Francisco J. Martínez-López. No se dejen hastiar por la temática aparentemente técnica, lingüística del artículo de hoy. Lo es, pero creo que mi reflexión final les va a parecer constructiva y, quizás, hasta se unan a mí y a otros en el movimiento en defensa de la tradición y el patrimonio de la lengua escrita.
Lean la siguiente frase: “Ese, solo, aquel, también solo; solo este no está solo”. ¿Qué han pensado? Quizá, que si falta un acento aquí o allá, que si es una frase confusa… Ahora léanla de nuevo con tildes: “Ése, solo, aquél, también solo; sólo éste no está solo”. ¿Qué tal? Mejor, ¿verdad? Ambas alternativas son ortográficamente correctas, no se dejen engañar por los cruzados blogueros, defensores extremistas de las recomendaciones de la Real Academia Española (RAE), y por algunos lingüistas que toman las recomendaciones de la RAE –desde el año 2010, aconseja utilizar la primera expresión– como si fueran precepto de obligado cumplimiento; una cosa son las normas ortográficas, que, de no respetarse, supondría incurrir en faltas ortográficas, y otra las recomendaciones para una práctica concreta, sin que necesariamente otras alternativas sean ilícitas; más adelante comprenderán por qué les digo esto.
Los hispanohablantes nativos hemos utilizado históricamente, por tradición ortográfica, lo que se conoce como la tilde diacrítica para facilitar la distinción entre palabras que, si bien son idénticas en sus fonemas, pueden ser tanto tónicas, esto es, con acento prosódico, como átonas, sin acentuación prosódica. Por ejemplo, la distinción entre “de” y “dé”, en el primer caso preposición, y en el segundo una forma del verbo dar. La función de la tilde diacrítica, por tanto, es identificativa o informativa, pues, aparte del entendimiento del lector por el contexto lingüístico en que se presente la palabra, que facilita su interpretación, incluso si esta tilde no existiera, permite distinguir de manera inequívoca, directa e inmediata, entre dos palabras de fonemas idénticos.
Técnicamente, la tilde diacrítica, pues tiene la función de distinguir entre dos palabras iguales en fonemas, pero distintas en acentuación, se utiliza con palabras que pueden presentarse como tónicas y átonas, o sin acento prosódico. En la lengua española, sólo las palabras monosílabas pueden ser átonas. Desde el momento en que haya más de dos sílabas, una de las que integren la palabra tiene necesariamente una acentuación prosódica, por lo que la tilde diacrítica no sería necesaria para informar de dicha acentuación, puesto que, en esos casos, no hay palabra fonéticamente idéntica que sea átona; la palabra en cuestión irá acompañada o no de tilde, dependiendo de las normas ortográficas. Por ejemplo, tilde, palabra de dos sílabas, llana, por tener el acento prosódico en la primera de las dos, pero que, al acabar en vocal, no lleva tilde. No obstante, no todas las palabras monosílabas con variantes tónica y átona tienen tilde diacrítica en español; hay muchas excepciones. La palabra don, por ejemplo. Es átona cuando se utiliza en el trato de cortesía, don [nombre de la persona], pero es tónica cuando se utiliza para destacar una aptitud o cualidad especial de alguien, que tiene un don; en ningún caso lleva tilde. Esto de las excepciones es importante para una reflexión posterior.
Por tanto, en teoría, atendiendo de forma escrupulosa al sentido de la tilde diacrítica, sólo podría presentarse en palabras monosilábicas. La realidad histórica de nuestra lengua es otra, y, de la misma manera que hay muchas excepciones de tildes diacríticas que no se usan con monosílabos, cuando técnicamente podrían haberse utilizado, también hay palabras no monosilábicas, donde en teoría no ha lugar, con tilde diacrítica. Son los casos concretos del adverbio sólo, sinónimo de solamente, que se tilda tradicionalmente para distinguirlo del adjetivo solo, con sentido de soledad de algo o alguien; sucede lo mismo con éste, ése y aquél cuando tienen una función pronominal, de pronombre demostrativo, para distinguirlos de los determinantes demostrativos, que acompañan a nombres, este, ese y aquel; esta idea es igualmente aplicable para la versión en plural de estos pronombres.
