Redacción. La cueva cántabra de La Garma sigue aportando valiosa información sobre el pasado prehistórico de la región y sobre el cambio climático. El estudio más reciente, en el que han participado investigadores de la Universidad de Cantabria, ha permitido reconstruir cómo se desplazaban los vientos y qué presiones predominaban en el sur de Europa, gracias a los datos obtenidos de una de las estalagmitas de la galería inferior de la cavidad.
Este trabajo sobre la circulación atmosférica al final de la última glaciación ha sido publicado en la prestigiosa revista Earth and Planetary Science Letters, con la firma de un equipo científico interdisciplinar de las universidades de Cantabria, Durham, Dublín, Birmingham, Bristol y Londres, así como del Instituto Max Planck de Leipzig. Por parte del Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de Cantabria (IIIPC) han participado los investigadores Pablo Arias, Roberto Ontañón, Marián Cueto y Cristina García-Moncó.
El análisis de la estalagmita arroja información sobre el clima de hace 12.846 años, al inicio del Dryas Reciente, que fue un período de brusco enfriamiento al final de la última glaciación, en el Pleistoceno. Entonces, el frente polar se desplazó hacia el sur, afectando plenamente a Cantabria. La tendencia cambió entre 12.150 y 11.800 años antes del momento actual, cuando los vientos del Atlántico se desplazaron de nuevo hacia el norte, dando lugar a un predominio de las altas presiones en el sur de Europa.
“Estos resultados han sido posibles gracias a la aplicación, por parte del equipo encabezado por Lisa Baldini, de modernas técnicas de análisis geoquímico (magnesio, isótopos estables de oxígeno y de carbono) y a la extraordinaria calidad de las estalagmitas de La Garma”, explica Pablo Arias. Éstas permiten reconstruir la evolución del clima con una precisión inferior a un año, con lo que están proporcionando información muy valiosa para comprender los mecanismos que gobiernan el cambio climático.
La gran estabilidad ambiental de la cueva ubicada en Omoño (Ribamontán al Monte), aislada desde la última glaciación, no sólo ha permitido conservar las pinturas y los suelos paleolíticos en un estado “único en el mundo”, sino que “ha producido un registro climático excepcional, uno de los mejores de Europa en su género”, según Arias.