Enrique Lluch Frechina. Se encontraba “PLOF”, era uno de esos días en los que no tienes ganas de hacer nada, en los que tal vez no te hubieses ni levantado, en los que cualquier cosa te parece mal o decepcionante. Era un día gris, sin esperanza, sin motivación, sin energía. ¿Quién no tiene a veces un día así? Puede ser que a alguien le pase, pero no lo conozco, a mí me pasa y a todos mis seres más cercanos también.
El día se presentaba mal y no sabía qué hacer. Tenía tiempo por delante que tenía que pasar en soledad y no sabía cómo utilizarlo, cualquier cosa le parecía inadecuada y pensaba que no se iba a poder animar. Pensó en telefonear a alguien conocido, pero aunque lo intentó no tuvo suerte. Un par de llamadas, otro de mensajes, pero nada de nada, estaba claro que no iba a ser el día más entretenido de su existencia.
Entonces decidió que lo mejor era ir de compras. ¿Por qué no? Eso le animaría, le daría una motivación para el día, transformaría un día gris en un día de colores, en una jornada en la que tendría algo que hacer, vería a gente, hablaría con unos y con otros (aunque solamente fueran los vendedores) y vería escaparates confeccionados con gusto para llamar la atención y para mostrar la mercancía en venta.
Así que lo hizo, se trasladó a la calle comercial principal de su ciudad y paseó por ella, vio escaparates, entró en tiendas, negoció con los vendedores, adquirió alguna que otra cosa y esa mañana que se presentaba gris, cambió de color y pasó rápida, casi sin darse cuenta. Comió fuera y volvió a su casa donde le esperaba un mullido sillón en el que pudo hacer una siesta reparadora después del cansancio matutino. Había acertado, la terapia de ir de compras le había funcionado.
Al despertar de la siesta tuvo otras cosas que hacer. Casi olvidó la mañana y su desasosiego, también olvidó aquello que había comprado. Las bolsas estaban sin deshacer en un rincón de su habitación así que al día siguiente, cuando las abrió casi ni recordaba qué había comprado. La tristeza había vuelto, se sentía mal otra vez, le faltaban los ánimos, el efecto terapéutico de la compra del día anterior ya no le servía, lo comprado engrosaba armarios y estanterías pero verlo nuevo en su lugar ya no le levantaba el ánimo. Así que pensó ¿qué hago hoy? ¿Tal vez volver a ir de compras?
Epílogo edificante: El efecto terapéutico de ir de compras es efímero, solamente dura mientras se está en ellas. El efecto económico de ir de compras es permanente y la cuenta bancaria se reduce en adquirir cosas que no necesitamos.