Ana Rodríguez. En la comarca de La Vera, al norte de la provincia de Cáceres, en Extremadura, se encuentra el único cementerio militar alemán de toda España, el que acoge la localidad de Cuacos de Yuste. Este camposanto da descanso a los restos de 180 soldados del país germano que perdieron la vida durante las Primera y Segunda Guerras Mundiales en territorio español o cerca de nuestras costas.
El cementerio se encuentra a 200 metros del Monasterio de Yuste y es, por supuesto, un lugar para rezar y de recogimiento, pero también un espacio turístico, que despierta la curiosidad de los visitantes dada su exclusividad en el país y su vinculación con dos acontecimientos históricos que, lejos de olvidarse, deben ser recordados para evitar caer en los errores del pasado.
Este camposanto fue objeto de estudio por parte de José Carlos Violat Bordonau, Francisco Javier Verdú Burgos y Agustín Ruzafa Almodóvar, todos ellos colaboradores del proyecto de investigación histórica u-historia.com, quienes recogieron sus averiguaciones en un libro monográfico sobre el cementerio alemán de Cuacos de Yuste.
Como esta obra apunta, para conocer los detalles de este lugar y de quienes en él están enterrados es necesario remontarse a comienzos del siglo XX. Tras la Gran Guerra, a finales de 1919, nace en Alemania la Comisión de Cementerios de Guerra Alemanes (Volksbund Deutsche Kriegsgräberfürsorge) una asociación ciudadana cuyo objetivo era buscar y mantener las tumbas de los militares fuera de sus fronteras, destinando a ello las cuotas privadas de sus socios. La entidad, que ha mantenido su actividad desde entonces con un pequeño paréntesis –el correspondiente al segundo gran conflicto bélico mundial- recibió en 1954 el encargo del Gobierno de la República Federal de Alemania de buscar en el extranjero las sepulturas de los soldados alemanes y crear, en estos diversos puntos de la geografía mundial, cementerios exclusivos para ellos, que luego debían cuidar y mantener.
En España, la Comisión adquirió en 1975 un terreno en el que finalmente se levantaría el cementerio militar alemán, concretamente en el municipio de Cuacos de Yuste. Pero, ¿por qué aquí y no en cualquier otro emplazamiento? La respuesta a esta cuestión está en la historia común de españoles y alemanes. En 1556, el emperador Carlos de Austria o Habsburgo, conocido como Carlos I de España y V de Alemania, abdica dejando sus reinos en manos de su hermano y su hijo y se instala en la comarca de La Vera a fin de mejorar de la enfermedad que no le dejaba vivir tranquilo: la gota. Mientras se hospedaba en el castillo de Oropesa por cortesía de Fernando Álvarez de Toledo y Figueroa, mandó construir junto al Monasterio de Yuste una casa palacio, en la que se instaló en febrero de 1557, pereciendo allí de paludismo el 21 de septiembre de 1558.
Aunque en 1573 Felipe II trasladó los restos de Carlos V de Cuacos de Yuste al Panteón de los Reyes del Monasterio de El Escorial, fue la conexión histórica del emperador que gobernó al mismo tiempo el reino de España y los principados alemanes con este municipio de Cáceres, la que prevaleció a la hora de elegir este lugar para recordar la memoria de los soldados germanos caídos.
Una vez seleccionado el municipio, la Comisión se hizo en la localidad cacereña con una finca de unos 7.000 metros cuadrados denominada el ‘Ronquillo’, donde en junio de 1980 comenzaron las obras del cementerio con un presupuesto de 2.715.549 pesetas (16.320 euros). Éstas estuvieron a cargo del arquitecto placentino José Pérez Curto, que trató de integrar el complejo en el entorno rústico de la zona empleando en él la piedra berroqueña.
Por otro lado, aquel mismo año, a una joven que trabajaba en la Embajada Alemana en España, Gabriele Marianne Poppelreuter, le fue encomendada la misión de buscar las tumbas de todos los soldados alemanes que se hallaban distribuidas por el territorio español y comenzar los trámites oportunos para trasladar los restos de estos militares al futuro cementerio de Cuacos de Yuste, donde serían inhumados.