Bien, vayamos al asunto. La tilde diacrítica para el adverbio sólo y para los pronombres demostrativos citados no ha sido algo espontáneo, al margen de la norma, que se haya extendido en la lengua escrita española como consecuencia de su uso por parte de la población. Todo lo contrario. Fue norma de obligado cumplimiento hasta principios de los 50 del siglo XX., momento en que la RAE, sobre la base de la excepcionalidad lingüística que suponía la utilización de la tilde diacrítica en estas palabras, decide relajar la norma, considerando lícito el uso de este adverbio y estos pronombres sin tilde, salvo en los casos particulares en que por el contexto se puedan prestar a confusión, donde seguían obligando a su uso.
Por otro lado, lo que no se dice explícitamente en el debate reciente es que, de la misma forma que la RAE consideró lícito no utilizar la tilde diacrítica, tampoco prohibió normativamente su uso sistemático, en todos los casos, como sucedía hasta ese momento. Esta idea es también importante; quédense con ella. En las últimas décadas, muchos de nosotros hemos nacido y aprendido el español, una de las lenguas universales de este mundo. Mucho hemos leído, y mucho se ha escrito también. Escritores de un lado y otro del charco han producido ingente prosa y verso, y unos pocos han sido galardonados con premiso insignes de la literatura, como el Premio Cervantes, o el Premio Nobel. Por ejemplo, Gabriel García Márquez, que me viene ahora a la mente. Obras literarias históricas como Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera, posteriores a esta evolución normativa introducida por la RAE en los 50, utilizan con carácter general, sin hacer un uso particular para casos potencialmente ambiguos, la tilde diacrítica para el adverbio sólo y los pronombres demostrativos; eso es lo que me pareció comprobar ayer, cuando escruté con tal propósito estas obras. Y como él, la mayoría. La realidad escrita claramente confirma que, a pesar de la posibilidad normativa ofrecida por la RAE al flexibilizar el uso de esta tilde, el español escrito, y una muestra ejemplar de ello es el que podría denominarse español escrito culto, de los escritores, ha seguido utilizando con carácter general la tilde diacrítica para estos casos, como había sido norma y tradición; esta opción, insisto, tras el pronunciamiento de la RAE en los 50, era tan legítima como la de prescindir de su uso general, y sólo utilizarla para evitar ambigüedades.
En el 2010, la RAE se manifestó de nuevo en relación a este tema, y, en resumen, recomienda prescindir de la utilización de la tilde diacrítica para el adverbio sólo y los demostrativos, incluso en casos extraordinarios de posible ambigüedad. En concreto, dice: “… a partir de ahora se podrá prescindir de la tilde en estas formas incluso en casos de ambigüedad. La recomendación general es, pues, la de no tildar nunca estas palabras.” ¿Ustedes leen en algún sitio que prohíban normativamente, en cuyo caso contravenir la norma debería ser considerado de falta de ortografía, seguir utilizando la tilde diacrítica? No, ¿verdad? Efectivamente, esto es así porque sigue siendo lícito seguir optando por la tilde diacrítica en su escritura. Si se dan cuenta, la única diferencia entre lo que sí fue un precepto normativo, que despenalizaba la no utilización de la tilde diacrítica en los 50, y la recomendación de ahora es que, además, se permite incluso no utilizar esta tilde en los casos ambiguos, insisto, de obligado cumplimiento hasta el 2010. Asimismo, en este pronunciamiento último recomiendan no utilizar la tilde diacrítica. Sin embargo, al igual que antes de su pronunciamiento de los cincuenta, después, hasta el del 2010, y con posterioridad a éste, que quede claro, la utilización de la tilde diacrítica sigue siendo lícita en todos los casos.
