Carlos Arroyo. Emotiva tarde la que se ha vivido en Bilbao en la cuarta de la Aste Nagusia en el coso de Vistalegre. Antes del paseíllo, se le dedicó un aurresku a los actuantes que celebraban sus 25 años de alternativa, y sus 25 años no son nada, porque tanto el caballero como el torero dieron una tarde magnífica de toros, que no se ha reflejado en los trofeos por el mal uso de los aceros.
Pablo Hermoso de Mendoza toreó a caballo con su habitual maestría. En su primer toro, de Fermín Bohórquez, templó como nunca. El toro tiene mucha calidad y el rejoneador lo lleva embebido en su grupa, templa, manda y da un magisterio. Con el caballo “Chenel”, se desborda la torería, llevando al toro a dos pistas, rematándolo con una trincherilla. Tenía las dos orejas en la mano, pero la espada le privó del triunfo. El tercero, de Carmen Lorenzo, se le venía mucho más fuerte, más encastado y con más “carbón” y Pablo le realizó una faena magnífica. El tercio de banderillas con “Disparate” volvió a subir la intensidad de su actuación, llevando al toro embebido en la cola de los caballos. Este sí lo mató y obtuvo el merecido premio de las dos orejas. Su tercer oponente era de la ganadería de Victorino Martín, el primero de su carrera, y fue todo más complicado. El toro no galopa, algo habitual en esta ganadería, y era reservón y parado. Pablo lo intentó llegándole mucho más con los caballos, aunque no llegó a las altas cotas alcanzadas en sus anteriores faenas. El mal uso del rejón de muerte, quedó todo en silencio.
Enrique Ponce tuvo su premio en el último de la tarde, de la ganadería de Juan Pedro Domecq después de salir lesionado el que le correspondía de Alcurrucén, de preciosa estampa. El de Juan Pedro tuvo recorrido y mucha bondad en la muleta del valenciano que lo acarició en faena preciosista al más puro estilo de Enrique. Veinticinco años de maestría condensadas en diez minutos de enjundia, temple, profundidad y estética. La bella obra de arte del toreo echa realidad. Lástima que la espada impidiera que acompañara a Pablo Hermoso por la puerta grande de su plaza de Bilbao. Su primer oponente, también de Juan Pedro Domecq, fue noble pero tenía menos transmisión que su hermano, por lo que, la faena no llegó a los tendidos, a pesar de algunos muletazos importantes, quedando sólo en detalles. El toro de Victorino fue complicado en la muleta. Su virtud principal fue la humillación, pero no acababa de deslizarse, quedándose muy corto, impidiendo la profundidad en los muletazos. Enrique hace un esfuerzo con él, pero no se ve recompensado con la entrega del toro. Tampoco estuvo acertado con los aceros, silenciándose su labor.