EBN. El periodista y bibliófilo onubense, Juan Carlos León Brázquez, ha presentado en Astorga (León) una de las más completas exposiciones que se han hecho nunca sobre Platero y yo, ya que en la Biblioteca Municipal de la localidad leonesa han quedado, hasta el próximo 3 de mayo, 200 ediciones elegidas de su colección particular.
Joyas como tres ediciones de 1917, entre las que se encuentra el ejemplar número 20 de una tirada especial de solo 100 ejemplares en papel de hilo; o las primeras traducciones estadounidenses de 1922; o todas las que Espasa-Calpe hizo en España y América antes de terminar la Guerra Civil; o la edición holandesa en español de 1945; o la primera traducción completa de la obra a otra lengua (al italiano) de 1943; o versiones a otras lenguas tan llamativas como al esperanto, al hebreo, al turco, al sueco, al polaco o al japonés, además de las más conocidas al inglés, alemán, portugués o francés; o las primeras que se hicieron al vasco (1953), al catalán (Blanquet i Jo) y al gallego; o las que la ONCE ha hecho al sistema Braille; o las históricas de Losada en Argentina, con tres ilustradores diferentes; o un amplio abanico de ediciones realizadas en Iberoamérica (Argentina, Chile, México, Colombia, Venezuela, El Salvador, Uruguay), incluyendo algunas clandestinas fuera de catalogación. En fin un amplio recorrido a través de un libro único universal, del que en 2014 celebramos el Centenario de la ‘edición menor’ o corta, que Juan Ramón Jiménez entregó para la Colección Biblioteca de Juventud, de la editorial La Lectura.
A este respecto, Juan Carlos León ha tenido la ocasión de explicar en una conferencia y en charlas en varios colegios astorganos cómo hubo que esperar a la edición de 1917 para entender porqué el propio Juan Ramón insistía, en la primera edición breve, en que él “no había escrito un libro para niños”. La amplia crítica social y su visión de algunos aspectos de la vida cotidiana de Moguer, lo alejaban de ser un libro específicamente para lectores menores. La contundencia en los análisis de algunas consideraciones sobre la vida rural de su pequeño pueblo andaluz no gustaron mucho al franquismo, que silenció el libro retirándolo de bibliotecas y escuelas públicas.
Dice León Brázquez, que “el hecho de que JRJ se sintiera profundamente republicano y que desde su exilio se dedicase a ayudar a la República, le atrajo las antipatías del régimen nacido tras la Guerra Civil española, que no solo impidió que Platero y yo se pudiera leer en los espacios públicos culturales, sino que llevó a que un grupo de falangistas saquearan su domicilio madrileño, haciendo desaparecer la obra inédita del poeta, manuscritos, libros y objetos personales, hasta el punto de que todavía no se ha recuperado el retrato que, en 1916, le hiciera Vázquez Díaz, y por el que muchos conservamos en la memoria la imagen del poeta. Si lo conocemos –agrega- es por la fotografía que el propio Juan Ramón hizo del retrato antes de exiliarse a los Estados Unidos”.
El periodista onubense se mostró dispuesto en Astorga a continuar divulgando la obra del poeta llevando sus libros a dónde se lo pidiesen y contó las vicisitudes que el matrimonio Zenobia-Juan Ramón pasó en el exilio, negándose a volver en vida a España. Justo antes de presentar su exposición, León Brázquez señaló que había tenido un encuentro en Sevilla, con el catedrático Antonio Garnica, quien le confesó que asistió en Moguer al entierro (también lo hizo Vázquez Díaz) y que aquello para las autoridades oficiales fue como un entierro privado “como si no existiese”. Y eso que el poeta ya era Premio Nobel de Literatura.
El periodista ya aprovechó el Año Platero para inaugurar en noviembre de 2014 el Encuentro de Escritores de la Sierra, y en diciembre, en el cumpleaños de Juan Ramón Jiménez, se acercó hasta Nerva para exponer el silenciamiento del poeta por su compromiso republicano. “No fue ‘paseado’ como Lorca, ni murió en soledad como Antonio Machado, en el aluvión del primer exilio, en una triste pensión de Collioure; ni en la cárcel, como Manuel Hernández, tras recorrer uno tras otros, los más negros presidios del franquismo. Murió –dice León Brázquez- en su largo exilio sin renunciar al espíritu libre que impregnó toda su vida, con la dignidad moral y ética de su compromiso con los valores del hombre”.