Francisco J. Martínez-López. Vengo de tomarme un café. La mayor parte del tiempo la he pasado liberando esa inspiración incontenible que me viene a veces y me obliga a escribir unos versos que me asaltan. Es como una descarga que tengo que hacer o se pierde. Se me ha pasado una hora y pico escribiendo versos libres con mis reglas métricas. Más de medio café me lo he tomado frío. Me ha salido largo. Lo acabo de releer y me gusta. Tengo reciente esto y, ahora que me toca escribir la columna, no soy capaz de sacar de mi cabeza el tema que ha incitado el poema, así que voy a escribir unas líneas sobre eso en prosa, y solvento el problema. Siento, de nuevo, importunar al lector con mis historias; están siendo predominantes en un balance general de la columna desde que la inicié; por cierto, que estamos de aniversario, por estas fechas, más o menos, hace un año empecé a escribirla, estando en Barcelona, aunque creo que se postergó la publicación de la primera para sincronizarla con el lanzamiento del periódico. Estoy viendo que esta columna se está convirtiendo en una especie de diario. Como mantenga esta línea, con el paso de los años va a ser una fuente valiosa, probablemente sólo para mí, para rememorar episodios de mi vida. Pero para lo que sale en las noticias a diario, historias livianas, intrascendentes como ésta lo mismo hasta son agradecidas.
A lo que iba, la historia. Una chica extrajera, centroeuropea –otra, sí, las que me pone el destino por delante; tampoco es que yo las busque– atractiva, de ésas que incluso descuidada, con el pelo enmarañado y grasiento, vistiendo ropa de gimnasio mal combinada y de diseño desacertado, llama la atención a hombres, pero también a mujeres, cuando va arrastrando las penas de su metro ochenta en zapatillas de deporte por la calle una tarde de diario. Un día la conocí, no hace mucho; precisamente, ahora que caigo, acababa de tener uno de esos momentos que comentaba al principio, de asalto del verso, quizá porque la gente con la que estaba tomando unas cervezas me estaba aburriendo y me dio por la introspección. Entonces me aparté un poco y me fui a una parte de la barra del bar que estaba libre, le pedí un boli al camarero y escribí unas líneas en una servilleta. Uno de los conocidos del grupo se acercó a pedirse otra cerveza. Iba acompañado de esta chica. Me preguntó qué hacía, y le dije que acababa de escribir unos versos. Él lo celebró con una expresión breve y diplomática, aunque diría que en verdad, por la mirada reactiva que tuvo al principio, pensó algo como: “vaya tío más raro”. Pues sí, es posible. El caso es que a esta chica debió de llamarle la atención eso y me pidió que se lo leyera, si no me importaba. Lo hice. Aunque su español no era malo, no cogió la mitad de las cosas, por eso de que estaban escritas en un estilo poético, más encriptado que el lenguaje hablado. Así empezamos a hablar. De un tema nos fuimos a otro, y, al final, salió una afición común, y quedamos al poco para esquiar.
Por cierto, breve nota transversal. Ese día, en la estación de esquí, en la tienda de alquiler de material, esperando mi turno para ser atendido, escucho a uno que empieza a gritar: “¡Coño! ¡Prosinečki, Prosinečki!”, señalando a un tipo de la cola. Y yo empecé a buscar a un rubio, pero no había ninguno. El que había tenía el pelo oscuro, denso y bien echado para atrás, como gomina o espuma. Veo que el tipo, supuesto Prosinečki, gira la cabeza hacia el que le vociferaba con un gesto contrariado, como molesto. Acaban de atenderlo, se da la vuelta y se va. Entonces lo vi de frente, y dije: “Coño, Mijatović”, y ya medio sonrió, puede que pensando: “Menos mal que éste no me ha confundido con otro”. “Deja que estreche la mano del que marcó el gol de la séptima”, y lo hizo con agrado. Ahí quedó la cosa, tampoco soy yo futbolero, y mucho menos mitómano; tengo alguno vivo, pero desde luego no es un futbolista. Así que no hice por más; algo como pedirle una foto o por el estilo. Una casualidad.
