Ana Rodríguez. La doctora Ana María Álvarez Silván recibió el pasado mes de mayo la Medalla de la Ciudad de Sevilla por sus “reconocidos servicios en beneficio de la colectividad”. Ha sido la manera que ha encontrado la capital andaluza de premiar públicamente la ingente labor que esta oncóloga lleva realizando desde los años 70 para curar a los niños enfermos de cáncer, a los que ha dedicado toda su vida.
Ana María Álvarez Silván nació en la localidad leonesa de Villameca. Hija única, su familia se trasladó a Sevilla cuando ella solo tenía nueve años, donde se formó en el Colegio de las Carmelitas de la Caridad (Colegio Santa Joaquina de Vedruna) y luego pasó a la Facultad de Medicina. Eran otros tiempos, finales de los 50, principios de los 60, y no era común que las mujeres estudiaran. De hecho, su madre no veía con buenos ojos que su hija fuera doctora.
Escogió Medicina por pura vocación. Ana María admiraba profundamente a sus primos mayores, que eran médicos, y ello fue un acicate para aquella adolescente de 14 años con grandes inquietudes. “La Medicina es una profesión con la que podía hacer mucho bien a los demás y aliviar su sufrimiento”, explica la doctora Álvarez.
Cuando comenzó su formación universitaria, “éramos 10 mujeres en la clase, pero reconozco que nos trataron muy bien. Mi promoción fue la del 64 y solo había seis o siete mujeres estudiantes en cursos superiores y una única licenciada, Felicidad Loscertales”, recuerda de aquellos comienzos la profesional.
Tras finalizar sus estudios, Ana María se quedó como ayudante en prácticas en la Facultad de Medicina de Sevilla y luego opositó para pediatra de zona y marchó a Málaga, donde ejerció durante un año. Posteriormente, la reclamaron para el área de infantil del Hospital Virgen del Rocío, donde fue jefa de sección de Preescolares.
“Yo no quería hacer oncología por nada del mundo, sólo tratar patologías generales a niños”, explica Álvarez, pero el destino quiso que el director del Hospital en el que trabajaba le hablara de una niña operada de un tumor maligno, hija de María Luisa Guardiola, presidenta de Andex. “Cuando me dijeron que tenía que tratar a la pequeña, fui sincera con sus padres y les dije que no tenía experiencia. Les facilité una lista de hospitales en Europa, les pedí que investigaran y que, si en alguno de ellos les decían que el tratamiento que necesitaba su hija podía hacerse en Sevilla, yo me haría cargo de ella”.
Y así fue. Los padres de la niña localizaron en Francia a una doctora que le aseguró a Álvarez que podría tratar a la paciente en el centro hispalense. Ana María decidió atenderla entonces y viajó al país vecino para hablar con la oncóloga pediatra y comprobar, con sus propios ojos, que había niños que se curaban del cáncer. “La niña mejoró y yo me ilusioné. Era mucho el sufrimiento, tanto de los niños como de los padres, y no me podía quedar sin hacer nada”, explica, siendo éste el comienzo de una extensa carrera en el ámbito de la oncología infantil.
Después de aquello, Álvarez visitó varias veces el país galo para formarse y en 1973 creó en el Virgen del Rocío una de las primeras unidades de Oncología Pediátrica de España. Éstas comenzaron a implantarse en Barcelona y luego en Madrid y Valencia y fueron toda una revolución pues, hasta entonces, los niños con cáncer eran tratados por médicos de distintos servicios (infecciosos, lactantes, cirugía…) dando lugar a una gran dispersión y falta de unificación de criterios en sus tratamientos.
Con Barcelona, Madrid, Valencia, Bilbao y Zaragoza, los oncólogos pediatras “iniciamos el Club de Oncología Pediátrica y funcionamos con esta denominación hasta que nos aprobaron los Estatutos de la Sociedad de Oncología Pediátrica (SEOP). Desde el comienzo del Club nos hemos reunido cada año en una ciudad española para intercambiar conocimientos sobre el diagnóstico y tratamiento del cáncer infantil y sobre cómo conseguir un diagnóstico más precoz de esta enfermedad, para obtener un mayor número de curaciones. Sevilla ha sido tres veces la sede de estos congresos y 15 veces la sede de las Jornadas Internacionales de Oncología Pediátrica”, indica la doctora.
