Carlos Fernández. El británico William Oldroyd debuta en su ópera prima con un guión basado en la novela rusa de Nikolai Leskov que lleva el mismo título que su película: Lady Macbeth. Nos encontramos ante una película claustrofóbica con un sinfín de referentes en cuanto a puesta en escena y temática (Sofia Coppola, Alfred Hitchcock y Michael Haneke serían los más evidentes) sin restar personalidad a esta propuesta protagonizada por una seductora y magnética Florence Pugh como una encarnación del maquiavelismo más feminista con la libertad como uno único fin, sea al precio que sea.
El director, proveniente del mundo del teatro, narra la historia de Katherine, en la Inglaterra del siglo XIX, una joven hermosa que se ve obligada a casarse con un hombre que le dobla la edad para ser sometida a toda clase de vejaciones misóginas e inhumanas en las que la protagonista tendrá que enfrentarse a la naturaleza del mundo en el que vive con su propia naturaleza personal llena de vigor, inteligencia y maldad por bandera. Una falsa historia de amor envuelta en sangre y pasión que, sin descarrilar en su firme propósito, encuentra un terreno entre los thriller más divertidos e intensos de los últimos tiempos (quizá desde La doncella de Park Chan Wook no disfrutaba tanto con un thriller).
La película acierta al no catalogar buenos ni malos, así como en no recargar la dirección artística o el vestuario (de lo que tanto peca el «cine de época») en base a una austeridad de colores tonos pastel que inyectan desasosiego en la casa en la que la protagonista vive encerrada (ella no puede gritar pero las paredes, los cuadros, estatuas… si lo hacen por ella). Una película inteligente con cine, clase e inteligencia.