Carta al crítico de cine por un crítico de cine

El crítico culinario de 'Ratatouille'.
El crítico culinario de ‘Ratatouille’.

Carlos Fernández / @karlos686. En referencia a una pequeña reflexión que tuve con un ser querido sobre el mundo de la crítica, me he dispuesto a comenzar todas mis críticas con la frase: “Esta es mi opinión hoy y en este momento de mi vida”. Con esto no pretendo más que hacer un pequeño “parón” al lector de la crítica, y a mí mismo, sobre la importancia de expresar, y recibir, una opinión abierta a cambios (del mismo modo que sucede en la vida).

Muchas veces he visto películas que detestaba y ahora me encantan, y viceversa claro está. También sé que muchas veces no se comprende lo que se ve en pantalla (o en un libro, una obra de teatro…), ya sea por las experiencias vividas y por el día que lleva el que opina sobre la película (días buenos, malos, aburridos, felices…). Me gusta pensar que si leen mis críticas es porque puedo ser una opinión “fiable” y no académica pero ¿qué es fiable? ¿Qué es académico? ¿Nos conocemos acaso? A veces leo opiniones de películas emitiendo, más que opiniones, complejos del propio crítico. Eso me hizo parar a pensar “¡hey, yo no quisiera hacer algo así!». Y probablemente lo haya hecho más de una vez… soy humano.

El mundo del cine es lo que me apasiona en esta vida. Lo llevo estudiando por mi cuenta desde antes de los ocho años (el cine solo se estudia viéndolo) con fascinación y agradecimiento y, hoy día, a mis 20 años, sigue siendo el centro de mi vida académica en la universidad y en diversos sitios más donde he trabajado. Le dedico mi ser, mis ganas y mi vida, que es realmente lo único que tengo.

¿Por qué contarles esta barata apertura sentimental? Quizá para que comprendan lo mal o triste que me siento al ver cómo muchos de los que aprendemos y vemos cine olvidamos que una historia no es mera estructura, meros actores, meras imágenes o meros ritmos. Todos tenemos nuestros gustos y no a todos nos emociona lo mismo. Lo que antes no te emocionó puede emocionarte hoy y lo que no te emociona hoy, puede emocionarte mañana.

La cuestión es que, más allá del desarrollo de la opinión propia de cada uno, a los críticos se nos otorga un poder llamado “confianza”. Confianza en el criterio del que escribe, y eso es algo bellísimo. Poder gritar mi opinión ya sea en radio, en diarios digitales como éste, en blogs… ¡hablar sobre cine, arte y demás! ¡Saber de lo que se habla no es nada de lo que avergonzarse! Pero como todo lo bueno a veces se corrompe… ¿Dónde empieza el ego del crítico y donde acaba el niño que quiere disfrutar en una sala de cine? Los críticos deberían ser transmisores de su opinión en vez de defensores de su “buen” gusto y ¿sabéis que Picasso dijo, con toda razón, que el mayor enemigo de la creatividad es el buen gusto?

No pienso que todas las críticas deben ser buenas; cuando uno siente que ha desperdiciado el dinero y el tiempo en una película no está mal soltar algo de tensión, pero nunca hay que olvidar que el crítico analiza una obra (que a lo mejor él no entiende debido a una serie ilimitada de prejuicios académicos sobre el arte y el cine) sentado tranquilamente en una sala de cine. El ego que cimenta los muros al crítico puede ser tan grande como la prisión en la que vive. Este tipo de crítico se sienta en la sala pensando que todo el mundo le debe respeto y consideración y algunos (como es el caso de Cannes) abuchean las películas.

Hay poco que opinar sobre eso, ya que la educación de algunos es inexistente… pese a esto, el crítico egocéntrico olvida dos cosas: una, el que tiene más criterio de cine es el que no sabe tanto de estos mundos porque solo ellos pueden decidir si los trucos del autor existen, no existen o si les han hecho creer en su magia. Y dos, el cine sin corazón es igual que una vida sin alegría. El que se sienta duro como una piedra en el cine a que le emocionen porque es el “deber” del autor o de la película se llevará, igual que en su vida imagino, una dura sorpresita: el mundo no gira alrededor de su figura. El ego es cómodo (en apariencia) y cobarde. El mundo no nos debe nada, solo nosotros podemos cambiarlo (de ahí que nuestro ego nos haga creer fuertes cuando en realidad nos podemos estar portando como unos débiles incapaces de asumir nuestros actos por ser “uno mismo”) y por eso una película, un libro ¡incluso un hombre o una mujer! solo es bueno o malo dependiendo de la subjetividad del que mira.

Con muchísima pena por aquellos que de “tanto que saben” de cine han dejado de soñar en una sala y con la esperanza de ser mejor en mi desempeño en esta sección de cine, me gustaría daros un aconsejo, ya que habéis leído hasta aquí, y es que solo vayáis a disfrutar al cine. Si lo hacéis, queridos críticos, no dudéis en contarnos el motivo y si no habéis disfrutado compartidlo también. La vida real ya duele lo suficiente como para llevar los pesos del egocentrismo barato a una sala de cine. Cuando el cine nació la gente se asustaba muchísimo y se reía a carcajadas dependiendo del filme que visionaba y os aseguro que era con muchísimos menos medios que de los que disponemos ahora. Olvidemos eso y el cine morirá. Recordémoslo y comprenderemos que el cine no es más que (en palabra de Méliès) la fábrica de sueños que siempre ha sido y que, con su ayuda, señor crítico responsable, dueño de su vida y sus palabras, seguirá siendo.

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