Poppelreuter tardó tres años en lograr esta empresa, periodo de tiempo en el que tuvo que recorrer más de 15.000 kilómetros investigando y comprobando, tras las exhumaciones, que los datos de cada soldado eran correctos. Los restos de los soldados eran introducidos en urnas precintadas y rotuladas que fueron almacenadas en una sala del Palacio del Monasterio hasta que en 1983 se terminó el camposanto y pudieron ser inhumados.
El cementerio se inauguró el 1 de junio de 1983 con una misa oficiada conjuntamente por un sacerdote protestante y el abad del Monasterio de Yuste, acudiendo a tal evento representantes de la Embajada alemana en España, miembros de la Comisión de Cementerios de Guerra Alemanes, autoridades españolas y más de 200 familiares de los militares enterrados.
En Cuacos de Yuste descansan 26 militares de la Primera Guerra Mundial y 154 de la Segunda, la mayoría de ellos pertenecientes al Ejército del Aire (Luftwaffe) y a la Marina de Guerra (Kriegsmarine). Aunque algunos piensan lo contrario, ninguno de los enterrados en Cáceres perteneció a la Legión Cóndor, que luchó en la Guerra Civil española. De los 180 soldados, unos 80 llegaron a nuestras costas arrastrados por el mar después de ser derribados sus aviones o hundidos sus buques o sumergibles.
Curiosamente, el camposanto fue diseñado para albergar 186 tumbas, aunque finalmente sólo fueron ocupadas 180 debido a problemas en las exhumaciones de seis restos desde los cementerios originales. Existen 25 lápidas en las que no se pudieron enterrar resto alguno, debido a que los mismos habían sido mezclados en osarios comunes, o a que se desconocía su destino final cuando ya estaba elaborada la correspondiente cruz. En estos casos, se optó por colocar igualmente una cruz con el nombre del militar y la inscripción In Memoriam. También se erigieron ocho cruces pertenecientes a soldados cuya filiación se desconocía y en las que puede leerse la frase “Ein Unbekannter Deutscher Soldat” (Un soldado alemán desconocido).
En las cruces de granito sólo aparece el nombre del fallecido, su empleo en el momento de la muerte y la fecha de nacimiento y defunción, sin diferenciar rangos militares, religiones o clase social. Además, los soldados están agrupados con los de su mismo cuerpo de servicio y guerra en la que tomaron parte.
El camposanto se encuentra a sólo 28 kilómetros de Plasencia y posee unas excelentes vistas a la sierra cacereña. Las instalaciones abarcan unos 3.850 metros cuadrados que se reparten entre zonas verdes y el patio de enterramientos. Al llegar, el visitante se encuentra con el área de recepción y un camino que lo conduce hasta la capilla, ubicada en el centro del recinto. En torno a ésta se encuentran, por un lado, los jardines y, del otro, los tres patios funerarios y las tumbas.
Casos concretos. José Carlos Violat, Francisco Javier Verdú y Agustín Ruzafa realizaron en el libro anteriormente citado la ingente labor de documentar la historia de cómo murieron cada uno de los hombres que están enterrados en Cuacos.
De entre todas ellas cabe destacar algunas, como el destino de un sumergible alemán que en 1943 fue atacado por dos aviones británicos, falleciendo en la batalla 38 personas. Varios de los cuerpos que flotaban a la deriva, entre ellos los de Walter Bayer, Matthias Otten y Hubert Mörsch, fueron recuperados por dos pesqueros de Altea, ‘Mauricio’ y ‘La Mari Paqui’, y nueve supervivientes lograron ser rescatados por un tercer barco, el ‘Peñón de Ifach’, cuyo patrón, Andrés Perles García, fue recompensado con la Cruz de la Orden del Mérito del Águila Alemana.
De otro sumergible era tripulante el oficial de radio Hubert Sasse, de 21 años, cuyo cuerpo arribó a la playa de Grao de Burriana (Castellón) el 10 de julio de 1943. Aún llevaba el chaleco salvavidas puesto, así como un tubo hermético que contenía sus datos personales y una foto suya. Un comerciante alemán de la zona llamado Josef Kaufer, tío de uno de los niños que encontró el cadáver, trabajaba para la Embajada alemana como representante de exportación de naranjas. Él se encargó de identificarlo y organizó y pagó su sepelio. Desde entonces, la familia Kaufer siempre ha cuidado de la lápida, acogiendo los restos del marino como si de su propio hijo se tratase. En uno de sus viajes a Alemania, la familia Kaufer localizó a las hermanas del soldado y les enseñó una fotografía de su tumba. Curiosamente, este militar alemán es uno de los pocos cuyos restos no descansan en Cuacos, ya que tanto su familia alemana como la española se negaron a que se llevaran su cuerpo del cementerio de Burriana, donde los Kaufer siguen cuidando de su tumba.
