Francisco J. Martínez-López. Es meritoria la emisión televisiva maratoniana que ha dedicado la CNN en los últimos días a los atentados en Francia, iniciada con la masacre en la publicación satírica francesa Charlie Hebdo, y continuada con los sucesos posteriores de la ejecución en la calle del policía agonizante, de nombre Ahmed, musulmán, por cierto, y el secuestro y matanza en el supermercado judío. En la cobertura intensiva de noticias de este tipo, este canal de noticias no tiene rival, al menos que yo recuerde. No es, sin embargo, necesariamente positivo para la audiencia, que, al menos en mi caso, acaba por saturarse y preguntarse si no hay en el mundo más noticias que merezcan compartir los tiempos de emisión; esto lo digo, por supuesto, con el mayor respeto a los eventos acontecidos, que merecen una atención extraordinaria. Pero esto es quizá pedir demasiado a un canal que ha logrado una parte importante de su éxito frente a otras cadenas, no sólo por agotar como ninguna otra el análisis detallado de una noticia sino, sobre todo, por noticias relacionadas con las campañas militares estadounidense en Oriente Medio, como la Guerra del Golfo. Por tanto, si hay un atentado terrorista perpetrado por islamistas radicales en el primer mundo, más aún si es en París, a la noticia se le va a dar una cobertura especial. Para EE.UU, y en particular su sistema político y medios de comunicación principales, este tipo de terrorismo es la raíz que ha llevado a su campaña de guerra al terror, ya comentada en esta columna, desde los atentados del 11-S, en el 2001, y hasta la actualidad.
Lo sucedido en Francia no hace sino avivar la llama del miedo que el establishment estadounidense, principalmente el Partido Republicano, mientras ha estado en el gobierno, ha alimentado durante más de una década. La realidad que vemos, que nos cuentan los medios, es que unos fanáticos han asesinado a un grupo de periodistas en el nombre de Alá, pero no van más allá, a la raíz. ¿Por qué el terrorismo islámico se ha desarrollado e intensificado en las últimas décadas? Ahora ha sido en París, hace unos años fueron las bombas en la maratón de Boston, antes los atentados en los trenes en Madrid y en el metro de Londres; por supuesto, los históricos y masivos atentados de Nueva York; podríamos seguir remontándonos en el pasado y encontrar otros episodios menores en los 90. Lo que me asusta realmente no es el terrorismo islámico internacional, sino las posibles responsabilidades que fuentes reputadas han atribuido a algunos países occidentales por haber contribuido a la creación de un caldo de cultivo para ello. Esta perspectiva, no obstante, es omitida por la prensa en sus análisis. No es el momento de entrar en detalles, pero el ciudadano medio, ignorante de estas cuestiones, principalmente porque no son informadas por los medios, no daría crédito si fuera consciente de algunas operaciones encubiertas de los servicios de inteligencia de agencias de países occidentales, en especial de EE.UU.
Algunas de estas fuentes mantienen, por poner un ejemplo, que la CIA financió campañas de publicidad en los 80 para enrolar a musulmanes, apelando a la “Yihad” –obligación religiosa de compromiso y defensa del Islam–, en la lucha de la insurgencia talibán contra la ocupación soviética de Afganistán; por aquellos entonces, en EE.UU. se ensalzaba el papel de los muyahidines afganos, que denominaban como “freedom fighters”. Esto no debe interpretarse con el típico comentario que hacen muchos sobre las historias de conspiración y demás. Al contrario, en los conflictos internacionales, y sobre todo los de Oriente Medio, hay una complejidad subyacente importante que pasa desapercibida para el público de Occidente; principalmente porque faltan periodistas y medios lo suficientemente honestos y valientes como para contar otros ángulos necesarios para comprender la imagen completa de la noticia. Sólo doy un dato, objetivo y contrastable. En 2008 se desclasificaron unos documentos de alto secreto estadounidenses donde el presidente Reagan, por medio de la Decisión de Seguridad Nacional, Directiva 166, de 27 de marzo de 1985, establecía los programas y estrategias de EE.UU. en Afganistán para dar apoyo diverso a la insurgencia afgana; fue en ese conflicto donde surgió la Al-Qaeda de Osama Bin Laden. Este documento es público y puede consultarse. Estas reflexiones no son, por tanto, producto de una mente peliculera, sino realidad.
