Europa Press. Un equipo internacional liderado por la Universidad de Uppsala (Suecia), en el que participan el Centro Mixto de Evolución y Comportamiento Humanos y la Universidad de Burgos, entre otros, ha dado a conocer los resultados de la secuenciación de los genomas de ocho individuos de la Edad del Cobre (Calcolítico) y Edad del Bronce cuyos restos fueron hallados en el yacimiento de El Portalón de la Cueva Mayor de Atapuerca y que vinculan a los primeros agricultores de esta zona con los vascos.
Este estudio revela, según ha informado el Museo de la Evolución Humana de Burgos, que se debe buscar entre los primeros agricultores y ganaderos a los ancestros más antiguos de los vascos actuales, a diferencia de otras hipótesis en las que se relaciona a los vascos con poblaciones de cazadores y recolectores anteriores a la llegada de los primeros agricultores.
El trabajo también muestra que la agricultura llegó a la Península Ibérica con los mismos grupos que emigraron al norte y centro de Europa y que estos agricultores se mezclaron con grupos de cazadores y recolectores locales, un proceso que se prolongó por lo menos durante 2.000 años. Este estudio se ha publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences of the USA (PNAS).
La transición del Mesolítico al Neolítico es un periodo «de suma importancia» en la prehistoria europea ya que representa un cambio «transcendental» en las estrategias de subsistencia, durante el que se produce la transformación de grupos pequeños y móviles de cazadores-recolectores en grupos más grandes y sedentarios de poblaciones agrícolas y ganaderas. Dicha transformación sienta las bases de las sociedades complejas y sedentarias y de la vida humana en general tal y como la conocemos en la actualidad.
El desarrollo de la agricultura en Europa ha sido un tema clásico de debate entre arqueólogos, pero recientemente se han abierto nuevas perspectivas a través de los estudios de ADN antiguo. Actualmente se conoce que las prácticas agrícolas y ganaderas se originaron hace alrededor de 11.000 años en el llamado Creciente Fértil (suroeste de Asia) y el registro arqueológico muestra que a partir de este núcleo se expandió el Neolítico a Europa.
Hace 7.500 años había alcanzado la mayor parte del centro de Europa para extenderse luego a Escandinavia, Reino Unido e Irlanda, y a toda la fachada atlántica. Sin embargo, continúa el debate sobre si la expansión de estas prácticas culturales y tecnológicas se dio por medio de la difusión de ideas o a través de la migración de grupos de agricultores que fueron ocupando cada vez más territorio, según las mismas fuentes.
Anteriores estudios. En el pasado, algunos estudios de ADN antiguo indicaron que los cazadores-recolectores europeos y los primeros agricultores eran dos grupos genéticamente distintos, lo que apoyaba la idea de un reemplazamiento completo de los grupos cazadores-recolectores locales y, por tanto, favorecía la hipótesis de la difusión de la economía y la tecnología neolítica mediante la migración de poblaciones. Estos estudios de ADN antiguo también indicaban que los primeros agricultores del centro y norte de Europa tenían su origen en el sur del continente.
Sin embargo, estudios genómicos más recientes han mostrado que los cazadores-recolectores y los agricultores se mezclaron y que ambos grupos contribuyeron al acervo genético de las poblaciones actuales de Europa, tal como ha subrayado el Museo.
La mayoría de estos estudios se han centrado principalmente en el centro y norte de Europa, por lo que existe «poca información» sobre cómo se desarrolló este acontecimiento en la Península Ibérica.
Los investigadores también analizaron el parecido genético de las poblaciones agricultoras y ganaderas de la cueva de Atapuerca con todas las poblaciones actuales de la región y concluyeron que la población con mayor similitud genética con los individuos del yacimiento del Portalón son los vascos.
Los hallazgos encontrados en este estudio arrojan luz sobre los procesos demográficos desarrollados en Europa durante los últimos 5.000 años y ayudan a entender con más precisión como se han gestado los patrones poblacionales, y por tanto, culturales y lingüísticos, que se observan en la Europa actual.