José Antonio Muñiz. Con una propuesta a priori interesante, abre su web una conocida librería de Sevilla: “Un libro y un café. La felicidad asequible”. Así anuncian estos libreros, especie en peligro de extinción, la reciente metamorfosis de su negocio, un negocio que pasa de vender libros a ofrecer experiencias, en torno a la mezcla de un libro y un café. La unión de dos conceptos, por otro lado nada novedosa a estas alturas, como estrategia para sobrevivir en la vorágine no tanto digital como de desafección a la lectura, o ambas.
Nunca me verán negar que en este rico coupage de un buen libro y un buen café pueda brillar un inmenso destello de ese tesoro llamado bienestar. Uno de esos fragmentos de plenitud que procuro regalarme cada vez que puedo, es buscar la soledad en alguno de los pocos cafés que quedan en esta ciudad donde transcurro. Cómo echo de menos los cafés de abolengo de nuestra Villa y Corte, donde libro en mano me retiraba al abrigo de una mesa de mármol blanco.
Un libro y un café, la felicidad asequible… volviendo a leer la frase con detenimiento, algo desafina irremediablemente. Clara es la connotación mercantil que impregna lo de asequible, devaluando la propuesta de inmediato. Asequible, económico… ¡Baratito, oiga, que me la quitan de las manos! Ya lo creo que es asequible, que la felicidad es algo conseguible, pero no en términos monetarios, sino de voluntad. La felicidad no es algo que se adquiere, que se compra, por barato que sea un libro y un café, que a veces no tanto… La felicidad es algo que se ejercita, se practica y se entrena, que se cultiva.
O más aún, que se rescata. En realidad, lo único que se puede hacer por ella es sacarla de lo más profundo y oscuro de nuestros adentros. Si algo es asequible es que no lo tenemos, que lo podemos alcanzar, pero que no, que ahora no lo poseemos, que cerca o lejos está allá, ahí fuera. Pero lo cierto es que fuera jamás la vamos a encontrar, porque no es ahí donde descansa. Mi felicidad no está en el café del que bebo o en el libro del que aprendo. Mi felicidad está en mí al beber de ese café y al aprender de ese libro. Parece un mero juego de palabras, pero en absoluto, son cosas radicalmente distintas. Y opuestas. Tan opuestas como que en un caso deposito la responsabilidad de mi felicidad en un libro, o un café… o en una flor, o una casa, o un trabajo, o una persona. En el otro caso, en cambio, la responsabilidad es mía. De nadie más.
El principal responsable de la felicidad de cada uno es uno mismo. Pero ojo, al mismo tiempo todos somos responsables de la felicidad de los demás. Considerable paradoja, ciertamente, que otro día abordaremos. Ahora toca un cafelito… con un libro entre las manos.