Pero las operaciones encubiertas no cesaron entonces; se han seguido realizando hasta ahora. No me quiero extender con este tema. La cuestión se sintetiza en lo siguiente: para el control geopolítico de la zona, por ejemplo en Siria o en Iraq, EE.UU. opta por dar apoyo a grupos de insurgentes islamistas que ofrecen resistencia a los gobiernos de países que no simpatizan con EE.UU. Es importante comprender también que no todos los grupos islamistas entienden el Islam de la misma forma. En el Islam existen dos grandes corrientes: los sunnís y los chiitas. EE.UU. se ha inclinado históricamente hacia los grupos de resistencia sunní, corriente religiosa predominante en Arabia Saudí, su aliado árabe principal. Estos grupos han sido apoyados en su lucha contra regímenes de orientación chiita, como por ejemplo el de Bashar al-Asad en Siria; aunque Siria es mayoritariamente suní, el grupo gobernante es alauí, una variante chií; Irán, principal preocupación de EE.UU. e Israel en la zona, también es de mayoría chií. El Estado Islámico es un grupo terrorista de orientación suní que ha salido de todo este movimiento de resistencia suní de la zona.
Es paradójico, por tanto, que EE.UU. haya apoyado, de manera encubierta, por supuesto, a grupos de insurgencia suní en Oriente Medio, y que los grupos terroristas que le han declarado la guerra, antes Al-Qaeda y ahora el Estado Islámico, sean sunís. Me estoy, de nuevo, desviando del tema, y la cuestión es compleja, y escalofriante por lo macabro de la paradoja, pero es posible que parte de este apoyo, en teoría proporcionado de manera clandestina en operaciones desarrolladas por la CIA, con apoyo del MI6 británico en algunos casos, para apoyar a grupos insurgentes “moderados”, al margen del terrorismo internacional, pudiera haber beneficiado también a otros grupos sunís radicales, como los que fueron larva del actual Estado Islámico. Como ejemplo reciente puede citarse lo que en los círculos de la CIA se denominó “rat line”, nunca admitida públicamente por la administración Obama. Fue un canal logístico que se utilizó para enviar armamento sobrante del conflicto libio en 2012, desde Libia, pasando por el sur de Turquía, y hasta la oposición Siria. Algunas de estas armas se piensa que pudieron llegar también a grupos yihadistas afiliados a Al-Qaeda. Éstas y otras cuestiones relacionadas han sido expuestas en múltiples medios y artículos por Seymour Hersh, emblemático periodista de investigación estadounidense, galardonado con el premio Pulitzer. Pero quizá sea el único periodista que trabaja para el mainstream con bula para hacer esto, y que no le cueste su carrera. Estos temas, críticos con el gobierno estadounidense, suelen evitarse por los periodistas, editores de periódicos y medios de comunicación principales.
Anuncié hace unos meses, con la aparición del Estado Islámico, y la aparente toma del relevo de Al-Qaeda, que preveía una reactivación de las campañas militares de occidente en Oriente Medio. Y, cuando a la novedad de que el terrorismo islámico está reclutando directamente en Occidente se le une la ejecución de actos terroristas en sus ciudades emblemáticas, como París, ejecutando, además, a periodistas, no es precisamente pasividad lo que caracterizará la respuesta de Occidente. Este tipo de atentados suceden, no obstante, en otros países, como Pakistán, con mayor frecuencia, aunque los medios de Occidente no suelen hacerse eco de estas noticias.
