Llega ‘Alien: Covenant’

Escena de 'Alien: covenant'.
Escena de ‘Alien: Covenant’.

Carlos Fernández / @karlos686. Las criaturas de Ridley Scott, de aquella nave en la que habitaba El octavo pasajero (1979), no son ya las verdaderas protagonistas de esta segunda saga iniciada con Prometheus (2012). La nueva protagonista es la filosofía y el responder a cuestiones como el origen de la vida y los límites de la inteligencia artificial. El androide es, en esta nueva saga que empezó con Prometheus y sigue con la actual en cartelera Alien: Covenant, el nuevo alíen, el nuevo monstruo.

El hombre, ante el desconocimiento de si hay dios o no, crea al androide para ser su propio dios, pero no pensó que esa misma inteligencia artificial (que tiene a su vez al humano como un dios) querría ser dios algún día. Esta premisa filosófica tan interesante es la que protagoniza Alien: Covenant, precuela de El octavo pasajero, película en la que la misión de la nave Covenant es llegar a un planeta para formar colonias humanas pero, por el camino, descubren otro planeta que tiene similares características a la tierra lo que favorecería la idea de convertirlo en ese nuevo mundo al que viajan.

El problema radica en la inverosimilitud dramática que se le exige a una película más preocupada por la verborrea intelectual que por hacer personajes dramáticamente creíbles y lo digo porque la película no se preocupa solo por entretener o hacer de sus escenas de acción algo meramente evasivo, sino por exponer un contenido filosófico de altura. Ese riesgo, esa novedad, se valora y mucho por parte de Scott (quien sin duda entiende lo que es la ciencia ficción), pero queda reducido a la teoría más que a la práctica, ya que la tensión se diluye entre momentos poco creíbles (científicos que lo tocan todo al llegar a un planeta inexplorado) y situaciones que pecan de sobreexplicación.

Aparte de ello, Alien: Covenant es una película entretenida, que no defraudará a los que busquen gore, sangre y violencia, pero que defraudará a los amantes de la saga original (por un claro problema de expectativas) y cuyo verdadero objetivo se diluye entre acción digital y palabras filosóficas que no cabe entender una relación práctica que funcione aunque en las páginas del guión, sin duda, prometía otra película muy distinta a la que he visto.

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