Francisco J. Martínez-López. Esta semana he visto una película británica, Hector and the Search for Happiness (2014). En estos instantes desconozco si se ha estrenado en España; supongo que sí; yo la he visto en versión original. Cuenta la historia de un psiquiatra que se da cuenta de que no tiene lo más importante para poder solucionar los problemas psicológicos de sus pacientes y alumbrarles el camino hacia el balance necesario: no es feliz. Éste es el inicio de la película; la motivación para que el psiquiatra inicie un viaje por medio mundo para descubrir el secreto de la felicidad. Es una película que trata un tema serio, de lo que depende en gran medida la calidad de la vida, en clave de comedia. La crítica no ha sido netamente positiva. No es una gran película, pocas lo son. Su principal atractivo es pasar un rato entretenido, entretanto se reciben algunas claves que pueden ser útiles para mejorar el equilibrio interior y la plenitud espiritual del individuo, raíces de esa sensación que conocemos habitualmente como felicidad. Esta película no va a desvelar nada a cualquiera que se haya leído varios libros decentes de autoayuda, pero sí lo va a exponer a una realidad, que muchos pueden ignorar. Una persona con una vida sin problemas, carrera profesional exitosa, posición social privilegiada, solvencia económica, una pareja guapa y que se preocupa por él hasta el extremo de anudarle la corbata todas las mañanas –aquí hay un poco de rollo peliculero; no veo yo a una mujer, más con el perfil de la de la película, de niñera de la pareja, pero vamos a darle esa licencia– puede ser infeliz. Eso facilita la identificación de la audiencia con el personaje y, por tanto, la conexión con la película. Cuántos no habrá con ese perfil –quizá no con tanto éxito profesional, ni con una pajera tan aparentemente perfecta, y mucho menos viviendo en un piso de diseño en el centro de Londres–, esto es, con todas sus necesidades materiales más que cubiertas, también otras muchas de las inmateriales, pero que se sienten mal, desgraciados. No pocos, seguro. Pero más habrá que lo ignoren, y lleven una vida gris de la que no son conscientes.
Miren, el propósito de la felicidad humana es algo en lo que pocas discrepancias podemos encontrar entre las personas; sólo un insensato discutiría este propósito con alguien que destacara su importancia. Si preguntásemos a un filósofo cuál es el fin último de la filosofía, probablemente nos diría que proporcionar los medios necesarios al individuo para ser feliz; puede que haya algún licenciado en filosofía que discrepe ante esto, no creo que ningún filósofo, aunque no sea titulado; en ese caso, yo le sugeriría que empezase por releerse a los griegos; no a los de ahora, quienes tienen a la Eurozona con la soga al cuello –por cierto, ¿acabarán por agotar la paciencia de los países europeos fuertes y excluirlos temporalmente del Euro hasta que saneen su economía, si son capaces, y estén en condiciones, acaso por primera vez, con unas cuentas públicas fidedignas, de volver al Euro? Yo me mojo. Para la evolución que ha tomado la cosa, los años que llevamos, y cómo han acabado descontando los mercados esta eventualidad, creo que podría beneficiar a la fortaleza del Euro, si se explica bien. Y ahora, desde luego, están más cerca de marcharse, con los devaneos irresponsables que se aprecian en su nuevo gobierno, que antes. Sin embargo, intuyo que, por el momento, se opta por mantenerlos con vida artificialmente, no fuera que al sacarlos del Euro se iniciara una oleada especulativa en los mercados de deuda que acabara por desestabilizar más a la zona, aunque esto es precisamente lo que creo que ya ha sido descontado–, sino a los clásicos. Por eso, los artículos que apuntan las claves o los secretos de la felicidad, cuando se publican en periódicos o revistas de distinto tipo, son tan valorados y leídos. En muchos casos, son de poca utilidad; sólo proporcionan contenido para despertar un sentimiento de identificación con el concepto; aunque en algunos pocos tienen su interés. No voy a hacer lo mismo aquí, predicar sin dar trigo, me refiero, para ser coherente con mis pensamientos; algo que contribuye a la paz interior, base de la felicidad, por cierto, comportarse de manera acorde con las convicciones.
La conclusión de la película es que la felicidad es algo que el ser humano está obligado a buscar. Esto va en la línea de esa frase repetida de esforzarse por conseguir la felicidad, y esto tiene mucho de cierto. Recuerdo una vez, hace no mucho, una chica me contaba que estaba triste, pero que le gustaría estar alegre y decía que le gustaría ser feliz, como yo parecía; en otra ocasión, una mujer, una de mis guías espirituales, maestra de yoga, me comentó que me veía pletórico de felicidad; otro colega me estuvo contando sus penas y me confesó, con envidia sana, que le gustaría tener mi equilibro espiritual. Anécdotas de estas tengo muchas, y a la mayoría de estas personas, sobre todo a las que estaban atravesando por un momento emocional bajo, les decía lo mismo, con honestidad. En mi mente hay elementos de sufrimiento y de angustia cada día, cada hora. Incluso cinco minutos antes de hablar con estas personas, pude tener que haber gestionado una ruptura de mi equilibrio psicológico por un motivo u otro; lo que en lenguaje de la calle se conoce como “neura”, “paranoia”, “paja mental”… pónganle el nombre que quieran. La reacción de la persona es quedarse un poco estupefacta; ¿cómo es posible eso, y verme así? Lo comprendo, yo también he pasado por ahí, y volveré a pasar, quizá dentro de cinco minutos… Es posible porque con el paso de los años he aprendido a gestionar mi yo interior, en especial las partes que lastran mi paz interior. Esa es la clave de la felicidad, y es lo que esta película, y muchos de estos artículos que comento, no cuentan.
