Carlos Fernández/@karlos686. Tim Burton se embarca en una película que no parece suya pero que sin embargo, lo es bastante. Burton olvida su obsesión por la tenebrosa y lúgubre estética que rodea su cine y cuenta una oscura historia humana rodeada de luz y colores vivos por todas partes, lo que resulta bastante irónico. Big eyes será interesante para aquellos que alguna vez hayan sido estafados por alguien que decía amarlos mientras eran manipulados o para aquellos que no sepan distinguir entre arte y negocio. Con estas dos bases, Amy Adams y Christoph Waltz componen dos personajes absolutamente bien interpretados y llenos de matices que estos dos, grandes, actores del momento consiguen dar forma a través del rostro inocente de Adams y el rostro tiránico de Waltz.
Sin embargo, la película tiende al subrayado de la trama más de la cuenta así como a alargar y alargar los minutos en la sala de una manera harto previsible. El planteamiento de Burton es bueno pero quizá no sea el mejor. El espectador solo se ve envuelto en la farsa que rodea a los protagonistas pero no en el arte que inspiraba a Margaret Keane a dibujar niños con grandes ojos o en la imaginación de la misma, la cual resulta bastante enigmática.
La película es una historia de justicia, que no de amor, en la que somos testigos de cómo el pez grande se come al chico pero en este caso el pez grande, Margaret Keane, coincide con el chico: la artista genial sometida a no disfrutar del éxito de su obra sin más beneficio que el económico, luego ¿Quién es el pez gordo? ¿El estafador o el artista? La manera de responder a esta pregunta es prácticamente el desarrollo de la película y a decir verdad es un planteamiento interesante pero no el que más engancha ya que a ratos aburre aunque no llegue a decaer nunca del todo. Una pequeña pero encantadora obra menor en la filmografía de Tim Burton, director que cada vez parece distinguir menos entre arte y negocio aunque espero estar equivocado.