Francisco J. Martínez-López. Inicio estas líneas con la sensación de haberlas escrito ya. He dado un repaso rápido a lo ya publicado, pero no me ha parecido ver nada relacionada. Quizá lo que suceda es que haber pensado compartirlas en varias ocasiones ha permanecido como un recuerdo confuso que ahora me induce esta sensación. Se me ocurre empezar la historia por varios puntos, unos más personales, otros menos. Me decanto por lo segundo, y ya iré mezclando conforme vaya escribiendo. De entrada sé, no obstante, que el contenido final de este artículo no hará justicia a todo lo que me gustaría decir acerca de su protagonista, Joe Strummer, desde la admiración y el tipo de afecto que se puede tener a un artista que no se ha conocido en persona, pero cuya obra y planteamientos vitales se han aprehendido de lo publicado.
Hay canciones que nos acompañan toda la vida. Las identificamos al instante de escucharlas, aunque no las entendamos, porque la letra está en inglés, ni seamos capaces de decir poco más aparte del nombre del grupo; en estos casos, las fisonomías de sus componentes y discografía, salvo alguna canción suelta, que puede incluso que no asociemos con la misma banda, suelen ser ignoradas. Esto es más frecuente cuánto más antigua es la banda. Estoy hablando del gran público y en España –aunque podría ser extrapolable a otros muchos países–, por supuesto, no del individuo que está más implicado con la música, sobre todo con el estilo musical de la canción.
Un ejemplo de esto puede ser la canción Should I stay or should I go. Por el título, a muchos puede que no les suene, pero estoy seguro de que escuchar sólo unos segundos su estribillo, donde estas palabras se ubican, sería suficiente para identificarla. Es parte del disco Combat Rock (1982), penúltimo álbum de estudio del grupo inglés The Clash, en mi opinión, la banda más destacada e influyente del movimiento punk británico iniciado a finales de los setenta; por cierto, éste es uno de las pocas canciones en que Strummer no es la voz principal; su contribución vocal aquí se limita a los coros en español de fondo. Los mensajes reivindicativos de las letras de sus canciones y la mezcla de estilos musicales que armonizaron en sus discos fueron únicos. Antes de ese álbum, hubo tres o cuatro más, entre los que destaca el doble disco London Calling (1979); ahí se encuentra una canción homónima que también debe sonar a muchos, aunque no sepan que es de este grupo, si no lo conocen por el nombre, o del mismo grupo de la otra canción. La vida activa de esta formación fue aproximadamente de una década; siete álbumes de estudio en total, incluyendo las ediciones británica y estadounidense de su primer disco.
Yo me encontré en esta situación de ignorancia. Recuerdo una noche de mis primeros meses de estudiante en Granada; quizá no había cumplido aún los 18; debió ser en el otoño de 1993, puede que más tarde. Fui a un pub de la calle Sol, Ruido Rosa, porque alguien me dijo que solían frecuentarlo los miembros de un grupo granadino que seguía bastante en esa época, 091; de otros te llegaba que era propiedad de algunos de ellos, o que alguno de los que se habían incorporado al grupo en su época final trabajaba incluso de camarero allí; eran las historias que corrían entre los jóvenes. Aunque tampoco terminaba uno de ponerles caras precisas, más allá de las pocas imágenes de mala calidad impresas en algún poster promocional en blanco o en la portada de algún disco que tenía. Llegué al pub al principio de la noche y eché un vistazo entre los pocos que había. Ninguno me pareció que fuera del grupo, tampoco en la barra. Pregunté al camarero, creo recordar, un tipo atento que vestía ropa vaquera ajustada y descolorida, con algunas reminiscencias moteras clásicas que recordaban a los aficionados a las motos custom; efectivamente, rara era la noche de fin de semana, debía ser un sábado, que no se pasaba por allí alguno del grupo. Pedí un tubo de cerveza e hice tiempo en la barra; por aquel tiempo bebía. Hablaba con el camarero de vez en cuando; no tenía mucho trabajo. Me terminé pidiendo varios tubos. Recuerdo que le pregunté con qué frecuencia subía a la Alhambra, esperando que me respondiera que todas las semanas, o algo así. Él me miró extrañado y dijo que no subía nunca, a lo que yo respondí con mayor extrañeza; en esa época, estaba hechizado por Granada y su simbología, por las canciones de este grupo granadino que empecé a escuchar el año antes en mi pueblo, en el último año de instituto; entonces la entrada a la Alhambra era gratuita para los de la ciudad los domingos, y no se daban esos problemas de colas; yo subía mucho a la Torre de la Vela. Pero cuando el tiempo pasa, y no es necesario que pase mucho, uno se acaba inmunizando ante maravillas como ésa, y vive en la ciudad sin reparar en ellas; aunque en los momentos más inesperados, doblas una esquina, te sorprende un segundo plano de la Alhambra, y tomas conciencia inmediata del privilegio de verla en directo. Fue perfectamente razonable la reacción del camarero ante mi pregunta.