La felicidad es vital para una vida plena, sí. En esto todos estamos de acuerdo. Pero, ¿eso cómo se consigue? Ahí está la clave. Es un viaje interior que cada uno debe recorrer para averiguarlo. La quietud de la mente, estar en conexión con el segundo de vida sin ninguna obstrucción mental improductiva, sólo centrado en la actividad funcional o meramente contemplativa en que el individuo está interesado, es el pilar más importante en que se sustenta eso que llamamos felicidad. Luego viene el elemento social, en interacción con lo primero; tener un comportamiento bondadoso y compasivo hacia los demás, en la medida de lo posible. Éstas son las claves, aunque cada uno debe encontrar la forma de hacerlo. Pero este viaje es duro, nunca termina de andarse, y siempre se está aprendiendo. Es más difícil cuando con más años y más amargura se empieza, pero no es un camino imposible. Al contrario, es un camino necesario; el verdadero camino; en breve voy a publicar una novela, y trato este tema; lo comento por si les interesa; ya les informaré aquí de su publicación.
Esto que les digo lo voy a ilustrar con una anécdota que me pasó hace unos días. Conocí a un chico y una chica, de unos 20 años, no recuerdo ahora si suecos o suizos, que acababan de regresar de la India. Habían estado viviendo varios meses con familias humildes y habían hecho varios cursos de meditación en centros espirituales. El chico me dijo que había estado más de una semana con un ejercicio que empezaba por tomar conciencia de toda la cara, para acabar centrándose, el último día, durante unas cinco horas, en la parte del labio que hay justo debajo de las fosas nasales. Les pregunté qué habían aprendido después de todo ese tiempo; el chico me vino a decir que a organizarse mejor sus actividades del día; no gran cosa, pensarán algunos, como yo; la consciencia de la aprendido tiene que ver con su utilidad para resolver nuestros problemas; en otras palabras, a una persona que no tiene problemas para caminar en equilibrio no le va a aportar mucho un curso que haga para saber cómo caminar en equilibrio; ya lo hace. Debo añadir que los dos me dieron una gran energía y disfruté con su compañía durante unas horas. Pero aquí la historia es cómo estaba su cabeza antes de empezar su experiencia mística por la India y cómo estaba al acabar. La formación para la gestión de la mente, como la meditación, es siempre útil, pero más para las personas que tienen desequilibrios emocionales.
No tiene el mismo mérito el joven que tiene una mente sin residuos, en plenitud de vida y en gradiente positivo, que una persona de más edad, a la que la vida le ha pegado varios guantazos debilitadores de su equilibrio mental. Conseguir la paz mental para esta persona, además de necesario para su calidad de vida, es mucho más meritorio que para el joven postadolescente que inicia un viaje de este tipo por una cuestión romántica.
No me extiendo más. Comencé con el propósito de escribir un artículo corto esta semana y ya me estoy yendo a la extensión habitual. Recomendaciones (si reflexionara más lo que escribo, seguro que incluiría otras adicionales, pero es lo que me viene ahora, en este momento de escritura espontánea):
Primero, si sufren y tienen un mundo interior imperfecto, lo compartan o no con otras personas, dependiendo de cómo de introvertidos o extrovertidos sean, no se preocupen, porque lo raro en este mundo, sobre todo en el primer mundo, donde se pierde rápidamente la conciencia de qué es lo verdaderamente relevante en la vida, es la existencia mayoritaria de adultos en equilibro mental pleno.
Segundo, reequilibrar su mundo interior imperfecto es posible, y en eso radica el primer paso hacia su felicidad. La prueba más palpable de que la felicidad es algo que tiene sus raíces en la psique humana, y no en las condiciones externas, es que haya seres humanos dichosos en lugares deprimidos del mundo, como en algunos países de África o Asia, y amargados estructurales en el primer mundo, con cuentas bancarias boyantes, y el armarillo de las medicinas con tranquilizantes y antidepresivos varios. Les animo a que inicien su viaje interior en busca de su mejor yo. No se resignen a ser unos esclavos de sus “zonas erróneas”, por utilizar el término acuñado por el psicólogo estadounidense Wayne W. Dyer.
Tercero, este viaje dura toda una vida; tendrán recaídas y requerirá una lucha constante por su parte.
Cuarto, los picos más altos de plenitud de espíritu se consiguen cuando se comparte con los demás; el ser humano es un ser incompleto en solitario; necesita del concurso de otras personas para sentirse completo; aprovechen las opciones que tengan de enriquecer su energía y contribuir a la energía positiva del mundo siendo empáticos con los demás; sin embargo, si se cruzan con analfabetos emocionales, insensibles, sobre todo si son malas personas, seres incapaces de sumar energías, minimicen la interacción con ellos y, si es posible, evítenlos. Estas personas son como agujeros negros; absorben toda la luz, que es la energía positiva, de las buenas personas que se encuentran.
Bien, si han leído el artículo, se lo agradezco y espero que les resulte útil. Si, por otro lado, por ser uno de esos artículos que tratan, de una u otra forma, de la felicidad, se sienten tentados de darle un “me gusta”, todavía mejor, pero, sinceramente, me resulta indiferente. Lo que de verdad me importa es que reflexionen sobre esto que les digo –porque creo que, tras muchos años de viaje espiritual, puede resultarles útil–, lo apliquen en su vida y, sobre todo, que compartan, estas claves u otras que crean que pueden ayudar a otros a gestionar mejor su mundo interior y armonizar con los demás. Sólo por tener esos instantes de conexión al día con nuestro mejor yo y con la vida, entre muchos minutos grises, merece la pena la lucha por la felicidad.
Namaste.