Cristina Pérez/Zbn. Cuando en el año 14 a.C. los legionarios de la IV Macedónica, la VI Victix y la X Coemina levantaron la Colonia Immunis Caesar Augusta, lo hicieron sabiendo que la situación de esta civilización era estratégica, a orillas del gran río Ebro. Por ello, varios siglos después y ya enmarcados en el principio de nuestra Era, los romanos decidieron amurallar la ciudad para protegerla de posibles ataques enemigos y anticiparse a cualquier ofensa.
Y para atravesar aquélla gran muralla que rodeaba la colonia inicial, ya convertida en civilización, eran necesarios distintos accesos que permitieran el paso al interior de la misma. Así, el Imperio Romano fue el primero que se encargó de colocar cuatro accesos en los cuatro ejes, Norte, Sur, Este y Oeste, de la muralla de la ciudad de Caesar Augusta: Puerta Cinegia, Puerta del Ángel, Puerta de Valencia y Puerta de Toledo fueron los cuatro únicos puntos de paso que se levantaron en los inicios de Zaragoza.
De las cuatro puertas iniciales, la mayoría de los zaragozanos reconocen principalmente la primera de ellas, Puerta Cinegia, debido al centro comercial que ahora está en el lugar que ocupó este acceso a la entonces ciudad romana. Además, se trata de una de las puertas romanas que más importancia tuvo en la época medieval, ya que era donde se concentraba un mayor flujo de comercio.
Pasaron los años y esta muralla que separaba Zaragoza del resto del mundo se quedó pequeña: comenzaron a construirse barrios periféricos fuera de los límites establecidos por los romanos y, posteriormente, la civilización musulmana se vio obligada a ampliar el círculo y crear una segunda muralla tapiada, más grande, que rodeaba a la anterior, y en la cual tuvieron que incluir ocho nuevos accesos.
La Puerta del Sol, ubicada entre Echegaray y El Coso frente al puente del Pilar, se distinguía por estar decorada con una figura solar que hoy guarda el Museo de Zaragoza; la Puerta del Portillo era un sencillo arco que permitía el acceso entre la Aljafería y la ciudad; la Puerta Quemada o ‘del Heroísmo’, denominada así, inicialmente, porque se relacionaba con las cercanas carboneras que existían junto al río Huerva la ennegrecían con sus humos, aunque existe otra versión que asegura que los humos que la oscurecieron eran los que procedían de las hogueras en las que se quemaban a los herejes, también junto al mismo río. Posteriormente, se cambió el nombre a de esta puerta a ‘la Puerta del Heroísmo’ por su gran resistencia a los ataques de los sitiadores (1808).
La Puerta Sancho, unicada en el actual barrio de La Almozara; la Puerta de San Ildefonso o de la Tripería, que tomó el nombre porque en su interior se vendían los despojos de un matadero cercano y, además era considerada por los ciudadanos como de mal agüero ya que por ella pasaban los reos de la cárcel cercana para ser ajusticiados; la Puerta de Santa Engracia, una de las más bonitas, ya que guardaba un singular parecido a la Puerta de Alcalá madrileña; la Puerta del Duque de la Victoria y, la más resistente al tiempo, la Puerta de Carmen.
Raquel Cuartero y Chusé Bolea son dos zaragozanos que publicaron, hace algo más de un año, un estudio en forma de libro bajo el título Antiguas puertas de Zaragoza con la ayuda y el apoyo de la Institución Fernando el Católico, la cual guarda un gran volumen de documentación en texto e imágenes de la época en la que Zaragoza era la ciudad de las 12 puertas. Doctora en Historia por la Universidad de Zaragoza y técnico en impresión digital, respectivamente, esta pareja de zaragozanos ha estado involucrada en otros estudios relacionados con la mujer y la transgresión en la Zaragoza de los siglos XV a XVII, en el caso de Raquel, y los almogávares de la Corona de Aragón, en el caso de Chusé.
“Doce sería el número de las puertas principales de la ciudad. Éstas irían cambiando de nombre y aspecto a lo largo de los siglos, pero su emplazamiento sería, más o menos, el mismo. A ellas habría que añadir un buen número de pequeñas puertas o postigos que se iban abriendo y cerrando en la muralla dependiendo del momento y las necesidades”, explica Chusé Bolea.
Muchos de los puntos donde estaban ubicadas las puertas no hacen mención alguna a la existencia de las mismas y Zaragoza no cuenta tampoco con una ruta específica que realice un recorrido rememorando estas entradas y la historia que cada una de ellas esconde detrás. “Un recorrido turístico sería una posibilidad muy interesante, aunque se necesitaría que existiesen elementos urbanísticos que recordasen de su existencia.En algunas de ellas se realizaron unos estupendos murales que sirven muy bien a este propósito, pero faltarían en otras, entre las que se encontrarían algunas fundamentales como la del Ángel”, afirma Chusé.
Son muchas las historias que estos doce accesos principales a la ciudad de Zaragoza han podido protagonizar. Los autores del libro Antiguas puertas de Zaragoza nos revelan algunas de ellas. “Las habitaciones interiores de la puerta de Toledo, junto al actual Mercado Central, tuvieron diferentes usos a lo largo de su historia. El más conocido es el de su función como cárcel Real y cárcel de Manifestados. En esta última, permaneció cautivo el Justicia de Aragón Juan de Lanuza tras su alzamiento contra el ejército castellano. Pero siglos antes, se llegaron a promulgar normas por parte de reyes de Aragón prohibiendo que las prostitutas la emplearan para desarrollar su labor”.
A excepción de la Puerta del Carmen, el resto de puertas quedan únicamente en la historia de la capital aragonesa, ya que en los lugares donde estuvieron ubicadas no hay ni rastro de las mismas, exceptuando algunos murales que hacen referencia a estos accesos en algunos casos, como por ejemplo en la Puerta de Toledo (también denominada en su época ‘Romana’, ya que era la que conducía al camino que llevaba a Roma).
Aunque la idea más extendida puede ser que la mayoría de estas construcciones fueron destruidas en Los Sitios de Zaragoza (1808 y 1809), lo cierto es que no es así, ya que a pesar de que la gran parte de ellas fueron dañadas e incluso casi convertidas en ruinas, podrían haberse construido arquitectónicamente después de estos combates. Sin embargo, Chusé Bolea explica el momento en el que verdaderamente las puertas pasaron a la historia en Zaragoza: “El verdadero momento en el que se decidió que debían desaparecer fue algunas décadas después, tras la Revolución de 1868, conocida como La Gloriosa. Su función como lugar de control de la entrada de mercancías a la ciudad y de pago de los correspondientes impuestos fue lo que llevó al pueblo a exigir su eliminación. Algunas otras resistirían algunos años más, como la de la Tripería, pero la ‘modernización’ de Zaragoza acabaría definitivamente con ellas“.
Así, Zaragoza pasó de ser una ciudad doblemente amurallada con 12 accesos principales a eliminar sus barreras y abrir su entrada al mundo. No obstante, la capital aragonesa guarda, en su memoria histórica, la imagen de esa ciudad de mezcla de culturas que en su día fue la ciudad de las 12 puertas medievales.