Volviendo al tema anterior, una jornada de esquí une, porque se comparte mucho tiempo y experiencias energizantes, pero tampoco permite hablar demasiado. Cuando se baja, cada uno esquía a su ritmo y por su trazado. Si te paras a mitad de la pista es para un descanso mínimo, algún comentario que suele estar relacionado con el tramo de pista que se acaba de hacer, y se sigue. Y luego, en el remonte, o descansas, o comes y no hablas, también porque suele haber más gente en la silla y no se quiere importunar al resto. Así que no hablé demasiado con esta chica, que era más bien reservada, como comprobé luego en un sitio al que fuimos a hacer el après ski. En ese instante yo tenía un bajón energético y me centré en estirarme en las colchonetas generosas con cojines que había en el garito tipo lounge al que la llevé. Ella tenía las endorfinas a tope de todo el día de ejercicio y estuvo ocurrente, dentro de la parquedad de palabra que yo atribuí a su timidez, aunque había algo de estado de ánimo bajo también que no supe hasta la vez siguiente que nos vimos, hace unos días. Antes, me contactó un par de veces para ir otra vez a esquiar, pero he estado con ocupaciones diversas que no me permitían echar en día en la sierra para estar luego el día siguiente fundido; dos días perdidos, por tanto. Supongo que será la edad, que me estoy haciendo mayor. Esta chica, por otro lado, es que tiene mucha energía, y no para. Afortunadamente, aunque parece que llevaba toda la vida esquiando, era de esas esquiadoras que se estancan en un nivel intermedio y no avanzan. Eso me permitió tener mis descansos en las bajadas; yo sí que me lanzaba, a lo pro, claro. Pero si la chica, con esa energía, hubiera tenido mi nivel, habría bajado a mi velocidad y seguro que no habría parado, porque ésta no paraba nunca. Así que habría sido como el sketch de José Mota, el de Cruz y Raya, que vi el otro día; había salido a hacer jogging con una joven que parecía tener fondo para maratones, y el tío iba ya por el parque abrazándose a los troncos de lo quemado que estaba; pues parecido habría acabado yo con esta chica de haber tenido mejor técnica de bajada.
No quise parecer descortés con ella; al contrario, tenía curiosidad por conocerla algo más, y le sugerí quedar para hacer otra cosa que no fuera necesariamente esquiar. Pero ella quería esquiar. Se me pasó por la cabeza, ante su insistencia, preguntarle si le valía que fuera en pista corta, pero, primero, habría sido una broma de mal gusto, y, segundo, tampoco la habría entendido; habría tenido que explicárselo, y estas bromas cuando se explican pierden la gracia. Así que no lo hice. Le dije que pensara en otra cosa, todo esto por mensajes, por cierto. A la chica le pareció bien, siempre que fuera algo de deporte, porque necesitaba cansarse, quemar energías; para no pensar, me dijo cuando quedamos para el café. La que tiene ésta con el deporte, pensé yo. “¿Te vale un paseo a paso rápido y luego un café?”, le pregunté. Accedió; menos mal, porque parecía que con ella había que quedar en chándal para correr o hacer algo, o, si no, nada. Quedé en enviarle un mensaje para concretar en unos días, cuando se me aclararan unos temas de trabajo. Lo hice. Le propuse una tarde, un par de días después del día en que le enviaba el mensaje. Y me contesta la mañana del día sugerido para quedar, esto es, dos días después, y me dice que no puede. Yo, que he padecido las técnicas de respuesta de algunas cuando se ponen en modo “éste quiere ligar conmigo”, me imaginé que era de las que aguantaba hasta que le interesara, usualmente porque hay algo más a la vista por materializarse y no quiera decidir hasta al final para decir algo, como si la gente fuese a estar a la espera, como un perrito, a que la niña diga algo. Lo triste de esto es que lo usual es que el tío que va en ese palo acabe por tolerar eso, por no molestar a la chica, no fuera que se restase posibilidades de ligársela por eso. Quiero decir, imagínense que en lugar de esto, ese mensaje se envía a un amigo, o a una amiga, con la que no hay ninguna duda de que uno no va con segundas. Te tiene medio día sin decirte nada, viendo que ha leído el mensaje –estoy hablando del WhatsApp, claro–, y seguro que uno le dice algo como: “guapa, ¿es para hoy?”. Pero por ser la primera vez, opté por no decir nada. Me pidió que lo intentara otro día que me viniera bien. Unos días más tarde, la contacto y, lo mismo, le propongo un día. Misma respuesta: ve el mensaje y no dice nada. Pero a mí no me iba a tener dos días otra vez en silencio y condicionándome la agenda, luego quizá para que hubiera salido como la última vez, diciendo que no podía. Así que se lo dije así, con la misma naturalidad con que lo escribo ahora, y contestó rápidamente diciendo que sí, aunque dando a entender algo como que qué prisas; pues no, vamos a estar aquí esperando a que abra la boca ella; luego resultó que tenía otra historia y estaba a ver cómo la compatibilizaba.
