Ana Rodríguez. Si al leer la palabra maasai se les viene a la cabeza imágenes de ciertos programas de televisión… por favor, hagan el esfuerzo de borrarlas antes de seguir leyendo. La historia de María Cerezo y Laura Martínez no es ningún reality, es un proyecto humanitario que estas dos españolas están sacando adelante con mucho esfuerzo y seriedad y no como una ‘aventura en África’.
Estas mujeres, la primera natural de la Rioja y la segunda malagueña, se conocieron haciendo voluntariado en Kenia en 2011 y vieron que coincidían en sus maneras de ver la vida a pesar de tener procedencias, edades y profesiones muy distintas. María tiene veinte pocos años y acaba de terminar Ingeniería Aeronáutica, mientras que Laura está metida en sus 30, es licenciada en Filología Hispánica y trabaja como administrativa en el Ayuntamiento de Mijas (Málaga). Sin embargo, las dos llevaban años dedicando su tiempo a los demás, la riojana en Cruz Roja principalmente y la malagueña en la planta de oncología pediátrica del hospital de su ciudad. Así que, tras su viaje a Kenia siguieron en contacto y buscaron un proyecto que pudieran hacer juntas.
En ésas estaban cuando un día, bicheando por Internet, encontraron un texto y una foto de un maasai pidiendo ayuda a los que acompañaba un correo electrónico. Le escribieron y el chico, llamado Lekishon, les comentó que quería construir una escuela en Mfereji Village, una pequeña ciudad en el Norte de Tanzania, a unos 40 kilómetros de Arusha. Las razones del joven africano eran de peso: “aquel territorio es casi todo parque natural y organizan safaris, que mueven mucho dinero, obligando en muchas ocasiones a la población a desplazarse a otros lugares. Lekishon pensó que si se levantaba un colegio, una construcción fija, de ladrillo, eso haría que no movieran de allí el poblado y los niños tendrían un lugar para estudiar”, explica Martínez.
Las españolas se emocionaron con la iniciativa y en junio de 2012 fueron a conocer el poblado. Vivieron con los indígenas y se reunieron con los ancianos, las madres, los niños… De aquel primer viaje Laura recuerda que “allí sólo había unas 25-30 chozas de adobe y barro en la Sabana y tardamos siete horas en llegar porque no hay carreteras. Cuando alcanzamos Mfereji Village, nos sorprendimos porque nos habían construido una casita como las suyas para que tuviéramos donde dormir”.
Tras convivir con los maasai, se lanzaron a colaborar en el proyecto que la comunidad les había propuesto, así que al llegar a España se constituyeron como asociación, la Asociación Enjipai, una palabra que significa ‘Felicidad’ en la lengua maasai y que eligieron los propios habitantes del poblado africano.
Durante el siguiente año, María y Laura organizaron numerosos eventos en España (algo que siguen haciendo también actualmente) –mercadillos de artesanía, meriendas, rifas, torneos de golf solidarios…-, cada una en su área de actuación, para recaudar fondos, volviendo en el verano de 2013 a Tanzania e iniciando la construcción de la escuela.
“Contratamos a un constructor local como lo hacen allí, es decir, de palabra, y él fue quien se encargó del proyecto. Llevaron los ladrillos, el cemento… pero teníamos el problema del agua”, comenta Laura. Ante la falta de infraestructuras hídricas, las salvadoras fueron las mujeres maasai. Éstas a diario andan cuatro horas para traer agua al poblado y durante la obra del colegio se comprometieron a llevar también el preciado líquido para rellenar el tanque.
Aquel año se levantó la estructura del edificio, así como el techo, y este pasado 2014 lo revocaron por dentro, lo pintaron, amueblaron y dotaron de materiales para los niños. “Ya sólo falta pintar el exterior”, apunta Laura feliz.
Y es que el acceso a una educación para estos pequeños sería imposible de otra manera. La mayoría de los pueblos, entre los que se encuentra Mfereji, son lugares muy remotos y de difícil acceso. Sirva el dato de que hasta la escuela más cercana hay más de cinco horas de caminata. Además, aunque pudieran acudir a estos centros existiría otro problema: el de la lengua. La lengua indígena del pueblo maasai es maa y lo más habitual es que los niños desconozcan las lenguas oficiales de Tanzania, el swahili y el inglés.
En este sentido, la escuela puesta en marcha por las españolas solventa ambos problemas, ya que evita el desplazamiento de los niños y en ella se sigue un plan de estudios que atiende a las necesidades y la cultura del pueblo maasai, aprendiendo, además de en su lengua indígena, los dos idiomas cooficiales del país. Curiosamente, su profesor es Lekishon, quien también está aprendiendo inglés con el material que le proporcionan Laura y María para poder enseñárselo a sus alumnos.
Por otro lado, en la escuela también han puesto en práctica un programa de higiene y salud, llevando a cabo un reparto de cepillos de dientes –cedido por una farmacia malagueña- a madres y niños y otro sobre cómo prevenir el Sida.
Poco a poco, han conseguido que los niños vayan al cole, pasando de unos 20 pequeños a tener en la actualidad 45 alumnos. Y es que la asistencia al aula supone para los padres prescindir de la ayuda de sus hijos durante una parte del día. “Muchos niños se levantan antes para echar una mano a sus familias con el pastoreo y luego van a la escuela, que es para ellos como jugar, como su rato de ocio, el único momento del día en el que de verdad son niños”, explica Laura.
Como aliciente para los papis, la Asociación ha creado la figura del apadrinamiento, con la que consiguen un doble objetivo: por un lado, proporcionar a los niños todo lo que necesiten gracias a sus madrinas y padrinos y, por otro, el compromiso de los progenitores de que el niño no faltará a la escuela, ya que a los pequeños apadrinados se les entrega ropa, material escolar y de higiene, redes para los mosquitos y otros productos con esta única condición, que tienen que ir a clase.
Después de que la escuela haya empezado a funcionar, las españolas se plantean nuevos proyectos en la zona. Uno de ellos es la puesta en marcha de un grupo de mujeres para que den salida a la artesanía que elaboran, ayudándolas a organizarse en una pequeña cooperativa para vender sus productos tanto en Tanzania como en España.
Otra iniciativa consiste en aprovechar el agua de lluvia construyendo una canalización en el tejado del colegio y comprar dos depósitos nuevos para almacenarla. Y es que encontrar agua y hacer pozos con escasos recursos y pocos conocimientos es misión imposible. En este sentido, Enjipai se plantea establecer un voluntariado para ingenieros o personas que ayuden a poner en marcha este tipo de infraestructuras, aunque reconocen que sería en condiciones muy duras: “aún no tenemos, como asociación, una estructura para llevar a los voluntarios. Si alguien lo hace es sabiendo que va a estar tres semanas sin ducharse, en un poblado aislado donde le hospital más cercano está a cinco o seis horas. Si se decide a ir tiene que ser una persona que cuadre allí y que pueda ser de utilidad”, explica Laura.
A pesar de ser tan crudo, las fundadoras de esta asociación solidaria han encontrado a dos estudiantes madrileños de Ingeniería que tienen la intención de desplazarse a Mfereji cuando acaben la carrera y poner los conocimientos adquiridos en práctica.
Consigan construir o no pozos, la vida de este poblado massai ha mejorado desde que Laura y María decidieron implicarse en el desarrollo del mismo. La sonrisa de los niños es el mejor premio, ése que se traen para España cada verano, cuando regresan de su periplo anual por la Sabana africana. Una labor para valientes, un compromiso que engancha y que esperan que gane nuevos adeptos.