La cuestión de fondo que quiero destacar aquí es que Occidente, y en concreto EE.UU., no puede tratar de combatir el terrorismo islámico internacional, y al mismo tiempo estar alimentándolo, de forma más o menos deliberada, en zonas de conflicto en Oriente Medio. Algunas fuentes señalan que en el fondo esto responde a un interés por mantener siempre activo un nivel de inestabilidad en la zona que permita justificar presencia y operaciones militares de Occidente. Si esto fuera así, el problema está en que indirectamente se acabe creando una bestia incontrolable, como parece ser el caso ahora del Estado Islámico, que hasta ha propiciado que EE.UU., Siria e Irán entierren el hacha momentáneamente para hacer frente común y combatirlo. Por tanto, se debe reflexionar sobre estos posibles efectos no deseados de las supuestas operaciones encubiertas en Oriente Medio, renunciando en su caso a estrategias que directa o indirectamente puedan fortalecer a los grupos terroristas con base en la zona. No albergo, sin embargo, de ser así, esperanza de que esto acabe produciéndose.
Créanme, si algo tenía claro antes de escribir la columna de esta semana es que no iba a tratar nada que tuviera que ver con los atentados de París. Antes de tomar conciencia de lo sucedido, observé una respuesta viral de muchos de mis contactos en Facebook que se adherían al famoso “Je suis Charlie Hebdo”. Ignorante de mí, pensé que algo de cierta relevancia le habría ocurrido a alguien de nombre Charlie; no lo asocié con el nombre del semanario. Fue ya horas después, al ver las noticias de la CNN, cuando tomé conciencia precisa de lo sucedido. Y entonces la invasión en prensa y escrita de la noticia y su seguimiento. Por ello, no iba a redundar en más de lo mismo. Sin embargo, algo me ha hecho cambiar de opinión; una noticia relacionada, que comento en el párrafo siguiente, pero al margen del atentado en el semanario satírico; me ha parecido oportuno hacer una reflexión previa para contextualizar la noticia, aunque con una orientación que seguramente no se encontrará en la corriente dominante de noticias.
¿Saben cuál fue la última portada de Charlie Hebdo, la que salió antes del atentado? Una que representa una caricatura del escritor francés Michel Houellebecq con motivo de la inminente salida de su última novela, Soumission (Sumisión), con una presentación planificada para estos días, pero que el autor ha decidido posponer sine die tras lo sucedido. La temática de la novela, y el contenido de la viñeta de la portada del semanario, no podía ser más desafortunado para preludiar lo sucedido al día siguiente de su circulación: una Francia que en los próximos años se polariza entre el partido de la extrema derecha liderado por Marie Lepen, que pierde frente a un nuevo partido mayoritario musulmán, liderado por el personaje ficticio “Mohammed Ben Abbes”. La novela entonces describe el cambio crítico que experimenta la sociedad francesa; por ejemplo, las mujeres deciden mayoritariamente cambiar, entre otras cosas porque esto se recompensa con subvenciones públicas, sus atuendos occidentales por otros más acordes con la vestimenta tradicional de la mujer musulmana; y en los centros de enseñanza la cultura islámica pasa a impregnar la línea de enseñanza dominante. En la viñeta de la portada se ve a un Houellebecq caricaturizado diciendo que en el 2022 hará el Ramadán.
Houllebecq es uno de los pocos escritores contemporáneos que se colaron hace unos años en mi lista de títulos de escritores muertos pendientes. No es lo habitual en mi caso, pero este escritor francés lo hizo con Plataforma, una de sus primeras novelas, donde también introduce puntualmente temas de terrorismo islámico, por cierto. He leído un par más de sus novelas, aunque por el momento no he sentido la necesidad de seguir. Una novela con la sinopsis de su última, por ejemplo, no me seduce, ni ahora ni antes de los atentados. Por lo que he podido leer en una entrevista publicada el 2 de enero en The Paris Review, Houllebecq fue denunciado hace más de una década por supuestas opiniones racistas en relación al Islam; entre otras cosas, dijo que el Islam era “la religión más estúpida”. La denuncia finalmente se desestimó por no considerarse a la religión musulmana como una característica racial. Sin embargo, ahora publica un libro que es tildado de islamófobo; este neologismo creo que aún no lo recoge el diccionario de la RAE. El escritor explicita en esta entrevista que la islamofobia no es racismo, que eso es querer estirar la aplicación de un término que tiene que ver con la discriminación por raza a otro contexto. Es una forma de discriminación, en cualquier caso; concretamente, es la aversión hacia el Islam y sus practicantes. No obstante, el autor comenta que, pese a sus juicios de antes, con los años ha leído con detenimiento el Corán y ha llegado a la conclusión de que el Islam no es una religión que objetivamente pueda ser acusada de dar cobertura moral a la violencia; al contrario, es una religión pacífica.