Yo no sé si es por falta de empatía o porque, aun siendo conscientes, les da igual, pero hay personas que van con un egoísmo por la vida que no es normal. También es cierto, no obstante, que somos culpables de lo que permitamos que este tipo de gente nos haga. En su sitio se pueden poner rápidamente. Porque, digo yo, ¿tanto cuesta contestar y decir: pues sí, o no? Porque lo de la opción, la favorita de esta gente, de “ya te diré”, que en realidad quiere decir: “si eso ya te aviso a última hora”, para mí no es tolerable. También es cierto que la chica se tomaba estas licencias, entre otras cosas, como hacen muchas, como he comentado, porque estaba en ese modo mental que he sugerido; si hubiera sido una chica, una conocida, la que la hubiera contactado, seguramente habría contestado con otros tiempos, supuse. Más tarde, por algo que dijo, intuí que se portaba así de manera indiscriminada.
Prosigo. Llega el día del café. La chica me viene con una cara desencajada, triste. Y le pregunto qué le pasa, y me dice que es su cumpleaños, pero que está deprimida. Tampoco es que yo fuera ya a ese encuentro con mucho convencimiento, después de los antecedentes relatados, aunque no me pude mantener indiferente al verla. ¿Una chica que está así en el día de su cumpleaños, triste y en aparente abandono, en país extranjero? Pues yo que conozco bien los días malos que uno tiene muchas veces cuando está en ciudad extranjera, y se siente solo y sin nadie a quien acudir, me preocupé por su situación. Me la llevé a una pastelería cercana y le dije que la invitaba a unos pasteles para levantar el ánimo. La chica, que, viendo su cuerpo modélico, nunca se diría que pudiese tener ese comportamiento alimenticio, se cargó su pastel, parte del mío, y luego una porción gigante de tarta. Y quería más, pero ambos teníamos cosas que hacer. Durante la ingesta de todos esos dulces, tuvimos una conversación que fue parecida a la que podría haber tenido con un psicólogo. Hicimos terapia, y creo que no se me da mal, aunque hace unos años que, por experiencias negativas, decidí controlar mi tendencia natural a escuchar a la gente, y en particular a las chicas, con problemas. Decidí dejar de lado ese perfil de seducción denominado como “salvador” que por personalidad hacía de manera inconsciente, y que lo único que me ocasionaba era llenarme de mierda ajena, la de la chica, y, al final, para no llevar a ningún sitio bueno en la mayoría de los casos. Por eso yo ya soy escéptico ante estas circunstancias y, además, tiendo a evitarlas. Y cuando se dan, ya intento controlar mi nivel de implicación emocional.