Cuando recuerda aquella época, Álvarez Silván hace hincapié en los escasos medios de los que disponía: “a los primeros niños les hacía la exploración en un despacho sin camilla. Luego nos dieron más medios y ahora tenemos una planta de Oncología Pediátrica y un Hospital de Día”.
Tras meterse de lleno en un mundo al que al principio se resistía a entrar, la doctora comenzó a contactar con grupos dedicados a su especialidad en el extranjero, como la Sociedad Internacional de Oncología Pediátrica, en el seno de la cual intercambiaba conocimientos con algunos de los profesionales más importantes del mundo. Cada año, desde principios de los 70, la Sociedad organizaba una reunión de sus socios y siempre en diferentes ciudades del Globo, permitiendo a Álvarez incrementar y compartir sus nociones a la par que viajar por los cinco continentes.
En 1985, durante una de sus estancias en Nueva York, la doctora descubrió la Asociación Candlelighters, una entidad que agrupa a padres de niños con cáncer. Su anagrama era una vela y su eslogan rezaba ‘Es mejor la luz de una vela que vivir en la oscuridad’.
Cuando volvió a España reunió a los progenitores de varios de sus pacientes y expacientes y fundó la Asociación de Padres de Niños con Cáncer, la cual siempre se ha guiado por dos objetivos fundamentales: ayudar a los padres a superar la enfermedad de sus hijos y conseguir que los niños enfermos se distraigan, se diviertan y lo pasen lo mejor posible a pesar de su padecimiento. Dentro de este segundo punto, ese mismo año Ana María organizó un voluntariado de jóvenes, yendo desde entonces todos los días al hospital un grupo de colaboradores a jugar con los pequeños.
La dedicación de Álvarez ha dado como fruto de su larga trayectoria unos 800 casos de niños curados en toda Andalucía –a Sevilla remitían antes a pacientes de otras provincias andaluzas que no disponían de una unidad específica de Oncología Infantil-, de los cuales sigue manteniendo contacto con alrededor de 200, muchos de ellos ya adultos.
Y es que el porcentaje de niños con cáncer que logran curarse se ha invertido, pasando del 20% cuando la doctora comenzó a centrarse en este campo, al 80% alcanzado en la actualidad. Una cifra que se ha logrado gracias a que ahora la cirugía es mejor, la quimioterapia es más agresiva e intensa y la radioterapia más selecta y depurada hacia los niños, según apunta la médica, quien añade que además se ha conseguido reducir tanto las secuelas como los efectos secundarios.
Una de las situaciones más difíciles a la que debe enfrentarse un oncólogo es, sin duda, cuando tienen que comunicar a los padres que su hijo tiene cáncer. Lo mejor en estos casos, explica Álvarez, “es decirles la verdad, pero de forma delicada y progresiva. Quizá la segunda entrevista sea el momento adecuado para contarle a los padres y a los niños mayores la verdad sin perder, en ningún caso, la esperanza, porque hay muchos niños que se curan”.
Y es que si hay algo que la doctora ha aprendido en estos años es precisamente a tener esperanza, pues tras ver a niños con “metástasis pulmonares múltiples, con la enfermedad muy generalizada y pensando que no va a sobrevivir” curarse y ser ahora padres de otros pequeños, ha aprendido a no tirar nunca la toalla, “a no perder nunca la ilusión y a luchar más por conseguir lo que parece imposible”.
Por otro lado, a Álvarez siempre le ha gustado mantenerse en contacto con los pacientes que ha curado. “En Navidad les mando una carta y ellos me cuentan cómo les va”, comenta la doctora. Fruto de ese interés por saber de sus ‘niños’, se le ocurrió, hace ya 20 años, organizar un encuentro con muchos de ellos, una cita que se ha ido repitiendo en el tiempo de manera casi periódica –cada cuatro o cinco años- y que en su última edición hace unos meses fue convocada por los propios expacientes.
