emocional (que parece querer obligarme a sentir) ni parece segura de sí misma. Que una película divida críticas es algo que siempre he respetado, pues sueles encontrarte lo mejor ahí, sin embargo y por desgracia, La juventud me parece una película que no hace falta tener en cartelera.