Fernando Gracia. Tras ganar varios goyas con su película “Vivir es fácil con los ojos cerrados” no le debería haber sido muy difícil a David Trueba seguir firmando obras incluso de cierto relieve económico para los parámetros de nuestro cine nacional.
Pero el menor de los Trueba no es un tipo corriente. Gustará más o gustará menos pero siempre ha dado la sensación de ser un verso libre que no parece dispuesto a dejarse fagocitar por el sistema, aunque este a veces sea tan precario como el de este país.
Así, pues, ha pergeñado una especie de secuela de lo que fue su primer trabajo como director, “La buena vida”, que es y no lo es al mismo tiempo, porque retoma a sus actores, Lucia Jiménez y Fernando Ramallo, los define con la edad que les corresponde veintidós años después de aquel filme, pero no son forzosamente aquellos personajes y la historia se puede entender perfectamente como independiente.
Estamos ante un trabajo pequeñito, íntimo, entrañable si se gusta del universo de este hombre tan interesante que es el bueno de David. Una road movie que bebe en parte de una de sus novelas, “Tierra de Campos”, que nos lleva por escenarios castellanos donde ella, Lucía, va a cantar en locales culturales, sobre todo librerías, su viejo repertorio de canciones. Es una mujer que ha dejado el mundillo musical tras casarse y ser madre y que acepta la propuesta de su antiguo y efímero amor para hacer esa mini gira.
Las conversaciones entre ambos y las actuaciones musicales componen el núcleo de la trama, impregnado todo ello con un tono que se mueve entre el cine de Rohmer y el del sobrino de Trueba, Jonás, hijo de Fernando. No alcanza la radicalidad de algunos trabajos de este último, pero se permite algún guiño claro como darle un pequeño papel al aragonés Vito Sanz, uno de los actores de “Los exiliados románticos”.
En boca de los personajes pone el director sus opiniones sobre la cultura, el mundo del cine y de la música y en un momento determinado hace decir a Ramallo que se está acabando con el término medio en la industria artística, que no hay espacio para aquellos que no buscan el relumbrón y solo aspiran a vivir dignamente con su arte. Que lo que queda es la megafigura o la miseria.
La película está salpicada por un puñado de bellas canciones, a veces casi musitadas, que defiende con gusto Lucía Jiménez, mujer cuya propia vida personal tiene bastantes puntos de contacto con el personaje que interpreta.
A David Trueba le ha salido una película claramente identificada con su trayectoria como guionista, director y novelista. Su cine nunca pretendió demasiado, pero nunca ha querido ser vulgar. No es un outsider, aunque a veces lo parece. No pretende llegar a todo el mundo pero tampoco trabaja para unos pocos. Un tipo interesante a mi modo de ver.
Seguramente la vida comercial del filme no será muy brillante. Unos porque abominan del cine patrio por costumbre, otros porque no salen famosos, otros porque han borrado el apellido Trueba de sus preferencias y la mayoría porque las cadenas televisivas no están detrás del proyecto y no la promocionan, no creo que pasen muchos por taquilla. Qué le vamos a hacer. A mi modo de ver debería tener mejor suerte. Personalmente la defiendo, aun en contra de otras opiniones.