Marta Quesada Vaquero. Batavia, historia de un naufragio es una propuesta teatral de acción dramática escrita por David Barrocal y Almudena Ocaña. Fue estrenada en el mes de mayo de 2014 en la Sala Kubik Fabrik de Madrid con un gran elenco de actores: Samad Madkouri, Ruth Carreras, Iñaki Díez, Nuria Landete, Juan Carlos Reina y Rodrigo Ramírez; bajo la dirección de Barrocal.
Tras una larga estancia en la sala principal del Teatro Lara, con una acogida espectacular del público a pesar del horario intempestivo y el frío de los meses de noviembre, diciembre y enero de ese mismo año; este navío se embarca próximamente en una gira a nivel nacional durante los próximos meses de abril (Albacete, 16), mayo (Aranjuez, 15), septiembre (Madrid, 26), octubre (Almería, 16), noviembre (Puerto Real, 6) y diciembre de 2015 (Gira Canarias, fechas por concretar).
La elección de llevar a escena este texto inédito basado en una historia verdadera del siglo XVII en la que se muestra un naufragio real que sucedió el 4 de junio de 1629, cuando el gran buque Batavia de la Compañía de las Indias, que había partido de Holanda en una ruta comercial, naufragó al colisionar con un arrecife de corales en el archipiélago de las Abrolhos (sudeste de Australia), y que la crítica compara amablemente con El señor de las moscas y Trafalgar de Benito Pérez Galdós; es, además de una buena historia, una noticia muy actual en el ámbito geográfico australiano debido a que el pasado 13 de febrero de este mismo año fueron hallados restos del sangriento motín del Batavia tal y como interpretan los actores de la compañía ErreQueErre Teatro. Una ficción teatral muy importante para recordar que, aunque esta historia sucedió hace mucho tiempo, no se aleja considerablemente del mundo real de hoy en día en sentido metafórico. También en sentido literal, debido a la crisis económico-social ante la que nos encontramos y con la que, a pesar de afectarnos directamente, no actuamos como deberíamos aceptando los hechos con indiferencia. Batavia, símil a un espejo, quiere reflejar lo contrario. Quiere hacernos ver que debemos luchar a pesar de las adversidades y que, aunque la vida es injusta, merece la pena vivir.
Amor, crueldad, odio, violencia, tiranía, mandato y obediencia; podrían ser algunas de las palabras claves para definir este drama narrado retrospectivamente y que estilísticamente se marca mediante unas coreografías creadas por Raquel Carrillo y acompañadas por una banda sonora original de Jordi Ballarín, la cual conecta con el público instantáneamente. Estas composiciones artísticas están muy logradas y selladas por los actores. Un trabajo de cuerpo vistoso y colorista gracias a la iluminación minuciosamente meditada por el director y llevada a cabo por Ariel D. Zeitunlian, que combina los colores azul y rojo con un oscuro de sombras a través de un ciclorama central.
El vestuario, documentado y diseñado por Alba Toajas con la ayuda en los figurines de Alexis Valda y la mano de obra de la modista Yaneth Soler, transporta perfectamente al espectador al mundo del siglo XVII. A estas notables vestiduras debe sumarse el trabajo de maquillaje realizado por Lilian Barba, la cual ha ideado unos rostros pálidos y ojerosos muy acordes para la ocasión. Además, ha logrado caracterizar al actor Iñaki Díez para que doble su edad con una barba poblada, blanca, real y descuidada que en muchas ocasiones los caracterizadores se dejan en el tintero.
Anillos, sandalias e incluso dientes también son útiles usurpados por Jan (Rodrigo Ramírez), uno de los niños supervivientes al naufragio en un escenario minimalista, análogo a una isla desierta donde elementos portátiles van entrando y saliendo de escena lo que hace que se valore mucho más el trabajo de los actores, los cuales llenan el escenario sin apenas material artístico. Agraciada decisión del director para conectar a su vez con la sociedad del momento: no hace falta llenar el escenario de objetos porque ya está lleno de vida y ya está lleno de muerte. Una tina con agua, un baúl, una sábana y unas armas de madera; parecen materiales sencillos ante el público pero estos elementos van mucho más allá: el baúl alegóricamente esconde los secretos de los personajes, se abre y se cierra en reiteradas ocasiones para ilustrar que en la vida hay oportunidades que no debemos dejar escapar; las armas son elementos de rebelión, hacen ruido, molestan y enfadan a los tiranos de la isla. De la misma forma, el agua en la tina lava la sábana a priori ilustrando un símbolo de pureza pero, a su vez, nos aboca a la mismísima muerte.
Así es el escenario de Batavia, simple y complejo a la vez. Por eso hay que valorar la brillante labor del director que se ha atrevido a llevar a escena un texto inédito y complejo, un drama que apuesta por un público atento y amante del buen teatro. Para entender el texto no hay que quedarse en lo superficial. Lo intertextual es, si cabe, aún más importante. David Barrocal ha realizado una propuesta innovadora al jugar con el tiempo narrativo y ejecutar un doble juego arriba en el escenario y abajo en las butacas que el espectador solo podrá ver si asiste al espectáculo.
Por otro lado, destacaría la magnitud de Samad Madkouri que hace que su personaje coja fuerza en los momentos durísimos de la obra en los que su cuerpo empapado en sudor hace su personaje muy verídico. No me olvidaría de la bellísima voz de Ruth Carreras interpretando el papel de Lucrecia en un escenario a oscuras e iluminado por una vela. Tampoco del monólogo de Judick interpretado por Nuria Landete que eriza la piel a cada instante. La dureza y la exigencia del pastor (Iñaki Díez), que siguiendo la voz de Dios (¿qué Dios?) envía a su esposa hacia un precipicio insano. La constancia de hacerse valer del pequeño Jan (Rodrigo Ramírez) y la polivalencia de Juan Carlos Reina a la hora de interpretar varios personajes entre los que destacan Pelsaere y Jacobs.
Supervivencia es el lema del Batavia. Un guiño teatral a la corrupción y la tiranía opresora que lleva acechándonos desde hace muchos siglos y que el ser humano, por mucho que lo ha intentado, no ha podido o querido evitar. No se puede pedir más a una obra de teatro dramática porque Batavia, historia de un naufragio lo tiene todo: un texto memorable espectacularmente llevado a escena y una coordinación actoral incapaz de dejar indiferente al espectador.