¿Por qué les estoy contando todo esto? Pensarán algunos, los que hayan llegado hasta aquí… Verán, hace unos días, tuve una reunión con una editorial que previsiblemente publicará uno de mis trabajos. Su director, lingüista de formación, y con el que, debo añadir, conecté humanamente –también con su socio–, cuando comentábamos cosas de lo escrito, me dijo que en la revisión orto-tipográfica –encargada de asegurar en la escritura los usos y convenciones particulares por las que se rige la escritura; por cierto, que es irónico que esta palabra no se encuentre reconocida por la RAE; digo irónico por su propósito, de corrección ortográfica, cuando, en teoría, no es una palabra oficial de la lengua española; por la aparente fusión que implica de dos palabras, hasta su inclusión oficial, encuentro más apropiado presentarla con un guión– que hiciera de la obra, le corregiría todo el tema de acentos. Creo recordar que, aun antes de que me lo especificara, ya me anticipé, intuyendo que se referiría a este tema de la RAE, que hasta ahora había conocido de pasada. Así me lo confirmó, que se refería al uso de la tilde diacrítica en el adverbio sólo y los pronombres demostrativos. En ese momento, no quise detenerme en ello, entre otras cosas porque pensaba que se trataría de una nueva norma de obligado cumplimiento de la RAE, en periodo transitorio de aplicación, y que, de no hacerlo, se estaría incurriendo en falta ortográfica. Pero, horas después, empecé a visualizar mi texto impreso, sin todas esas tildes, cosa que odio cuando leo nuevos textos que se publican atendiendo a esto, y no me hizo ninguna gracia. ¿Cómo era posible este cambio? No lo entendía. ¿De pronto, todos esos textos universales, de antes y después de los pronunciamientos citados de la RAE, que utilizaban la tilde diacrítica, eran erróneos? Esto de los pronunciamientos y las fechas lo supe después, claro. En ese instante pensaba en general, en toda esa gran literatura escrita ¿Cómo era posible que se faltara de esa manera al patrimonio cultural lingüístico de una de las lenguas universales, quizá la más universal? No lo entendía; me resistía a aceptarlo. Me produjo un trauma lingüístico, y sirva esta sinestesia como recurso para transmitir mi estado. Entonces me propuse investigar un poco sobre esto, y la conclusión es, básicamente, lo que he expuesto en el texto previo. Y, créanme, no es una cuestión de interpretación, sino lo que es.
Al principio, leí en un blog de temas de lengua a uno de los que lo llevaban escribir que la RAE dijo en un “tuit” –ésta fue la palabra que utilizó el bloguero, palabra no reconocida por la RAE, por cierto, habría que recordarle a esta persona, intuyo que “purista”; puestos a utilizar una palabra no reconocida, yo, quizá por mi orientación anglosajona, me quedo con la original de “tweet”, aunque es cuestión de gustos–, posterior a su pronunciamiento del 2010, que seguir utilizando la tilde diacrítica en estos casos se consideraría falta ortográfica. Bien, habría que ver ese tweet que comenta el bloguero, aunque dudo mucho que la RAE dijera eso, puesto que, como se desprende claramente de la letra de su pronunciamiento, no es así. De hecho, en el 2013, la prensa nacional se hacía eco de unas declaraciones del miembro de la RAE Salvador Gutiérrez, donde aclaraba, primero, que se trataba de un consejo y no de una propuesta normativa; segundo, reconoció que hay autores que siguen este recomendación y otros no, que incluso algunos exigen continuar con el uso de esta tilde, y que, más interesante para los que estén entendiendo esto como norma nueva, que en modo alguno están faltando a la regla quien no siga estas recomendaciones. El académico añadió que el propósito de la RAE fue explicar por qué no debía utilizarse.