Pregunté a la chica cuáles creía que eran los factores fundamentales de su estado de ánimo, que, por otro lado, arrastraba desde hacía unos años. Antes, debo reconocer, tuvo la cortesía de contenerse con la excusa de no llenarme de energía negativa. Yo le dije que no se preocupara, que utilizaría luego lo que me dijera para escribir alguna historia; ella pensó que estaba de broma; pues no, lo decía en serio. Destacó dos: uno, cumplir años; dos, ser rechazada por otros. Respecto al primero, y partiendo de que cada uno tiene sus neurosis, que para otro pueden ser más o menos razonables, pero para la persona que las sufre son importantes, le dije que lo de preocuparse por cumplir años, una chica de su edad, con esa juventud, cuerpo de modelo de revista, bagaje internacional y demás, era una gilipollez. Era demasiado joven para tener crisis existenciales.
Tuvo un amago de réplica, pero le dije con gracia que se callara y que se comiera lo que me quedaba de mi pastel, que ya no lo quería. En relación con lo segundo, pues resultó ser paradójico. Me decía que la gente que conocía, chicos, pero también chicas, dejaban de llamarla, que debía ser porque los españoles éramos muy superficiales. Una vez comprobado que el patrón de respuesta a los mensajes que tuvo conmigo era similar con el resto, le hice ver que eso a la gente no le gusta, y que no me extrañaría que ése fuera uno de los motivos. Ella sugirió que también podía ser porque no quieren estar con ella porque está triste y llena de energía negativa. Bueno, eso podía influir también. Que una persona que no conoces y con la que no tienes implicación, te haga una descarga de esas y te transmita negatividad, es algo que uno intenta que no se repita. Esa tarde, yo, desde luego, tras la terapia, cuando se estaba acabando la porción de tarta, noté que había habido una transferencia de energía, que yo le había dado positiva, pero que ella me había pasado alguna negativa. Ella pensaba que podía necesitar tomar algún antidepresivo.
El tiempo pasó y cada uno tenía que seguir con lo suyo. Por la calle, ella seguía con esa actitud y discurso negativo. Se sentía miserable en el día de su cumpleaños. Y yo que soy así, en ese instante en que la chica estaba entonando el “oh, mísera de mí”, justo al salir de la pastelería, al pasar por la puerta de una tienda de MAC que hay al lado, le digo de entrar un momento. Me dijo que llegaba tarde a no sé dónde y que no podía, aunque le dije que sería rápido. Nada más entrar, una dependiente me pregunta en qué puede ayudarme. “Una barra de Russian red para regalo, por favor”. Mientras la dependienta la sacó de un cajón y la metió en un envoltorio de regalo, la chica estuvo ojeando. Pago y salimos. Ni dos minutos. La chica me pregunta curiosa: “¿Es para una amiga? ¿Alguien especial?”, “No, es para ti. Feliz cumpleaños. Póntela todos los días durante un tiempo y trata de sonreír más. Tendrás menor necesidad de tomar antidepresivos”, le dije. La chica tuvo una reacción de sorpresa; se quedó medio parada. De hecho, nos paramos; íbamos andando ya por la calle. Entonces parece que se olvidó de las prisas. Se puso pintalabios; le quedaba bien ese rojo, uno de mis favoritos, en sus labios; sólo llevaba algo de rímel, y nada más. Me pidió un beso, y se lo di, aunque fue un beso de despedida. La chica no le entendió, creo; puede que algún día lo haga. En unos días iba a dejar la ciudad, le dije. Ella quería que nos viéramos otra vez, para un café o lo que fuera. “Tendrá que ser en Roma. Suerte”. “Pero, vuelves, ¿no? Te veré otra vez, ¿verdad?”, preguntó. “No sé, voy a estar un tiempo fuera”. Le di otro beso y seguí por mi camino. Dejé a la chica en un cruce de calles pensativa, como intentando comprender algo. Yo sabía que estaba a punto de irme; ella no, hasta que se lo dije. En el fondo, lo único que quería era echar un rato, y ya allí, visto el panorama, dejarla con algo de positividad y buen ánimo.
1 comentario en «Russian red»
Pues la prefiero a ella antes que a tí, es una chica que no estará bien, pero yo no me fiaría de alguien que hace públicas conversaciones de otros y encima para mofarse.