“La idea cuando empecé a hacer estos encuentros era que los niños se conocieran entre ellos, se intercomunicaran. Todos tenían en común lo que habían sufrido, todo lo que habían pasado, a algunos les habían quedado secuelas y el poder juntarse y hablar podría servirles de ayuda”, explica Álvarez. Con la llegada de las nuevas tecnologías, de los encuentros presenciales cada pocos años han pasado a estar permanentemente en contacto a través de grupos de WhatsApp y Facebook –‘Grupo de jóvenes valientes curados’-, habiéndose creado recientemente a propuesta de la doctora un grupo abierto de carácter internacional en esta última red.
Aunque se jubiló en 2005, Ana María fue nombrada doctora emérita del SAS, un cargo honorífico y vitalicio que le permite seguir desarrollando la gran labor que realiza con los jóvenes enfermos de cáncer. “Presenté un proyecto de lo que había hecho y me convertí en el primer emérito del Virgen del Rocío y la primera emérito mujer de toda Andalucía”, señala Álvarez, quien además es profesora asociada de la Facultad de Medicina de la Universidad de Sevilla.
Por otro lado, sus conocimientos y experiencia en el campo de la oncología infantil los ha plasmado en artículos de numerosas publicaciones científicas y de algunos hospitales, como el St. Jude Childrens Reserch de Memphis, siendo miembro del comité editorial de la revista on line del citado centro sanitario.
Asimismo tiene pendiente publicar dos libros, uno de ellos, que se titulará Dame la mano, pretende ayudar a padres y chavales a superar mejor la enfermedad, además de a promover que la sociedad la conozca y se vuelque con quienes la padecen. El otro ejemplar es un volumen en que recoge testimonios de jóvenes curados y estará destinado a padres y niños que ahora están sufriendo.
Este año, como comentábamos al principio, Álvarez ha sido una de las personas merecedoras de la Medalla de la Ciudad de Sevilla: “Estoy muy contenta, no me lo esperaba. Cuando me llamó el alcalde para comunicármelo no me lo podía creer. También le pusieron a una plaza muy entrañable, que se encuentra al lado del Hospital y cerca de Andes, el nombre de Plaza doctora Álvarez Silván en 2007 y en mi pueblo natal hay una calle que lleva el nombre de mi familia”, afirma la médico a este respecto.
Pero la Medalla no es la única distinción recibida por la doctora, pues también posee el Premio Galeno, que concede el Colegio de Médicos de Sevilla, así como uno de los privilegios que la llevaron a pasar “uno de los días más felices de mi vida”, como ella misma afirma, el de ser Maga de la Ilusión en la Cabalgata de Reyes de Sevilla en 2006.
Echando un vistazo a su vida, qué duda cabe que esta mujer ha sido un auténtico regalo para los niños enfermos de cáncer, una especie de hada madrina o ángel de la guarda que ha logrado con mucho trabajo ganarle el pulso a la enfermedad y arrebatarle más de 800 vidas al destino. Una mujer valiente que ha hecho historia en la medicina andaluza.
2 comentarios en «La doctora Ana María Álvarez Silván, el ángel de la guarda de los niños con cáncer del Hospital Virgen del Rocío»
Yo fui una de esas niñas que pasó por sus manos, y por suerte estoy en el grupo de curados.
Gracias Ana María por tu vida, por dedicarla a la oncología, y por todo lo que ello ha supuesto. Ejemplo de vida, de dedicación, de trabajadora incansable, llena de humanidad, madre de todos y ángel de la guarda.
Eres de las personas irrepetibles.
Estaría bien que se dedicara más prensa a personas como tú y más tele, y no tantas horas y horas al fútbol. Personas como tú salvan vidas, los futbolistas dan patadas a un balón.
Esto no lo hago con ánimo de ofender. Me paree genial que los futbolistas puedan vivir de este deporte. No me parece bien que un futbolista gane más que un cirujano, científico, doctor…y más que el presupuesto de un mimisterio.
¿Qué valores impera en esta sociedad?, ¿cómo educamos?.
Solo quería darle mi enora buena ha esta gran persona ha de mas de gran medico yo etenido la suerte de conocerla y darle las gracias por ser como es todo un ejemplo ha seguir un beso doctora