El motivo lingüístico es el que he comentado al principio del artículo. No obstante, hay excepciones, tanto de no utilización con monosílabos que puedan tener una condición tónica y átona, como de utilización con las palabras átonas comentadas; adverbios y pronombres demostrativos. Lo cierto es que las lenguas están repletas de excepciones, y quizá el español sea de las más escrupulosas; al menos, si se compara con el inglés, lengua extranjera que conozco bien, y con muchas más irregularidades y casos extraordinarios. Pero la lengua es cultura, cultura lingüística, y la norma de la lengua española contempla excepciones, con base histórica, que se aplican con normalidad, son lícitas y, utilizadas incluso por el español culto. En ningún caso, son faltas. Cosa distinta serían los usos habituales en parte de los hispanohablantes que contravengan la norma y, aun cuando se toleren, se censuren normativamente y se intenten corregir en la población. Aunque la diferencia, gran diferencia, entre estos casos y el del asunto de la tilde diacrítica para el adverbio sólo y los pronombres demostrativos es que ésta ha sido norma, precepto de obligado cumplimiento. Por ello, eso de querer, por una cuestión técnica de aplicación estricta de la tilde diacrítica a monosílabos con variantes tónica y átona –y, además, sólo a algunos, porque no todos la tienen, y, en consecuencia, aunque en el futuro se prohibiera para los casos de las palabras tónicas aquí defendidas, o la población acabara por no utilizarla, seguiría habiendo discrecionalidad normativa en su hipotética aplicación, pues se haría con algunos de los monosílabos con derecho a llevarla, no con todos–, cambiar algo que ha sido y es patrimonio de la lengua española, es un error. Para ello, no hay que ver qué ha pasado desde el 2010, que también. Como digo, esta cuestión ya empezó a introducirse en los cincuenta del siglo pasado y no ha calado en el español escrito.
Debo decir que, desde el máximo respeto a la RAE, excelsa institución que valoro y respeto, consciente de su imprescindible papel defensor y maestro de la lengua española –por ejemplo, su Diccionario Panhispánico de dudas, que tantas dudas específicas de lengua me ha resuelto, es magnífico–, se equivoca en este tema de la tilde diacrítica. Y lo hace por doble motivo.
El primero está relacionado con lo que permite explicar por qué no ha calado su medida desde los cincuenta: por una simple cuestión de utilidad lingüística. La motivación inicial, histórica, del uso de la tilde diacrítica en estas palabras tónicas seguramente no fue para informar de su acentuación, pues se saben con acento prosódico, sino de su categoría gramatical, y así facilitar el entendimiento en su lectura; váyase a las primeras líneas de esta columna para entender lo que digo. Por mucho que insista la RAE, aunque el nativo puede identificar la categoría gramatical –adverbio o adjetivo para solo; pronombre o adjetivo demostrativo para este, ese y aquel– por el contexto, la clave informativa que da la tilde diacrítica en estos casos es útil. Querer prescindir de ella conlleva, por tanto, ignorar la utilidad lingüística de su uso para el lector.
En segundo lugar, la RAE erra en el enfoque, porque ha puesto el acento, sobre todo en su pronunciamiento reciente, más en la defensa de un escenario lingüístico futuro deseado, que en el respeto del patrimonio cultural de la tradición, que, además, fue norma, de la tilde diacrítica en el español escrito para estos casos comentados. Y esta crítica se fundamenta en que, si hubieran respetado este patrimonio, habrían incluido una aclaración explicita tras su recomendación del tipo a: “No obstante, la utilización de la tilde diacrítica para el adverbio solo y los pronombres demostrativos sigue siendo igualmente lícita.” No lo hicieron, aun cuando es cierto. Esto no es casual, en mi entendimiento, sino intencionado, pues la duda puede llevar al escritor indiferente o no crítico a concluir que su uso sería un error ortográfico y, por tanto, o dejar de utilizarla.
