Cristina Pérez / ZBN. Los innumerables daños que han causado las últimas inundaciones del Ebro son de sobra conocidos. Pero, ¿por qué se producen estas avenidas? ¿Existen aspectos positivos en estas crecidas? ¿Cuál ha sido la evolución histórica del caudal del Ebro?
Julia Martínez, directora técnica de la Fundación Nueva Cultura del Agua, nos explica que las crecidas de los ríos conllevan también muchos aspectos positivos para el medio ambiente. “Las avenidas son el mecanismo que tienen los ríos para limpiar su cauce de forma natural, contribuyen a la autodepuración natural de las aguas, permiten la infiltración en el acuífero, mantienen la humedad y la vegetación de sotos y riberas, generan acumulaciones de gravas y de otros materiales donde se asienta la vegetación y, de esta manera, se contribuye al mantenimiento de la biodiversidad. Además son muy importantes porque contribuyen a la fertilidad natural de las huertas, mantienen los deltas, las playas y ayudan a preservar la riqueza económica de las pesquerías costeras”.
En Zaragoza estos episodios son habituales desde los orígenes de la ciudad. Ya en la Antigüedad existen reseñas de que el propio César Augusto y sus tropas quedaron atrapados en una de las avenidas del río Ebro y tuvieron que ser rescatados. A partir de ahí, a lo largo de la Edad Media se registraron numerosas crecidas que causaron daños importantes en la localidad.
El historiador Jerónimo Zurita ya narraba en sus escritos que en el año 1380 hubo una gran crecida del río Ebro que provocó que cambiara su curso dejando una superficie de depósitos de aguas estancas que conformó unos humedales a los que todavía hoy en día se les llama ‘Las Balsas del Ebro viejo’ y que estaban situados junto al Arrabal.
Consecuencia de estas avenidas del Ebro fue la construcción del Puente de Piedra (1440) durante las primeras décadas del siglo XV, tras comprobar cómo el agua arrasó en 1397 el puente de tablas y la torre de piedra que se encontraban hasta ese momento en el cauce del río.
Pero, sin duda, una de las riadas históricas del Ebro a su paso por Zaragoza fue la del año 1643, cuando el agua volcó su fuerza contra ese mismo Puente de Piedra que se había construido dos siglos antes y destruyó parte de su arquitectura, dejando incomunicada la margen izquierda y la derecha de Zaragoza por esta vía. De hecho, el mundp del arte tiene muy presente este momento con la obra de Juan Bautista Martínez del Mazo expuesta en el Museo del Prado.
Algo más de doscientos años después llegó otra de las grandes crecidas a Zaragoza, manteniendo en vilo una vez más a los ciudadanos. El Ayuntamiento de Zaragoza rescató hace pocos años cómo el cronista José Blasco Ijazo relataba este acontecimiento, que por citar una de las partes más llamativas, decía así: “En Zaragoza, durante la madrugada del 13 de aquel mes de enero (1871), el agua llegaba a unos cinco metros del castillo de la Aljafería, y por la parte del Puente de Piedra subió más de un metro y medio sobre la argolla que marcaba la mayor inundación conocida hasta entonces”. Incluso se sabe que se llegaron a plantear destruir el puente del ferrocarril, temiéndose que el agua lo rebasara y las consecuencias fueran todavía peores, aunque finalmente las aguas ‘volvieron a su cauce’ y no fue necesaria esta medida.
Uno de los problemas más importantes que ha existido durante los veinte primeros siglos de historia de Zaragoza ha sido la desinformación en cuanto a la crecidas, algo que se solucionó en gran medida con la creación de la Confederación Hidrográfica del Ebro, que comenzó a originar las denominadas ‘estaciones de aforo’, puntos que ofrecen información sobre los niveles y caudales de toda la cuenca del Ebro. El avance definitivo llegó en 1997, cuando las estaciones de servicio se automatizaron y actualmente envían información actualizada cada 15 minutos.
A lo largo del siglo XX han sido muchas las veces que el río ha llegado a Zaragoza con un caudal superior al habitual, desbordándose e inundando riberas, campos y pueblos. Pero si hay una fecha que a los zaragozanos que la vivieron no se les olvidará, ésa es la del 1 de enero de 1961. Desalojos de vecinos, evacuaciones de animales y personas y mucha, mucha agua, fueron los aspectos que marcaron la primera semana de aquél año. Y es que esta crecida no solo fue impresionante en cuanto a volumen, sino que también agravó los daños la duración de la misma, ya que el río no comenzó a volver a su caudal habitual hasta siete días después del primer pico. Consecuencia de este hecho fue el origen de los Galachos de Juslibol y, por supuesto, un nuevo cambio en el caudal del río.
“La dinámica fluvial está activa permanentemente”, explica María Luisa Moreno, jefa del área Hidrológica de la Confederación Hidrográfica del Ebro. Y añade: “Siempre que hay una crecida la morfología del cauce cambia. Los ríos tienen movilidad tanto en alzado como en planta. Si uno observa desde el aire el río Ebro, su trazado es muy sinuoso, es una zona de meandros. Esta zona llena de cambios y curvas se ve alterada cada vez que hay una gran crecida, como la del año 61. El cauce que habitualmente vemos es el que se ha conformado el Ebro a lo largo de los siglos; el cauce de aguas bajas es el que ha gestado la última crecida. En el año 1961, por ejemplo, se crearon los Galachos de Juslibol a consecuencia de una semana de inundaciones y avenidas”.
La última de las inundaciones del Ebro a su paso por Zaragoza ocurrió hace apenas dos semanas, causando importantes daños en bienes, viviendas y animales. “El principal problema que estamos viviendo en los últimos años es que con lluvias menores y menos intensas, los daños son mayores. Estamos haciendo una muy mala gestión del territorio. Cada vez estamos ocupando más las zonas inundables, que tenían que haberse mantenido sin construcciones. Como máximo, se deberían permitir en estas zonas las explotaciones agrícolas, teniendo en cuenta que cada 10-15 años van a sufrir una inundación e indemnizando debidamente a los agricultores”, explica Julia.
Por su parte, María Luisa coincide: “Las crecidas son fenómenos naturales, inevitables. En cuanto a magnitud, es tal el volumen de agua que se genera de precipitaciones intensas o de la fusión de la nieve, que el espacio disponible por donde circula el agua no es suficiente. No obstante la colocación de diques ofrece una falsa seguridad que provoca que se legalicen construcciones en zonas inundables que provocan, a posteriori, unos daños mayores”.
De esta forma, podemos comprobar cómo las avenidas del Ebro son un fenómeno natural y cíclico en el que la prevención, la protección, la preparación y la reparación son los cuatro ejes fundamentales de la actuación a la hora de minimizar los daños que pueden provocar.
No obstante, aunque cueste asimilarlos, las crecidas también causan beneficios para el medio ambiente y lo que queda claro, tal y como apunta Julia Martínez, es que “las inundaciones no hay que evitarlas, sino que tenemos que adaptarnos a ellas, con sistemas de alerta y evitando los daños que sepamos que éstas pueden producir”.