Comenzaba ya a sentir los efectos del alcohol y, quizá por ese incipiente estado de desinhibición etílica, por la mayor complicidad con el camarero tras varios tubos, o por ambas cosas, la lengua empezó a soltárseme. Había una foto en blanco y negro en primer plano de alguien de piel blanca, ojos medio entornados y pelo grasiento, repeinado hacia atrás por los laterales y una especie de tupé acaracolado. Pregunté al camarero quién era. Me dijo un nombre inglés que no me sonaba de nada, con la pronunciación típica de un español del sur; nada que ver con la original; como me lo dijo, sonaría algo así como “Lloe Estramer”; en mi inglés de esa época, nulo, no lo habría pronunciado mejor. Sólo pude recordar el nombre; el apellido lo olvidé al instante por no tener proximidad a ninguno de los apellidos ingleses comunes que escuchaba en las películas; lo recordé muchos años después, cuando comencé a interesarme por él; aunque no es un apellido, sino un apodo que él mismo se puso; luego lo explico. “No lo conozco”, respondí. “El cantante de los Clahh”, me aclaró, con un sonido de h aspirada al final. Pero en ese tiempo, el nombre de esta banda también me sonaba poco. Debía estar en esa categoría de personas que conocía la canción Should I stay or should I go, pero no le ponían nombre al grupo. Aunque daba igual. Yo estaba allí para ver si conocía en persona a alguno de los de 091; fueron llegando algunos al final, los más jóvenes, las últimas incorporaciones, y también su técnico de sonido de las giras. Hablé con ellos, aunque tengo un vago recuerdo de esto porque estaba ya pasado de cervezas.
En ese pub había una foto de Strummer, no ya porque fuera ídolo y referente musical de varios de la generación de bandas locales de esa época que lo frecuentaban, que también, sino porque habían tenido la increíble fortuna de conocerlo en Granada e iniciar una relación personal con él. Ese año cayó en mis manos el disco Más de cien lobos (1986), uno de los primeros de 091, creo que su segundo; había una canción que me encantaba: En la calle. Recuerdo comentárselo a uno de estos colegas, como la mayoría de la época, sin móviles ni teléfono en los pisos de alquiler, que no sabía dónde vivía ni cómo localizarlo, pero que me solía encontrar en uno de los garitos subterráneos que frecuentaba. Cuando le mencioné este disco, me dijo que en la rumorología estaba que uno de The Clash había producido ese disco. Otra vez salía el nombre de esta banda. En mi ignorancia, lo poco que me podía imaginar era que el cantante de un grupo inglés famoso había producido un disco a unos chavales de Granada; en la época del disco, estaban empezando. No me lo terminaba de creer; mi colega tampoco, pero me lo dijo porque era lo que se escuchaba. Intentaba imaginarme cómo se habría presentado la oportunidad para que se diera esta situación. Se decía que el cantante frecuentaba la ciudad; algunos incluso aseguraban haberlo visto recientemente. Todo era como muy fantasioso, aunque en los meses siguientes tuve conversaciones con personas, incluso algunos del propio grupo 091, que me confirmaron, sin entrar en muchos detalles, la veracidad de esto; todo el trabajo de producción de Strummer, por cierto, fue ignorado estúpidamente por la discográfica; la edición lanzada al mercado no tenía sus mezclas; algo insólito y, por resumirlo en una expresión ilustrativa, de catetos y cortos; me gustaría saber quién o quiénes fueron los lumbreras que decidieron ignorar, en esa producción del segundo disco de un grupo de jóvenes desconocidos españoles –y por esta bisoñez no pudieron imponerse a la discográfica en esto–, las recomendaciones y atenciones, por dispersas que pudieran haber sido, de un genio como Strummer.
