
Francisco J. Martínez-López. A veces me pregunto el sentido del tiempo dedicado a lo que escribo; si me lee alguien, aparte de algunos incondicionales y la redactora del periódico a la que trato de enviar religiosamente mi columna semanal. Si tuviera que responder, a tenor de los datos de redes sociales asociados a mis artículos, diría que no. No es que me importe, ni siquiera a mi ego. A veces reparo en ello, sin embargo, y me lo pregunto. No tengo que justificar el rendimiento de ninguna contraprestación a la dirección del periódico, porque esta columna es no remunerada. Pero si tuviera que hacerlo, dispondría de pocos elementos, más allá del interés de los contenidos que uno, de manera subjetiva, pueda sugerir. La audiencia es quien debería decidir eso, me podrían responder. Entonces, mi vida como columnista en este periódico tendría mal pronóstico, supongo…
Sí, la audiencia, ese guarismo impersonal, frío, que decide qué vive y qué muere; por ella, programas que podrían catalogarse como telebasura siguen inundando las parrillas de las programaciones de las televisiones; y muchos contenidos que son objetivamente constructivos y enriquecedores para intelecto y espíritu no consiguen pasar su criba. Por cierto, ahora que cumple aniversario de creación, creo que tres décadas, un reconocimiento explícito a todos los que participaron en “La bola de cristal” a principios de los ochenta, un programa excelente que marcó generaciones como la mía, y se hizo con mucha más voluntad, buenas ideas y libertad que recursos; en la televisión de hoy, este programa lo tendría complicado para siquiera tener una oportunidad; es una paradoja coherente con los tiempos. Las audiencia, la masa, no demuestra en ocasiones una sensatez respetable más que para las empresas que posibilitan la existencia de los medios, que son también empresas y deben ganar dinero, invirtiendo en publicidad en esos medios. El atractivo de los medios para las empresas reside en dos aspectos: el tamaño de su audiencia y su calidad, tanto mayor cuanto más próximo esté su perfil al de los consumidores objetivo.
Los periódicos, por tanto, no viven del amor al arte. Los empleados de las redacciones no se pasan las horas trabajando para sacar las ediciones sin esperar un sueldo al final de mes. Existen porque tienen ingresos publicitarios para mantener sus estructuras o, en el peor de los casos y de manera transitoria, por el capital de empresarios e inversores que los sustentan en periodos de vacas flacas. En esencia, el modelo de negocio de los periódicos se basa en la publicidad; sin publicidad suficiente, no hay periódico, al menos en la forma en que ha desarrollado habitualmente su actividad. Éste es el caso del periódico más famoso del mundo, The New York Times, con sede en la Octava Avenida de Manhattan, entre las calles 40 y 41, justo frente a la estación de autobuses de Port Authority. El NYT es considerado por muchos la institución mundial del periodismo. También conocido como “la factoría”, en su redacción sueñan o han soñado con trabajar muchas generaciones de estudiantes de Periodismo. Pero ha demostrado no ser inmune a la evolución tecnológica.


El internet que conocemos ahora permite acceder a multitud de fuentes de información de manera rápida y gratuita; incluso, los usuarios pueden sindicarse en servicios de aviso de noticias. ¿Por qué gastarse, entonces, dinero en comprar un periódico en papel si mucha de la información ofrecida está disponible online y, además, sin el inconveniente añadido de tener que desplazarse para adquirirlo? Los compradores de periódicos han descendido, claramente, por esto, y los más perjudicados han sido los pequeños.
El NYT no se ha librado. Ha aguantado bastante mejor que sus principales competidores, como The Washington Post, noticiero también legendario en que Bernstein y Woodward destaparon el Gatergate, aunque recientemente rescatado por Jeff Bezos (Amazon.com), o Los Angeles Times; ambos han reducido plantilla considerablemente en los últimos años. Sigue siendo el periódico con mayor equipo de redacción de EEUU, con 1.330 empleados al finalizar el 2013, pero acaba de comunicar una reducción de 100 empleados, según Reuters, sobre todo por la seria bajada de ingresos publicitarios en el periódico en papel. Necesitan sanear su estructura de costes y reformarse para el futuro que ya está aquí.
Aunque el NYT es un periódico aparte del resto, el problema al que está haciendo frente es común para todos los periódicos tradicionales, los que han funcionado en papel, para que nos entendamos. Las audiencias consumen cada vez más contenidos digitales, no necesariamente mejores que los ofrecidos por periódicos de solera y rigor, por lo que el modelo de negocio de esta prensa debe reinventarse. ¿Cómo? En eso es en lo que está el NYT. La solución pasa necesariamente por considerar este hecho.
Grosso modo, el NYT se está centrando en dos líneas estratégicas. Una, presta mayor atención a la edición digital del periódico y a los principios básicos de contenido periodístico digital: inmediatez de contenidos, interacción de herramientas de gestión de contenidos online y participación de la audiencia. Cómo articular estas tres cuestiones, sin embargo, no es tan fácil y es donde están centrando sus esfuerzos; por ejemplo, acaban de cerrar una aplicación móvil para usuarios suscritos a sus artículos de opinión que no acababa de funcionar. Si acierta, mejorarán su audiencia online y, con ello, el interés de las empresas por anunciarse. Dos, para ver contenidos digitales se debe tener una suscripción activa por la que hay que pagar; el usuario tiene acceso a unos pocos artículos gratuitos al mes, pero para más debe estar suscrito.


El problema al que se enfrenta el NYT, cómo sobrevivir en el nuevo contexto de la prensa, en el que decidir cuáles van a ser los contenidos de la primera página del periódico en papel puede ser tan importante como la renovación dinámica de contenidos de su versión digital y la interacción con su audiencia es, a fin de cuentas, uno de los problemas de la prensa actual. De su adecuada resolución depende el futuro de periodismo y de muchos periodistas que necesitan periódicos para poder ejercer su profesión. ¿Se está tratando este tema en los grados universitarios de Periodismo? ¿Se está preparando al futuro periodista para gestionar este nuevo contexto emergente? Se debería. Lo que ha definido siempre al buen periodismo, el rigor informativo, los contenidos de valor, contrastados y bien elaborados, seguirán siendo clave, pero lo segundo puede que más para el periodismo llamado de investigación que para el de noticia rápida y sin demasiado detalle, donde la velocidad de transmisión, sin perjuicio de posteriores actualizaciones, tendrá mayor importancia. ¿Cuál es la medida adecuada? Esto se está cociendo ahora. Lo veremos en los próximos años. De lo que no tengo duda es que los periodistas tendrán que trabajar más, y para su infortunio, puede que no siendo remunerados con justicia por ello. Además de ser buenos reporteros, se les va a pedir atender sus noticias y a sus seguidores en las plataformas digitales. El periodismo ha muerto, ¡viva el periodismo!