Carlos Fernández. A veces uno se encuentra ante una película que se puede alabar tanto como criticar negativamente. La decisión ante obras así que tratan temas peliagudos, que para algunos dependiendo de lo que acepten del mundo que conocen y sus experiencias personales puede ser altamente emocionantes o un cero a la izquierda, depende enteramente del espectador lo que, es evidente, crea una película cuanto menos desafiante. Aunque los desafíos a veces se pierden… hablo de la película Amar, ópera prima del español nominado a un Oscar Esteban Crespo, que se presentó en la pasada edición del Festival de Málaga con una recepción crítica moderada. Amar narra la historia de Carlos y Laura, dos jóvenes adolescentes que viven un primer amor intenso y, como es propio de esas edades, tan inmaduro como libre.
El problema radica en el empeño de Crespo por contar una «visión de los hechos» cerrada y pesimista sobre la generación contemporánea en la que las relaciones de amor adolescente son resultado de manipulaciones, celos enfermizos, amor tóxico, chantajes, violencia verbal, egoísmo y acoso a la pareja. Crespo no quiere nada a sus personajes hasta el punto que los veja y humilla una y otra vez casi de manera ininterrumpida durante todo el metraje. Sin embargo, el contraste de estos dos adolescentes perdidos con el mundo adulto de sus padres y familias resulta de lo más interesante. Fuera de ese punto, el director recarga en exceso los planos con filtros de fotografía que difuminan la imagen tanto como los protagonistas difuminan ese «amor» que viven sin saberlo, lo que suma artificialidad a la película y a la relación de sus protagonistas, cosa que a la historia puede sentarle bien pero que se ve muy «cogido con pinzas» hasta el punto de resultar algo pedante y demasiado obvio para el espectador. El punto más original de Amar es ese esfuerzo por narrar la historia desde fuera de la relación y no desde dentro lo que, en mi opinión, humilla a los personajes aunque sea resulte muy intelectual para este director.
Por desgracia, lo que se ve en la película sucede de verdad en esta juventud millennial que vive pegada al whatsapp y a su pareja como un producto a consumir. El defecto que veo aquí, y que resta fuerza a la propuesta, es que la gran parte de la juventud no es así ni tampoco se concibe el amor de esta forma tan insana. Creo firmemente que el pesimismo de Crespo y la naturaleza tan horrible de ese final que hace que acabes odiando tanto a los personajes como su película, no es del todo infundado pero no lo suficientemente fuerte como para dedicar dos horas de mi vida a compartir con estos personajes insufribles con un serio problema emocional que ni ellos saben como llamar. Su director lo llama amor, yo lo llamaría acoso…
Dicho esto, también cabe la opción de interpretar la película como una parodia de lo que se entiende por «amor» cuando en realidad hablamos de amor tóxico (que es la versión más extendida del significado de la película y, lo más probable, el verdadero y noble intento de su director). El problema, siendo redundante una vez más, es que esto no es el primer amor ni amor y ni siquiera amor tóxico, esta es la historia de dos personajes estúpidos haciendo el estúpido y ejerciendo maltrato en nombre del romanticismo naif más barato. Aquí, en esta película, no veo nada de nada, solo artificio y actitudes que rozan la vergüenza ajena y el maltrato más repugnante.