Mi breve investigación la he querido concluir con una visita a una librería, para comprobar los textos publicados recientemente. El director de la editorial con la que previsiblemente publicaré me decía que ellos lo tenían por política, dejar de utilizar esta tilde en sus textos; bien, probablemente al leer este artículo, que le enviaré, pensará, aparte de que puede que sea un excéntrico, posible percepción que no le discutiría, que la cosa no está, en absoluto, tan clara como él piensa; espero que le sirva para reflexionar, y que, sin perjuicio de querer permanecer en sus trece con su política a este respecto, que lo haga con aquellos autores que compartan su postura, y no con aquellos otros, como es mi caso, que quieren seguir defendiendo, por tradición, utilidad y estética, dentro de la flexibilidad que da la norma para ello, el uso de esta tilde, y que sus textos no queden desprovistos de ella.
Miren. He cogido varios libros recientes, tanto de escritores en español como traducidas, publicados por las editoriales más importantes en español, como Planeta o Alfaguara, en el último año, dos años; en cualquier caso, posteriores al pronunciamiento de la RAE del 2010. Piensen que, incluso aunque los autores proporcionen los textos con esta tilde diacrítica, en la revisión ortográfica podrían ser tamizados, para orientarse a la última recomendación de la RAE; eso no puede saberse, salvo que se tenga el documento original enviado por el autor. Bien, ¿cuál creen que ha sido el resultado de mi pequeño muestreo aleatorio de obras y páginas? En todos los casos se utilizaba con carácter general, sin excepciones, la tilde diacrítica en el adverbio y los pronombres demostrativos. Vale, he querido complicar la cosa. Entonces he buscado libros recientes de Nobeles de literatura; en el caso de Vargas Llosa, también los utiliza.
Seguidamente he pensado en analizar la obra de algún académico de la RAE, y Pérez Reverte ha sido el primero en el que he pensado. He preguntado a la empleada de la sección de libros y me ha dirigido a un expositor con obras del escritor. Curiosamente, estaba la edición reciente de El Quijote de la RAE editada por Pérez Reverte, y publicada por la RAE, claro. “¡Qué interesante para mi investigación!”, he pensado. Así que he cogido El Quijote y he empezado a hojearlo, en busca de estas palabras. Me ha costado encontrarlas, por cierto; parece que Cervantes era poco dado a utilizar el adverbio solo y estos pronombres demostrativos, al menos en lo que he visto. Pero finalmente las he encontrado. Habría sido realmente paradójico hallar la tilde diacrítica para esos casos en esta edición, por incoherencia con su propia recomendación, pero no, la RAE ha sido coherente. Ahora, que a mí me ha parecido artificial. ¿Por qué? Un libro lleno de palabras de un español antiguo, no ya siquiera en desuso, sino no reconocidas en la lengua española contemporánea, pero que contemplara esta recomendación de la RAE… Para salir de dudas, he buscado otro ejemplar de El Quijote, editado en un sello de Planeta, con una fecha de impresión reciente. Adivinen…De nuevo, la utilización de la tilde diacrítica es generalizada; desconozco si el texto original escrito por Cervantes tendría estas tildes o no, pero no creo que nos equivocamos si nos aventuramos a decir que la mayoría de los Quijotes publicados históricamente, al menos en las últimas décadas, o siglos, las tenían. Es por eso por lo que les digo que me ha parecido artificial encontrar esto en esta edición de El Quijote de la RAE; se les ha visto el plumero.
Último experimento. He cogido uno de los últimos libros publicados por Pérez Reverte, El tango de la Guardia Vieja, publicado en Alfaguara a finales del 2012, esto es, después de la última recomendación de la RAE. De nuevo, en las páginas abiertas al azar, he encontrado una utilización sistemática de la tilde diacrítica para el adverbio y los pronombres demostrativos; probablemente, la implicación de Pérez Reverte en la edición de El Quijote de la RAE se ha centrado en la selección de textos, y no ya en las cuestiones ortográficas, donde intuyo que habrá dejado hacer a la RAE según sus preferencias, por ejemplo, en lo que refiere a estos casos de la tilde diacrítica. Es evidente que, cuando se trata de su obra y sus escritos, este académico de la RAE, a tenor de lo que impreso está en su libro, opta por utilizarla. Entonces, en un estilo expresivo similar al que Pérez Reverte podría utilizar en casos concretos, ¿qué cojones está pasando aquí? ¿Un académico que no sigue la recomendación de la institución a la que pertenece? Supongo que él, al igual que muchos otros, entre los que me incluyo, prefiere seguir dotando de esta estética y útil tilde diacrítica a sus adverbios sólo y a sus pronombres demostrativos, haciendo uso de la libertad que la RAE concede para ello, a pesar de su recomendación y deseo. Si es así, Perez Reverte, chapó.