Años después, más de una década, con todo esto latente en mi cabeza, topé con un doble CD recopilatorio de The Clash. Lo compré y empecé a escucharlo repetidamente. Eran pocas las canciones que conocía, como las comentadas anteriormente. Ése fue el momento en que entré en otro nivel de conocimiento de la banda; ya había escuchado su música. Pero no fue hasta hace un año cuando me interesé por la figura de Joe Strummer, cantante y líder de la banda, a partir de un documental que casualmente vi sobre él; uno de los varios en inglés, creo que sin versión en español o con subtítulos, que se han producido. Quise conocer más y me hice con su biografía Redemption song: the Definitive biography of Joe Strummer (2012). Y pendiente tenía, hasta ayer, el documental: Quiero tener una ferretería en Andalucía (2011), de cuya existencia supe el año pasado, por un conocido de Barcelona que fue a su presentación en una sala cultural de El Rabal; este documental, de manufactura nacional, hace una aproximación sobresaliente a la historia y vida personal de Strummer en el sur de España, Granada, pero, sobre todo, San José y el Parque Natural del Cabo de Gata-Níjar (Almería); intervienen multitud de personas próximas al artista que cuentan de primera manos sus experiencias.
Joe Strummer, de nombre real John Graham Mellor, tuvo una infancia extraordinaria. Hijo de diplomático británico, nació en Ankara (Turquía), y de pequeño vivió en otros países más. Todo esto, sin duda, explica mucho de su personalidad abierta y empática, pero también inconformista, reivindicativa y creativa; absorbía la información con rapidez y tenía el don de ver el potencial artístico de muchas cosas. Su infancia tardía y su adolescencia las pasó en un internado inglés, alejado de sus padres, que por el trabajo paterno, se encontraban en un destino diplomático extranjero; el gobierno británico le pagaba el desplazamiento para que los viera una vez al año. También pasó por el trauma del suicidio de su hermano mayor.
Ya de adulto, tuvo unos escarceos con los estudios de arte en Gales, pero los acabó dejando. Allí empezó a tocar en una banda y tuvo varios trabajos temporales menores; entre otros, enterrador en un cementerio. Volvió a Londres. Estuvo viviendo de ocupa en el 101 de Walterton Road. De ahí salió el nombre de su primera banda, The 101’ers (los ciento uno). En aquella época lo habitual era tener un mote, y él se hacía llamar “Woodie”; se piensa que por el cantante folk estadounidense Woody Guthrie; uno de los referentes de joven de Bob Dylan, por cierto. Pero no tardó en cambiárselo al de “Strummer” o rasgueador, palabra que definía lo que él decía que hacía con la guitarra, más rasgar las cuerdas que tocarlas; sus habilidades eran más de guitarrista rítmico que solista, quizá porque era zurdo, pero tocaba con la guitarra en la posición de los diestros, porque un colega le enseñó así al principio; habitualmente, toco con una Fender Telecaster, desde el principio hasta el final de su carrera, con su banda The Mescaleros. Le costó tiempo cambiar el hábito de llamarlo “Woodie”, y se enfadaba cuando alguien lo hacía. Esos fueron los años previos a la eclosión de la figura. Entonces conoció a dos hermanas andaluzas, Esperanza y Paloma; la segunda tocaba la batería en un grupo y fue pareja de Strummer un tiempo. Estas dos hermanas, y la estrecha relación que tuvo con ellas –le hablaban mucho de Granada y de Lorca–, fueron el origen, lo que explica las palabras en español sueltas en algunas canciones de The Clash (Ej.: Should I stay or should I go), la temática española de canciones (Ej.: Spanish bombs, en London Calling, 1979), y que Strummer acabara por recalar en el sur de España.
