Ana Amador. El inconfundible olor a incienso, la lumbre de los cirios, las bandas de cornetas y tambores, los fervorosos silencios, los simbólicos colores que visten las cofradías o el profundo sentimiento de la saeta son algunas de las costumbres de la Semana Santa. Pero, ¿cuáles son los orígenes de estas tradiciones tan arraigadas en nuestra historia y cultura?
Las procesiones. Los pasos o tronos se remontan a los autos sacramentales medievales, cuyas representaciones pasaron de las iglesias a las calles. Estas obras teatrales narraban los episodios más destacados de la Pasión de Jesucristo, pero a finales del siglo XV el monarca Carlos II prohibió que se realizaran en el interior de los templos al considerar que interferían en los oficios religiosos, así que los actores salieron a las calles para seguir realizando las llamadas ‘comedias de santos’.
El estruendo de los tambores y los silencios. El Viernes Santo en la localidad turolense de Calanda tiene lugar la ‘Rompida’, un evento declarado de Interés Turístico Nacional en el que centenares de tambores suenan a la vez. Esta celebración de fama internacional se convirtió también en una seña de identidad del destacado cineasta español Luis Buñuel, quien no dudó en utilizar los tambores de Calanda en películas como Simón del Desierto, La Edad de Oro o la destacada secuencia final del Nazarín.
Otro famoso tronar es la Tamborada de Hellín, en la que miles de tamborileros vestidos con túnicas negras y pañuelos rojos se aglutinan en las calles el Miércoles Santo. Esta costumbre originaria del siglo XV es la tamborada más larga del mundo con 104 horas seguidas.
Además del estruendo de los tambores, la Semana Santa en otros puntos de nuestra geografía se caracteriza por el silencio y un claro ejemplo es el rito de los ‘Empalaos’ de Valverde de La Vera (Cáceres). Esta celebración, declarada de Interés Turístico Nacional y cuyo origen se remonta al siglo XVI, se festeja la noche del Jueves Santo cuando el ‘empalao’ realiza su vía crucis.
En su penitencia, el ‘empalao’ camina descalzo y en completo silencio, lleva enroscado su cuerpo con una soga de esparto y porta sobre sus hombros un timón de madera sujeto a sus brazos desnudos. Para cumplir su promesa también cubre su rostro con un velo sobre el que luce una corona de espinas. En su recorrido, el ‘empalao’ va acompañado en todo momento por un cirineo que lleva una lámpara para iluminar su camino y cuyo nombre proviene de Simón Cirineo, el hombre que ayudó a Jesucristo a llevar la cruz.
Una fecha diferente. A diferencia de celebraciones como la Navidad o el Día de Reyes, la Semana Santa varía de fecha cada año. Este cambio se debe a un cálculo establecido por el emperador romano Constantino el Grande durante el primer Concilio de Nicea en el año 325 d.C. Durante ese encuentro se acordó que la Pascua debía de celebrarse el domingo después de la primera luna llena que sigue al equinoccio de primavera, que tiene lugar el 21 de marzo.
El motivo de este cálculo proviene de la Pascua judía que celebró Jesucristo durante la última cena con los 12 apóstoles. Este festejo conmemoraba la salida de Egipto y, según el calendario lunar judío, se celebraba el 14 de nisán, es decir, la primera luna llena después del equinoccio de primavera.
Capirotes de los nazarenos. El cucurucho de cartón puntiagudo o capirote que lucen los nazarenos en las procesiones tiene su origen en la época de la Inquisición. En la Edad Media, los condenados por el Tribunal del Santo Oficio tenían que vestir un gorro similar que solían pintar con figuras que hacían alusión al delito que habían cometido o el castigo al que eran condenados y también vestían una prenda de tela que les cubría el pecho y la espalda llamada sambenito.
En el siglo XVII, las hermandades sevillanas tomaron esta costumbre por su significado penitencial y la tradición se extendió a otras ciudades. La forma cónica del capirote simboliza al acercamiento del penitente al cielo, mientras que la tela que cae sobre la cara y el pecho permite al penitente ocultar su identidad.
La saeta. Manuel Torre, Rafael Ramos Antúnez ‘el Gloria’, Manuel Jiménez Centeno ‘el emperador de la saeta’ y La Niña de los Peines son algunos de los grandes artistas que dieron fama a este cante pulular. El origen de este desgarrador lamento es difícil de precisar, aunque la teoría más compartida señala a los cantos litúrgicos de la Iglesia influidos por los primitivos cristianos, almuedines y judeo-hebraicos. Entre 1800 y 1840 la saeta pasó a ser un canto popular y en 1880 se transformó en la saeta flamenca arrancada por palos del cante jondo como los martinetes o seguiriyas.
El indulto de un preso. Diferentes cofradías de ciudades como Málaga, Valladolid, León o Santander tienen la costumbre de solicitar el indulto para presos de su provincia en Semana Santa, cuyo origen histórico tiene dos versiones. La primera se remonta a 1447 durante la Reconquista, cuando Juan II dictó la Ley del Perdón del Viernes Santo de la Cruz por la cual cada año se indultaba a un reo.
La segunda versión defiende su comienzo en el siglo XVIII tras una epidemia de peste que asoló a la población malagueña y ocasionó que en 1759 se suspendieran las procesiones. Según cuentan, los presos de la cárcel de Málaga pidieron al alcalde sacar uno de los pasos del que eran fieles devotos, pero al serles negada la súplica los reclusos se amotinaron, escaparon y llevaron a hombros la imagen por las calles de Málaga. Tras la procesión los reos regresaron a la cárcel, este hecho coincidió con la repentina desaparición de la epidemia, lo que fue interpretado como un milagro. Carlos III quedó tan impresionado por lo ocurrido que concedió una Pragmática Real en la que recogió el privilegio de indultar un preso durante la Semana Santa.
Los dulces. Torrijas, cocas, pestiños o buñuelos de viento son algunos ejemplos de la rica gastronomía que se puede disfrutar estos días. Sin embargo, el consumo de estos dulces hipercalóricos en realidad es típico de la Cuaresma.
En el pasado, desde el Miércoles de Ceniza hasta el Domingo de Ramos estaba obligado cumplir el ‘ayuno’ y la ‘abstinencia’ como muestra de sacrificio y penitencia. El ayuno consistía en tomar una sola comida al día, exceptuando los domingos, y la abstinencia prohibía comer carne los viernes. Además, el Miércoles de Ceniza y Viernes Santo se debía practicar conjuntamente el ayuno y la abstinencia. Para hacer más llevadera esta penitencia, se permitía comer pequeñas porciones de alimentos elaborados con huevos, leche, harina o miel. Este gran aporte energético era fundamental para los jornaleros, quienes trabajaban de sol a sol y necesitaban más de una comida para no caer desfallecidos.