Francisco J. Martínez-López. “Por desgracia, el sueño americano está muerto. Pero, si soy elegido presidente, lo relanzaré más grande, mejor y más fuerte que antes, y haré a EE.UU. grande de nuevo”.
Con estas palabras, Donald Trump cerró el 16 de junio un discurso de unos tres cuartos de hora en que, con su vehemencia e irreverencia características, presentó oficialmente su candidatura a la presidencia de EE.UU para las elecciones de 2016. El sitio elegido para el acto fue la emblemática Trump Tower en la Quinta Avenida de Nueva York. En anteriores ocasiones había coqueteado con la idea en los medios, pero nunca terminó de dar el paso. Ayer lo hizo. Competirá en las primarias con otros candidatos republicanos a la Casa Blanca, como Jeb Bush. No tengo duda de que las primarias republicanas serán más entretenidas con él de campaña.
Varios de los periódicos nacionales de referencia –Ej.: New York Times, o Washington Post– le dan pocas opciones; esgrimen los resultados de algunos sondeos de opinión sobre posibles candidatos republicanos a la presidencia.
La sustancia del discurso de Trump fue una mezcla de sus principios de negocio y los valores clásicos en los que el Partido Republicano ha basado su idea de país: potenciar la economía, empleos, defender la actividad industrial nacional frente a la extranjera, un ejército fuerte, proteger la Segunda Enmienda –derecho del pueblo a tener armas–, o el control férreo de la inmigración que entra por Méjico, entre otras medidas.
Destacó su capacidad probada para la gestión y la negociación, y su fortuna personal como principales activos de su candidatura frente al perfil político habitual del resto de candidatos.
“… escucho a mis colegas republicanos. Y son maravillosos. Me gustan. Todos quieren que los apoye. No saben cómo planteármelo. Se me presentan en mi oficina. Me reúno con tres de ellos la semana que viene. Y no saben; “¿Te presentas? ¿No te presentas? ¿Podríamos contar con tu apoyo? ¿Qué hacemos? ¿Cómo lo hacemos? Me gustan. Y escucho sus discursos. Y no hablan de trabajos ni de China. ¿Cuándo fue la última vez que escuchasteis que China nos está matando? […] Pero no escuchas eso de nadie más. Y observo los discursos […] y dicen que el sol saldrá, la luna se pondrá, todo este tipo de cosas maravillosas sucederán. Y la gente dice: “¿Qué está pasando? Sólo quiero un trabajo. Sólo dame un trabajo. No necesito la retórica. Quiero un trabajo”.
Informó de que su patrimonio está por encima de los ocho mil millones de dólares, y anunció que en breve presentará, como es preceptivo, una declaración patrimonial detallada en que está trabajando un equipo de contables. Esto lo vendió como una fortaleza para ser ajeno a las influencias de los lobbies que suelen necesitar los candidatos a la presidencia para financiar sus campañas; los presidentes se dejan condicionar por ellos con posterioridad, cuando se presentan situaciones en que sus intereses pueden verse perjudicados como consecuencia de alguna medida política.
“[Los políticos] Nunca harán grande a EE.UU. de nuevo. No tienen siquiera la oportunidad. Están totalmente controlados; están totalmente controlados por los grupos de presión (lobbies), los donantes, y por los intereses especiales, completamente. Sí, los controlan. Eh, yo tengo grupos de presión. Tengo lobistas que pueden conseguir cualquier cosa para mí. Son buenísimos. ¿Pero sabéis qué? No sucederá. Porque tenemos que dejar de hacer cosas para otra gente, y hacerlas por este país; está destruyendo nuestro país. Tenemos que pararlo, y tenemos que pararlo ahora”.
Utilizó con frecuencia el recurso de contar historias, cosas que le ha dicho una u otra persona, o situaciones que podrían producirse, para justificar alguna de sus líneas políticas, o anticipar cómo gestionaría determinada situación. Uno de los puntos en que sería duro es en la tendencia de las empresas estadounidenses a deslocalizarse en otros países para ahorrar costes de producción. Ilustró esto con una hipotética situación que podría darse con Ford: coches producidos por Ford en plantas en Méjico que se vendieran luego en EE.UU. tendrían un arancel del 35%. Pero una medida así desataría muchas presiones de la compañía automovilística y de sus grupos de presión para que no se pusiera en marcha, y un presidente tendería a ceder, por lo que el problema seguiría sin resolverse. En cambio, con él de presidente, esto es lo que pasaría:
“El director de Ford me llamaría de nuevo, supongo que una hora después de que les dijera la mala noticia [que no cedería a su interés]. Pero él querría dejar que se enfriase, y esperaría hasta el día siguiente. […] Y diría, ‘Por favor, por favor, por favor’. Suplicaría un poco más, y yo diría: ‘No me interesa’. Entonces él llamaría a todo tipo de gente en los foros políticos, y yo diré: ‘Lo siento, colegas. No me interesa’, porque no necesito el dinero de nadie. Está bien. No necesito el dinero de nadie. Estoy utilizando mi dinero. No utilicé el de los grupos de presión. No utilizo donantes. No me importa. Soy realmente rico. […] Después de que me llamaran treinta amigos que contribuyeron a diferentes campañas, […] los donantes y los grupos de presión, y tuvieran cero probabilidad de convencerme, cero, recibiría una llamada del director de Ford al día siguiente. Él diría: ‘Por favor, reconsidérelo’; yo diré: no. Él dirá, ‘señor presidente, hemos decidido trasladar la planta de nuevo a los EE.UU., y no vamos a producir en Méjico’. Así de claro. No tienen elección”.