En sus años finales, previos a su último disco Cut the Crap (1985), The Clash ya no contaba con dos de sus componentes habituales: Mick Jones, guitarra y compositor con Strummer de la mayoría de las canciones, expulsado de la banda por diferencias con Strummer, algunos piensan que instigadas por Bernie Rhodes, el productor de la banda –es la voz principal en Should I stay…, por cierto; y Topper Headon, batería, que dejó la banda por problemas con la heroína. Había tensiones fuertes entre Strummer y Rhodes, que llevaron a Strummer a quitarse de en medio para reflexionar justo antes de la salida del disco. En ese tiempo, la tecnología de las comunicaciones y los medios para localizar a una persona eran precarios. Era fácil salir de la escena y estar ilocalizable. Ahí fue cuando se ocultó una temporada en Granada, una ciudad con la que probablemente sentía que tenía una cuenta pendiente. Se dejó ver por la escena joven, conoció y socializó con unos novatos 091 –en su formación inicial de J.I. García Lapido, J.A. García, Tacho González y Antonio Arias, años después fundador de Lagartija Nick–, a Jesús Arias, hermano de Antonio, y a otros desconocidos, personas sin fama posterior con quienes hizo buena relación. Entre las varias anécdotas que cuenta Jesús Arias en el documental, hay una que destaco por graciosa. En ese tiempo había un músico callejero que por lo visto tenía dotes especiales para la música. En una conversación con Jesús, salió The Clash, y él le dijo que conocía a Strummer, que se pasaba por Granada de vez en cuando. Él no se lo creyó, claro. En un momento posterior que vino Strummer, tomando cervezas en el Campo del Príncipe, Jesús vio aparecer a esta persona y lo llamó para que se acercara. Le presentó a Strummer, pero él seguía sin creérselo. Por lo visto, Strummer hizo una defensa beligerante de su identidad, y aseguraba que sí, que él era Joe Strummer, pero él músico callejero seguía sin darle crédito; eran otros tiempos, sin televisión por cable, ni difusión generalizada de los músicos extranjeros en las cadenas nacionales de televisión. Pero como Strummer insistía, el colega le dijo que, si era verdad, que lo demostrara, y empezó a tocarle canciones de The Clash con la guitarra, a ver si era capaz de cantarlas. Strummer hizo una interpretación muy sentida, y acabó bien compenetrado en la actuación con el músico callejero. Al final, éste dijo algo así como: “Pues va a ser verdad que es Joe Strummer”. Cuenta Jesús, también, que unos turistas ingleses pasaron y les echaron unas monedas espontáneamente porque clavaban a The Clash, dijeron.
Hay otra que también menciona Jesús, y que se detalla en su biografía. Uno de los propósitos principales por los que Strummer visitó Granada fue encontrar la tumba de Federico García Lorca. En una de sus visitas posteriores a la primera, creo que en esa ocasión conducía el famoso Dodge Dart de segunda mano plateado con techo de vinilo que compró en Madrid –en un momento posterior, metió el coche en un parking de Madrid, pero luego no fue capaz de encontrarlo porque estaba borracho cuando lo dejó y no se acordaba del sitio con precisión; lo buscó durante varios días, e incluso aprovechó alguna entrevista que años después le hizo Radio 3 para pedir ayuda a la audiencia para encontrarlo, pero nunca apareció–, el coche español-americano, como él lo llamaba, posiblemente utilizando dinero que pidió prestado a Santiago Auserón, cantante de Radio Futura. El caso es que Jesús lo llevó al sitio, pero antes Strummer quiso pasar por Víznar para comprar pilos y palas para desenterrarlo. Ante tal ocurrencia, Jesús trató de disuadirlo, sabedor de lo imposible de la empresa; le sugirió ir primero al terreno para que lo viera y, si él creía que podía saber dónde cavar, entonces volverían y comprarían las herramientas. Al llegar al sitio, Strummer entendió la sugerencia de Jesús y se resignó. El lugar le sobrecogió: “Puedo oír los gritos de los muertos”, dijo. No podía concebir que aquel paraje fuera lo último que vieron los ojos de Federico. Jesús lo sorprendió agachado bajo un árbol, con las lágrimas saltadas, y liándose un porro. Joe dijo: “Me prometí a mí mismo que, si un día visitaba la tumba de Lorca, me fumaría un porro en su honor. Mientras escribía Spanish bombs en un avión, hice esta promesa. Esto va por ti, Federico”. En otra visita posterior, en diciembre de 1985, Strummer volvió a Granada, y regresó con más amigos al lugar en que se cree que está enterrado Lorca. Allí cantó Spanish bombs a capela y se fumó otro porro. Parece ser, por cierto, por lo que cuentan conocidos, y, a pesar de las historias de vicio que rodeó a Strummer, especialmente durante su época en The Clash, que lo más fuerte que tomaba, aparte de beber alcohol, eran los porros.