Pienso que las principales víctimas del terrorismo islamista internacional son el Islam y los musulmanes. Se podrá estar más o menos de acuerdo con la religión y la sociedad árabe; yo la considero anacrónica en cuestiones diversas, como la posición que da a la mujer; es una religión sin duda machista, denigrante en ocasiones para la mujer, aunque para mi sorpresa a las pocas musulmanas con las que he comentado esto no les ha parecido así; supongo que por nacer y criarse en esas sociedades acaban aceptando como normales situaciones que se han sido trascendidas en Occidente tiempo ha. Sin embargo, las sociedades occidentales se equivocarán si confunden al terrorista islamista con el musulmán de a pie; el primero es una desviación extrema, totalmente distorsionada, del segundo. Malek Merabet, hermano de Ahmed, el policía asesinado, lo recordaba en su breve aparición frente a los medios el sábado: “los locos no tienen ni color ni religión”. Seguramente, la comunidad musulmana y, sobre todo, los imanes en sus mezquitas, serán los primeros en censurar el fanatismo religioso y en clamar que el Islam es una religión de paz, que en ningún caso tolera el terrorismo. Islam significa “Paz y sumisión a la voluntad de Alá”. Los terroristas que motiven sus actos por Alá, deben saber que actúan en contra de la palabra del profeta y del Corán. Con su comportamiento sólo mancillan trágicamente al Islam, y pagarán por ello cuando rindan cuentas a Alá después de la muerte, en el momento de la resurrección, quinto pilar del Islam. Si yo fuera musulmán creyente y rigiera mi vida según el Islam, procuraría tener muy en cuenta esto.
En esta columna he sido crítico con varias cosas. Una de ellas ha sido la tergiversación perversa que los movimientos terroristas islamistas hacen del Islam y del libro sagrado. Lo he hecho de una manera con la que seguramente no discreparía ningún musulmán razonable. Soy de los que piensan que la libertad de expresión es importante, pero las formas también. ¿Mi mensaje deja de tener menos fuerza porque no se sirva de la sátira? La ausencia de sátira reduce elementos provocadores innecesarios. Por tanto, dejando claro que ningún crimen es justificable, quiero concluir con una reflexión en relación con el lema “Je suis Charlie Hebdo”. Me identifico con él en todo lo que concierte a la rebeldía del hombre frente a la violencia, la coerción de su libertad y su vida; no lo hago, en cambio, con las formas satíricas habituales que utilizan este tipo de publicaciones para trasladar una realidad. Y no digo esto por una cuestión de ser políticamente correcto; de la lectura detenida de esta columna, por ejemplo, se desprende fácilmente que no es ésta una condición que me caracterice. No, lo digo por una cuestión de elegancia en las formas. No sintonizo con este tipo de publicaciones satíricas, aunque la libertad de expresión debe prevalecer y permitirse, por supuesto. Otra cosa es que cada uno, en su respuesta individual, las siga o las ignore, como es mi caso. Por tanto, soy Ahmed Merabet y todas las víctimas del terrorismo, pero sólo soy Charlie Hebdo en parte.
Paz.
1 comentario en «Soy Ahmed Merabet, pero ‘Charlie Hebdo’ en parte»
Magnífico artículo Paco. Un abrazo y felicidades por la serie de «Firmas»