Hizo varias promesas generales en ámbitos concretos, pero sin especificar cómo, ni siquiera dando algunos trazos estratégicos. Dijo que crearía más puestos de trabajo que ningún otro presidente antes: “Recuperaré nuestros trabajos de China, Méjico, Japón, de tantos lugares. Recuperaré nuestros trabajos y recuperaré nuestro dinero”. Otras medidas de corte económico: en materia de comercio internacional, plantea renegociar los acuerdos comerciales de EE.UU. con otros países; y llamó la atención sobre el volumen actual de la deuda pública del país, por encima de los 18 billones de dólares, y su propósito de reducirla. En cuanto a las protecciones sociales, quiere mantener los programas Medicare y Medicaid –protecciones sanitarias públicas para niños, ancianos y personas sin recursos– y la Seguridad Social sin recortes. Respecto al inmigración fue taxativo: “Acabaré inmediatamente con la orden ejecutiva ilegal del presidente Obama sobre inmigración, inmediatamente”. No creo que esto le granjee muchos votos en la cada vez más importante comunidad latina en EE.UU, al contrario. Aunque este segmento de votantes ha sido habitualmente caladero de los demócratas, y no ha estado presente en el primer plano del discurso republicano, los buenos estrategas políticos son conscientes de que no pueden ganar unas primarias, ni mucho menos unas elecciones presidenciales, con este colectivo enfrentado. Por eso, la mayoría de los candidatos republicanos han suavizado sus posiciones respecto a cómo gestionar el problema de la gran bolsa de inmigrantes ilegales. No ha sido el caso de Trump.
Como es habitual en las candidaturas republicanas, Trump no se olvidó del papel de las Fuerzas Armadas. Mencionó a ISIS, el actual coco de EE.UU. en Oriente Medio que sigue justificando la guerra contra el terror iniciada tras los atentados del 11-S, y el debilitamiento de Al-Qaeda. “Nadie sería más duro con ISIS que Donald Trump. Encontraré entre nuestros militares al general Patton o al general MacArthur, encontraré al tipo adecuado […] que conducirá al ejército y lo hará funcionar. Nadie, nadie nos avasallará”. También dijo que cuidaría de los veteranos, jubilados del servicio activo, un colectivo que suele reivindicar mayor atención del gobierno.
Trump anunció la defunción del sueño americano, la necesidad de resucitarlo, y se mostró como un ejemplo vivo: un hombre respetuoso con su familia, hecho a sí mismo, ambicioso, que ha conseguido gran éxito desde una posición de inicio en una empresa familiar que operaba en barrios periféricos de la ciudad de Nueva York.
“Empecé en una pequeña oficina con mi padre en Brooklyn y en Queens […] Él era un gran negociador. Aprendí mucho sólo de estar sentado a sus pies, jugando […] escuchándolo negociar con subcontratistas. Pero solía decir: ‘Donald, no vayas a Manhattan. Allí están las grandes ligas. Nosotros no sabemos nada de eso. No lo hagas’. Yo dije: ‘Tengo que ir a Manhattan. Tengo que construir esos grandes edificios. Tengo que hacerlo, papá. Tengo que hacerlo’. Y después de cuatro o cinco años en Brooklyn, me aventuré en Manhattan e hice negocios maravillosos: el Grand Hyatt Hotel”.
El discurso de Trump fue precedido de una breve introducción de su hija Ivanka. Entonces Trump entró en escena con su mujer Melania por un nivel superior de la sala y bajó por unas escaleras automáticas con la canción Rockin’ in the free world, del canadiense Neil Young, de fondo. Poco después, el representante de Young anunció que Trump no tenía el permiso del artista para utilizar su canción. Parece que Trump no contará con el rock and roll de su lado en su campaña.