Sin embargo, no todos los soldados enterrados murieron en el campo de batalla, algunos lo hicieron por accidente o causas naturales. Por ejemplo, en 1944 muchos militares alemanes que se encontraban en Francia se refugiaron en España, donde fueron confinados a diferentes espacios, entre ellos el Hotel-Balneario de Sobrón. Allí perecieron, por ejemplo, Walter Dunker, por una embolia por hemorragia cerebral, o Johann Mungenast, de una “insuficiencia cardíaca valvular”, aunque otras versiones apuntan a que pudo ser por un corte de digestión mientras se bañaba en el río Ebro.
Curiosa es también la leyenda que pesa sobre otro alemán enterrado en Cuacos, el aviador Johannes Bockler, fallecido en abril de 1944 al caer su avión cerca de la isla de Cabrera, donde le dieron sepultura. En la isla balear siempre que pasa algo fuera de lo normal se atribuye el suceso al ‘Lapa’, apodo que los españoles le han dado a Bockler. Además, se comenta –aunque se ha confirmado que no es verdad- que al recuperar los restos del aviador para trasladarlos a Cuacos, se equivocaron y llevaron los de otra persona, habitando el ‘espíritu’ del alemán aún la isla de Cabrera.
En el recuerdo. Cada año, el segundo domingo de noviembre, la Comisión de Cementerios de Guerra Alemanes organiza el Día de Luto Nacional (Volkstrauertag), el cual se festeja tanto en el país germano como en los cementerios militares que tienen repartidos por todo el mundo (827 en 45 países). Al igual que en otros puntos del Globo, dicho día se celebra en Cuacos de Yuste una ceremonia en la que participan instituciones políticas, militares y sociales, en la que se recuerda a los militares alemanes fallecidos en todas las guerras, así como a los soldados y policías que actúan fuera de sus fronteras en misiones de paz o humanitarias.
Y es que, como bien expresa el embajador de la República Federal de Alemania en España, Reinhard Silberberg, en el prólogo del libro sobre el cementerio cacereño, el fin último de estos camposantos es “crear una unión consciente entre pasado, presente y futuro. Las lecciones del pasado no se deben olvidar. El presente nos enseña que, con demasiada facilidad, amenazan con caer en el olvido las guerras y sus incontables víctimas. Las sepulturas de Yuste, como las de todos los cementerios militares del mundo, deberían ser una advertencia para nosotros y las generaciones venideras de nuestros países para que trabajáramos juntos por un mundo en paz”.
2 comentarios en «Cuacos de Yuste, el único municipio español que acoge un cementerio militar alemán»
Me parece una ofensa al país que se mantenga un cementerio nazi en nuestra tierra. Que se repatríen esos restos a su país de origen. Quienes vinieron aquí a apoya a un régimen golpista y a bombardear a españoles no deben encontrar reposo en la tierra que vinieron a hollar. Y de donación desinteresada de los He 111J -como el de la foto- nada. Los alemanes los entregaron a los españoles para que, con insignias civiles, realizaran misiones de espionaje en Francia. Sin despertar sospechas y para la Luftwaffe. Posteriormente, tras la guerra mundial, sí que fueron usados en misiones meteorológicas al servicio del Ejército del Aire. Hay que contrastar más las fuentes, señores.
Lo que me parece indignante es que son soldados de 2 guerras y la gente solo observe lo de la segunda.
Cualquier soldado extranjero enterrado en pais extranjero al suyo, tiene los honores merecidos por haber muerto por su pais, y aqui los payasos irrespetuosos se les olvida ese hecho.
A nosotros, los españoles de todos los bandos y de todos los tiempos nos respetan alla donde estemos enterrados.
Verguenza deberia dar el dudar de que tengan su lugar entre nosotros los caidos extranjeros, sean del bando que sean y de la guerra que hayan estado combatiendo, alemanes, franceses o chinos, dejando sus paises de origen, luchando y muriendo por una causa propia o ajena.