Ana Rodríguez. La narración oral ha sido el método utilizado desde siempre para transmitir de una generación a otra su historia, valores y creencias. Parece que en la era digital esa costumbre se ha ido perdiendo y los relatos de la abuela han sido sustituidos por la wikipedia, no exenta de errores y frialdad. Afortunadamente, todavía quedan reductos de ese boca a boca que dan entonación y vida a hechos pasados que marcaron el presente.
Un ejemplo de esa transmisión oral lo encontramos en Logroño, donde la localidad ha puesto en marcha desde abril y hasta septiembre visitas teatralizadas que tienen como hilo conductor su producto estrella: el vino.
Carles García es quien elabora los guiones de estas rutas, además del gerente de la empresa de actividades culturales Zarándula. Fue a él a quien se le ocurrió crear otro tipo de visitas teatralizadas, en las que la figura del guía y las representaciones o actuaciones a lo largo del recorrido no estuvieran separadas. En este sentido, nació la propuesta de fusionar teatro y guía en una sola figura, la de personajes caracterizados de época que transitaran con los visitantes por los diferentes puntos de la ciudad.
Así, las ‘Visitas narradas a los espacios del vino’ abarcan el siglo XVI, la época de mayor esplendor del vino en La Rioja. En ellas, un hidalgo venido a menos y su criado –caracterizados con ropajes de la época- son los encargados de recibir al público y ofrecerles un paseo por la historia de Logroño. El primero representa la parte seria, dando a conocer datos y curiosidades, mientras que el segundo es la personificación de la picaresca española, ocupándose de la parte más mundana y popular de los relatos.
Carles y un compañero, ataviados a la moda de hace más de cinco siglos, reciben a los participantes con música, como era tradición, y les explican, entre coplas y romances, la importancia que tenía el vino en el XVI. “La historia no ha cambiado tanto”, asegura García, “entonces había el doble de viñas cultivadas que ahora, pero no se cuidaba mucho la elaboración y por eso los caldos se picaban rápido, porque no se filtraban. Si no se bebían entre junio y octubre, se utilizaban para hacer vinagre, incluso se llegó a usar en la construcción, para mezclarlo con cal y hacer casas”.
En aquella época, no existía una nobleza importante en la zona y el negocio del vino lo controlaban, fundamentalmente, cosecheros y comerciantes. Además, la situación estratégica de Logroño –en la frontera con los reinos de Navarra, Castilla y Francia- fue un factor que condicionó la difusión de su vino por todo el territorio nacional y extranjero. “La ciudad tenía el único mercado libre de impuestos en 150 kilómetros y venían gentes de todos lados a vender sus productos. Pero el Concejo de Logroño tenía una norma: los arrieros y grandes transportistas podían comercializar sus productos en la ciudad siempre que luego se llevaran de vuelta el peso en vino que igualara a la mercancía vendida”, explica Carles. De esta manera, se empezaron a conocer fuera los caldos de La Rioja.
En 1497 Logroño tenía 1.400 vecinos y 25 años más tarde alcanzaba los 8.000, aunque el 20% de la población eran comerciantes de otros países como Reino Unido, Portugal o Países Bajos, que vendían en La Rioja vino, lana y cereales. “Logroño llegó a ser la ciudad más rica del norte de Castilla entonces”, asegura García, debido a su amplia actividad comercial.
Durante la ruta se visitan, entre otras, tres importantes infraestructuras relacionadas con el vino. Por un lado, el calado de San Gregorio del siglo XVI, el más grande de la ciudad, destinado a guardar el vino en odres o pellejos para su posterior comercialización, la cual, hasta bien entrado el siglo siguiente, se realizaba andando. Otro de los espacios son los lagos o lagares en los que se pisaba la uva y elaboraba el mosto del siglo XVI. Finalmente, el Palacio de los señores de Yanguas, una familia muy rica que llegó a tener delegaciones comerciales en Brujas, Amberes y Londres, entre otras ciudades.