Por esa época, Strummer también exploró la zona del Cabo de Gata, en Almería. Su viuda Lucinda contaba que la llegada a San José fue una casualidad. Estaba por la zona, visitando la costa con su esposa anterior, Gaby. Echó gasóleo al vehículo por una confusión lingüística en lugar de gasolina; entendió que Gasoleo A (diésel) era gasolina. Sacó el combustible con una goma; al principio chupó para que saliera, y se le llenó la boca de gasoil. El mal gusto de la boca no se le iba, así que decidió parar en un pueblo que se encontró para tomarse unas cervezas y quitárselo. Ese pueblo era San José. Luego fue a Ibiza, para ver a la madre de Gaby, y ya volvió a Inglaterra. La disolución de The Clash no tardó mucho tras eso; Joe, aparte de las discrepancias con el manager de la banda y la sensación de que The Clash había perdido su identidad, estaba atravesando por un momento personal difícil; su padre había muerto hacía poco y su madre estaba a punto de hacerlo.
Pero algo de Strummer quedó en esas tierras áridas almerienses. Compró una casa en San José y pasó con su familia todos los veranos desde entonces, mediados de los ochenta, hasta su muerte, como uno más. Allí solía celebrar su cumpleaños en agosto con sus amigos del pueblo, cuyos hijos, ahora adolescentes y postadolescentes, recuerdan cómo se divertían con él cuando eran pequeños. Le gustaba mucho jugar con ellos.
Murió a los 50 años de un infarto, por una cardiopatía congénita, en su casa de Somerset, Inglaterra, el 22 de diciembre de 2002, día de la Lotería de Navidad en España, justo después de volver de sacar a pasear a sus perros. Algunos de sus amigos se encontraron christmas de su puño y letra en sus buzones días después de su fallecimiento.
En este documental que comento de la ferretería –su título se debe a un anhelo que tenía el artista para cuando tuviera más años–, uno de los autóctonos de la zona, quien, por la edad que aparenta en el vídeo, debía tener veinte y pocos de años como mucho cuando lo conoció en los ochenta, decía que no fue hasta su muerte, por lo que vio en los medios, cuando empezó a creerse eso que se comentaba de que era alguien famoso… Esto pudo ser una muestra de la vida normal que haría Strummer allí; era el amigo extranjero que veraneaba en el cabo, inquieto, amable, hablador, industrioso, divertido y sensible, que se emocionaba paseando por las plazas de barriadas como Fernán Pérez, escuchando flamenco, o intentando entenderse con los ancianos, con su pequeño diccionario bilingüe en la mano, porque nunca pasó de chapurrear español. Pero Strummer era una estrella de la música. En 1982, The Clash ya había tocado en un repleto Shia Stadium, antiguo estadio de los Mets en Queens, en Nueva York, como grupo telonero de The Who. En 2003, la revista Rolling Stone ubicó el álbum London Calling (1979) en el número ocho del ranking de los 500 mejores álbumes de todos los tiempos. En el homenaje de los premios Grammy en su edición de 2003 a los músicos fallecidos durante el año, Joe fue el último recordado en la pantalla gigante del escenario. Segundos después, los acordes iniciales de la canción London calling irrumpieron estruendosamente, la pantalla descendió, y se descubrió el conjunto de músicos que tocaban, con los siguientes relevándose en las voces: Bruce Springsteen, Elvis Costello, Steven Van Zandt (E Street Band) y Dave Grohl (Foo Fighters, Nirvana); Springsteen fue quien comenzó a cantar; antes dijo: “This is for Joe”. En 2003, The Clash entró en el Rock and Roll Hall of Fame; the edge (U2) fue su padrino en la ceremonia de investidura. En un pequeño discurso introductorio, dijo:
“No creo que sepáis cómo de grande es esta banda. Me encanta esta banda. Y para mí, sin duda, es, junto con los Stones, la banda de rock and roll más grande de todos los tiempos […] Lo sé porque los vi. En 1977, en una pequeña sala en el Trinity College de Dublín, y de hecho cambió mi vida. Bono estaba allí, Adam, Larry, todas las bandas locales. Podíamos tener unos diecisiete años entonces […] Al final de la noche, Dublín era un lugar distinto porque para cada uno allí, ese concierto fue una especie de despertar. Todos vislumbramos algo, algo lejano pero alcanzable, un presentimiento de posibilidades, en parte políticas, en parte musicales, en parte personales, pero todas completamente inspiradoras. La revolución había llegado a la ciudad. No tengo ninguna duda de que Sunday bloody Sunday no habría y no podría haber sido escrita si no fuera por The Clash”.
No sé si estos datos y nombres dirán algo a este almeriense, conocido de Strummer. Son sólo una muestra del icono de la música con quien compartían temporada estival; es una muestra de lo llano que era Strummer, y de cómo se relajaba cuando estaba en el cabo.
Me habría gustado saber todo esto mucho antes, para haberlo buscado algún día de verano en San José y conocerlo. No tengo duda de que habría sido un tío enrollado y, dependiendo de cómo le hubiera cogido, hasta habríamos podido echar un rato largo. Pero, aunque soy natural de Almería, la frecuento poco; además, las playas del Cabo de Gata, y San José, eran desconocidas por mí, al menos por mi yo consciente, hasta años después de su muerte; aunque ahora las conozco bien.
El verano pasado estaba en algún lugar público de Nueva York, que no soy capaz de precisar ahora, quizá un parque, pensando en Strummer, Granada y el Cabo de Gata. Yo llevaba varios años huyendo de todo aquello, más de Granada, buscando aire limpio allí –en un sentido metafórico, claro; en Manhattan el aire no es puro, precisamente–, y lo paradójico que era que, de todos los sitios posibles del mundo, Strummer, con la posibilidad de estar en muchos, había elegido mis lugares de procedencia para desconectarse de la fama parte del año, quitarse el apodo, y ser sólo Joe. Me dio que pensar. Allí decidí volver algún verano a San José y buscar su recuerdo entre los que lo conocieron. Lo tengo pendiente. Es curioso, pero entonces tampoco sabía que Strummer también debió haber estado en Nueva York pensando en el Cabo de Gata y, probablemente, Granada. En el verano de 1986, Strummer estuvo un tiempo en Nueva York, ayudando en la producción de un disco de la banda BAD, el proyecto musical en que se embarcó su colega Mick Jones tras salir de The Clash, en unos estudios de Manhattan, y, la tarde del día siguiente de volar de vuelta a Londres, viajó a Almería para iniciar el rodaje de la película Straight to hell.
Joe Strummer permanecerá siempre en el espíritu del Cabo de Gata. Sus hijas Jazz y Lola esparcieron sus cenizas al viento en un acantilado próximo al Bar de Jo en Los Escullos; acabo de saberlo, al acelerar la lectura de sus memorias y llegar hasta el final. Curioso se queda corto para definir el hecho: la historia de mi primera novela empieza justo ahí, y la escribí antes de saber todos estos detalles sobre la vida de Joe. Fue meses después de terminar el manuscrito cuando me adentré por casualidad en ella, al ver un documental que me inspiró para introducir una cita suya al principio. Y ahora esto… Es como si hubiera existido algún tipo de conexión cósmica. Son estas casualidades las que a veces me hacen pensar que hay fuerzas sobrenaturales que intervienen en el desarrollo de nuestras vidas.
This is also for Joe.