José Mora Galiana. En estos días, se transmiten las noticias sobre movimientos migratorios como “crisis” o alerta y a la vez “récord” de cifras. Así por ejemplo, se dice que durante el mes pasado 218.394 personas vencieron los obstáculos del mar Mediterráneo huyendo de la guerra o de la miseria e intentando comenzar una nueva vida en Europa. Pero es claro que la movilidad se ha mundializado, que el concepto de ciudadanía se va transformando y que ya es patente la necesidad de alcanzar nuevos marcos de diálogo y un estilo distinto, totalmente otro, de las relaciones diplomáticas e internacionales. La movilidad es factor esencial del desarrollo humano integral.
De hecho, ya en 2013, se publicó un libro de Catherine Wihtol que lleva por título: El fenómeno migratorio en el siglo XXI. Migrantes, refugiados y relaciones internacionales. El libro aborda 1) Las migraciones internacionales como una apuesta mundial; 2) El debate de la soberanía de los Estados (pero también de la identidad de los pueblos); 3) La ciudadanía más allá del contexto tradicional (de sangre, suelo o Imperio); y 4) Hacia una diplomacia de las relaciones internacionales.
En 2014, cuando desde el área de Filosofía del Derecho de la UPO, en Sevilla, publicó la editorial Aconcagua el resultado de unas investigaciones sobre alianza de civilizaciones, políticas migratorias y educación, junto con el compañero Michel-Ange Iblè Kambiré Somda, abordamos el tema de la “inmigración, ciudadanía e interculturalidad”. Partiamos de un supuesto: tras lo acontecido en la isla de Lampedusa (en el canal de Sicilia), a partir de septiembre de 2013, por nuestra situación en el Mediterráneo, seguiría produciéndose la llegada de personas inmigrantes procedentes de países terceros (entonces el 50% de los extranjeros residentes en España).
Ahora, cuando una doctoranda de la Universidad de Huelva, Mónica Montaño, nos recuerda que, en 2012, de los cinco millones setecientos treinta y seis mil doscientos cincuenta y ocho (5.736.258) inmigrantes residentes en España, el 47%, esto es, 2.689.150 personas, pertenecían al continente europeo, seguidos del continente americano con 1.573.055 personas que representan el 27% de la población inmigrante y que, en tercer lugar con un 19%, esto es, 1.102.329 personas, encontrábamos al continente africano”, ahora precisamente, en 2015, además de las propias emigraciones, incluso de personas jóvenes de España, nos encontramos con los movimientos migratorios de personas y familias procedentes del Oriente Medio que vienen hacia la UE y que llegan, incluso a Melilla, como refugiados, por lo que se les da prioridad de incorporación al CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes), cuya infraestructura resulta insuficiente.
¿Qué hacer? Asumir nuevas exigencias de ámbito global, europeo y estatal. La exigencia de garantizar derechos fundamentales está por encima de leyes positivas encorsetadas cuando no estructuralmente injustas.
Los nuevos movimientos migratorios es una gran oportunidad para proyectar un mundo y una Europa solidaria e intercultural. Frente al mal común fruto de carencias básicas, injusticias estructurales y guerras sin sentido, urge refundar la ONU, garantizar derechos fundamentales, reformular el concepto de ciudadanía, impulsar la misión específica de la Universidad con proyección social y política, por su sentido originario de “universitas”, y trazar como objetivo el desarrollo integral de toda persona y comunidad, anteponiendo el Bien Común al Mal Común ahora predominante en la Comunidad Humana Mundial.