Decía George Orwell en uno de sus ensayos, en referencia a escritores como Joyce, que querían inventarse palabras, lo siguiente:
“…cualquier ataque contra algo tan fundamental como el lenguaje, un ataque, como si dijéramos, contra la propia estructura de nuestra mente, es blasfemo y, en consecuencia, peligroso. Reformar el lenguaje es casi como interferir en la obra de Dios […] no sirve de nada si no la adopta un gran número de gente. Que un solo hombre, o una camarilla, coja e intente inventar un lenguaje, es tan absurdo como que un hombre intente jugar solo al futbol. Lo que se necesita son varios miles de personas que se entreguen…”
No es el mismo caso, porque la RAE aquí ni está atacando el lenguaje ni persigue nada descabellado, como la invención de palabras, pero sí buscan su reforma, con la resistencia que ello entraña, en una cuestión que parece no ser secundada por la masa, sino incluso todo lo contrario, por lo que se aprecia en las cualificadas voces eruditas discrepantes que se han manifestado. El hispanohablante no está siguiendo su recomendación en su lengua escrita, y las posibles causas son más que razonables. Desde aquí, les pido reflexión y reajuste de su último pronunciamiento en la línea sugerida en esta columna.
Ah, y también espero que todas las editoriales en español tomen nota de esta cuestión y no se entreguen a una recomendación que no hace sino querer forzar artificialmente un cambio deseado que durante décadas no se ha producido. Pido respeto, por tanto, a la libertad que da la lengua a los escritores para elegir los ropajes de las palabras de sus escritos, de la misma manera que una mujer elige el color que quiere para su sombra de ojos. Hacer lo contrario sería adulterar los textos originales; celebro, con alivio, hasta donde he visto en las editoriales importantes en español, que así esté siendo. Las revisiones llamadas orto-tipográficas, por tanto, no pueden convertirse en un elemento perverso utilizado por las editoriales, de manera más o menos consciente, para adaptar a sus preferencias ortográficas el contenido puro del creador. Y con ello me refiero, no a cuestiones que objetivamente se saben imprecisiones o errores de ortografía, que deben corregirse, sino a su posible injerencia en toda la flexibilidad lícita de aplicación que permite la lengua escrita; por ejemplo, respetar las tildes diacríticas en estos casos, o la utilización de determinados signos de puntuación, como las comas con determinados adverbios, en el complemento circunstancial antepuesto, que puede llevar o no coma, a elección, etcétera; las posibilidades son múltiples. Todas estas elecciones tienen un sentido y, en conjunto, conforman el estilo de un escritor, la personalidad de su palabra. Sinceramente, si tuviera que realizar una revisión de este tipo a algún escritor, me limitaría muchísimo, a lo estrictamente normativo. No me atrevería a ir más allá; sería como decirle a alguien que utilice camisas de un color en lugar de otro, porque crees que le va a ir mejor; o a un pintor que cambie el grosor de los trazos del pincel sobre el lienzo; sí, es posible que se ayude, pero ése ya es el terreno de la subjetividad, y como tal varía dependiendo de cada uno, de su preferencia creativa.
Hasta aquí mi breve tratado apologético de la libertad de uso de la tilde diacrítica en el adverbio sólo y los pronombres demostrativos. Sólo espero que éste, mi ensayo, les haya enriquecido, y que se unan a mi reivindicación, que sospecho que es la de muchos: éstos, ésos, y aquéllos.