Entre tanto dato, en la ruta también se cuelan romances, recitados por el criado, y anécdotas picarescas, como la explicación de por qué se llama Laurel una calle de Logroño: “los arrieros dormían en esta vía porque allí yacían con mujeres. Las prostitutas, cuando estaban libres, ponían una rama de laurel en la puerta de la casa y la quitaban si estaban con un cliente”, explica Carles. También el vasallo del hidalgo lee las cartas del tarot francés a los visitantes, pues en la zona las mujeres tenían fama de adivinadoras y a muchas las quemaron por brujas.
Así pues, romances de vino, cuentos de vino, coplas picarescas y otros sones salpican las explicaciones históricas del hidalgo, finalizando la ruta con una cata y la degustación de productos típicos de La Rioja.
Las explicaciones finalizan en el año 1576, cuando la peste sobrevino y se llevó 404 almas. La insistencia del público por conocer más de la historia de esta tierra de vinos tras la epidemia, ha provocado el nacimiento de una segunda ruta denominada ‘Visitas narradas por los caminos del vino’, que bajo el mismo formato hace un repaso por los años de decadencia posteriores y por cómo se adaptó el comercio a una sociedad cambiante, la de los siglos XVII y XVIII.
En este caso, dos arrieros, uno más rico y otro más pobre, son los anfitriones de este recorrido. Ahora, señala García, contamos que “tras la peste, que terminó en 1603, la ciudad salió mal parada. El comercio cayó, estábamos sumidos en una potente crisis y los extranjeros, por la Reforma y la Contrarreforma, se marcharon o fueron expulsados. Sin embargo, siguió existiendo un intercambio entre Navarra, Francia y Castilla”.
En este recorrido, los asistentes son recibidos en la muralla de Logroño por sus caracterizados guías y suben a un baluarte redondo desde el que puede divisarse el cementerio en el que fueron enterradas, en fosas comunes, las personas que perdieron la vida por la peste.
Hasta el siglo XVIII, con el reinado de Carlos III y la Revolución Francesa, fueron años muy convulsos, llenos de guerras fronterizas y conflictos. Uno de ellos fue el contrabando de sal, en torno a la cual existía por entonces un férreo monopolio estatal: “había que pagar impuestos tremendos y por eso los arrieros la compraban de forma ilegal y luego la metían de noche en la ciudad, saltando por la muralla”, indica García, quien cuenta esta historia a los visitantes en el mismo punto de la fortaleza por el que pasaban la mercancía hace tres siglos.
Curiosa es la anécdota de por qué los alguaciles fueron bautizados entonces por los riojanos como los ‘mataperros’ y es que hasta bien entrado el siglo XVII no existían estos guardias en la ciudad, su figura nació para acabar con una jauría de perros salvajes que merodeaban por la zona y se comían las uvas.
Y es que no se podían permitir el lujo de perder las vides, pues aunque el comercio interior cayera en picado, el exterior se reforzó, principalmente a través de los puertos cántabros, sobre todo el de Bilbao, y llegando a Francia. Precisamente por los negocios con los galos empezaron a crearse subzonas de cultivo para las uvas tintas, ya que hasta entonces el 80% de los caldos que se producían eran blancos.
Los arrieros vascos eran los que acababan transportando el vino hasta el país vecino, llegando el Concejo de la ciudad de Logroño a tener tres traductores de euskera para facilitar la comunicación entre sus comerciantes y los citados arrieros.
De nuevo, estos datos se presentan en esta segunda ruta entre músicas, romances y una treintena de anécdotas y saberes populares, como las recomendaciones de los médicos de beber un litro y medio de vino al día, tres cuartos si se estaba enfermo y medio en el caso de los niños.
“Todos los conocimientos que ofrecemos los obtenemos de investigaciones arqueológicas, tesis doctorales, el Instituto de Estudios Riojanos…” afirma Carles García, quien además apunta que “si al principio la mayoría de las personas que hacían la ruta eran turistas, ahora casi el 40% son gente de Logroño que quiere conocer su historia”.
De cualquier forma, la actividad, que organiza el Ayuntamiento de Logroño, permite conocer la historia de la ciudad utilizando como elemento vertebrador el que ha hecho a la región famosa en todo el mundo: su vino.