Ana Amador. Este año Carlos Sainz Jr., con la escudería Toro Rosso, se ha convertido en el decimosegundo piloto español en competir en la F1. A esta lista también pertenece Alfonso de Portago, el arriesgado corredor que abrió el camino a las generaciones venideras encabezadas por Fernando Alonso.
Hijo de padre español y madre norteamericana, descendiente del descubridor de la Florida Alvar Núñez de Vaca, marqués de Portago y ahijado de Alfonso XII, el Gentleman driver logró arrancar victorias a destacadas figuras del mundo del motor como Fangio, Moss, Hawthorn y Collins.
Su pasión por los deportes y las mujeres. Alfonso de Portago o Fon, como le llamaban sus amigos, era un gran aficionado a los deportes. Destacó en tenis, golf, natación, boxeo, polo e incluso fue pionero en España en en practicar bobsleigh. Sin embargo, la gran pasión del aristócrata era la hípica, una actividad que le llevó a competir dos veces en el Grand National y convertirse en el mejor jockey amateur de Francia durante varios años consecutivos. Así que estaba considerado uno de los mejores jinetes de obstáculos del mundo, una fama que obtuvo gracias sus más de 100 victorias en tres temporadas.
Alfonso de Portago también se hizo famoso por sus conquistas amorosas. Aunque en 1949 contrajo matrimonio con la modelo americana Carroll McDaniel, protagonizó sonados romances con mujeres famosas de la época, como Dorian Leigh y Linda Christian. Leigh está considerada la primera súper modelo de la historia, así como la mujer en la que se inspiró Truman Capote para escribir Desayuno en Tiffany’s. Por otro lado, Linda Christian fue la primera chica Bond, madre de la cantante italiana Romina Power y protagonista del beso más trágico de la historia del automovilismo.
Un crack del motor. Alfonso de Portago era un amante del riesgo y no dudó en endeudarse para disfrutar de su vida al límite. Una de sus primeras anécdotas la protagonizó con tan solo 17 años, cuando voló con un aeroplano por debajo del puente de Londres para ganar una apuesta de 500 dólares. Sin embargo, fue Edmund Nelson quien le enganchó a la adrenalina de las carreras de coches y gracias a él comenzó a competir con Midgets en Francia. Poco después, en el salón del automóvil de Nueva York conoció al importador de Ferrari en Estados Unidos Luigi Chinetti, quien le animó a participar en la Carrera Panamericana de 1953.
El piloto español rápidamente progresó en el mundo del motor conduciendo con Ferrari, Maserati y Osca, entre otros bólidos. Logró su primera victoria en Metz (1954), una gran gesta a la que siguieron los pódium de Bahama Trophy de la Nassau Speed Week (1954), Governor’s Cup también de la Nassau Speed Week (1955), el Gran Premio de Oporto (1956), el Tour de France (1956), la Coupe Salon de Monthlery (1956) y el Gran Premio de Roma (1956). También fue segundo en el GP de Inglaterra en Silverstone (1956) y tercero en el GP de Cuba (1957).
En 1955 el español fichó por la escudería Ferrari y en 1957 participó en la XXIV edición de la Mille Miglia sustituyendo a Musso, quien se encontraba debilitado debido a una hepatitis. La carrera abarcaba un recorrido 1.700 kilómetros, arrancaba en Brescia, continuaba hacia el sur por el Adriático, atravesaba Roma y subía por los Apeninos para finalizar de nuevo en Brescia.
En un telegrama enviado el 8 de mayo, cuatro días antes de la carrera, el corredor comentó al piloto Bitito Mieres lo siguiente: “En Ferrari me fuerzan a correr las Mille Miglia, primero me dijeron que tenía que hacerlo con un Gran Turismo pero después de mi primera vuelta de entrenamiento me dijeron que tenía que hacerlo con el 3800 sport y hoy me han anunciado que Taruffi y yo tenemos los nuevos 4000 cc, que mierda pero pienso ir en plan Turismo, ni siquiera Gran Turismo”.
A pesar de esta crítica premonitoria, el español condujo el Ferrari 335-S. Al pasar por Roma, el piloto incluso sorprendió por detener el coche de carreras al ver a Linda Christian, a quien robó un besó y murmuró algo al oído, un gesto que después fue calificado por la prensa italiana como “el beso de la muerte”. A pesar de la pérdida de segundos valiosos por su arrebato pasional, a solo diez minutos de la meta el español se encontraba en tercera posición por detrás de Taruffi y Von Trips.
Al llegar a Guidizzollo, el coche 531 que conducía perdió el control a más de 230 kilómetros por hora y salió despedido contra la multitud que disfrutaba de la carrera. Así fue como perdieron la vida Alfonso de Portago, su copiloto Edmund Nelson y nueve personas más. Durante el juicio por el siniestro se conocieron más detalles sobre los últimos momentos de la carrera, los cuales revelaron hasta qué punto el accidente de Alfonso de Portago era inevitable.
Aunque el piloto español fue protagonista de uno de los acontecimientos más dramáticos de la historia del automovilismo deportivo, el corredor vivió hasta su último día a su manera. No temía miedo de asumir riesgos y, haciendo gala de su fama, llegó a declarar en una entrevista de radio antes de la trágica carrera: “Si muero mañana habré vivido 28 años maravillosos”.