¿Ángel de Victoria’s Secret o conejita de ‘Playboy’?

Casting de Victoria's Secret 2014. / Foto: vsallaccess.victoriassecret.com/
Casting de Victoria's Secret 2014. / Foto: vsallaccess.victoriassecret.com/
Casting de Victoria’s Secret 2014. / Foto: vsallaccess.victoriassecret.com/

Francisco J. Martínez-López. He errado en la elección de mi profesión, sí. Debería haber estudiado para ser miembro del comité encargado de hacer los castings para Victoria’s Secret. Sólo tienes que permanecer sentado, tomando notas y con actitud sobria, sin mostrar más interés del profesional, mientras “ángeles” en potencia, modelos próximas a la élite de la moda, con agentes bien relacionados –tanto como para poder enviar mensajes a los del comité durante el casting para ver cómo va su chica–, bellezas privilegiadas en torno a los 20 años, desfilan ante ti cada 30 segundos en ropa interior negra y tacones; medio minuto es todo el tiempo que se les da. Algunas veces me resultaría inevitable romper la compostura, porque las modelos hacen lo posible por mostrar sus activos, pero trataría de hacerlo tras la reacción de alguno de los miembros femeninos del comité. Así nadie pensaría que mi respuesta es fruto de excitación incontenida. Sería difícil decantarme por unas pocas.

Una de las responsables del casting señala que la clave está en valorar tres dimensiones principales en la modelo: proporciones fabulosas, piel perfecta y una personalidad increíble. Para la evaluación de las dos primeras creo que estaría capacitado; podría emitir un juicio fidedigno en los suspiros que dura su pase. La tercera, no obstante, me costaría más. ¿Cómo saber si la modelo tiene la personalidad adecuada durante tan poco tiempo? Y, se me olvidaba, sin interacción verbal posible. Todo se transmite visualmente. Aquí no es como en el certamen de Miss España, donde se puede preguntar a la modelo cuestiones de enjundia; ¿alguien recuerda alguna edición en que se preguntara por el conflicto israelí-palestino…? Pero parece que la cosa va por otro lado aquí. Comenta una de las responsables del casting que por personalidad entienden energía, lo que la modelo es capaz de transmitir exteriormente. ¡Energía! Claro, ahora entiendo por qué las hay que aprovechan los 30 segundos y los diez pasos que tienen de recorrido entre su entrada en la sala del casting, por uno de los laterales de una gran pantalla blanca de textura plástica que hace de fondo, y la mesa donde está el comité, para hacer esos aspavientos al más puro estilo de las “official angels”, cuando desfilan presentando las colecciones; bueno, también cuentan con los diez pasos de vuelta; esta parte también es importante, porque la modelo debe ser capaz de mostrar que su perfil trasero puede proyectar la “energía” buscada… alguna hasta se puso a bailar samba, tras informar de que era brasileña.

Todo este proceso acaba con un grupo selecto de modelos que están, como dice un conocido, “buenísimas no, lo siguiente”, y que se suman a la decena de top models (Adriana Lima, Alessandra Ambro, Doutzen Kroes, etc.) que la marca tiene en nómina para hacer el desfile anual y demás promociones de sus productos; esta semana, su fashion show en Londres. Cualquier parecido entre cómo luzca la lencería de encaje una de estas modelos y una mujer no alada ni de ciencia-ficción como se presenta a estas modelos, es pura casualidad. Las habrá, porque estas modelos no han venido de Marte, pero en un porcentaje ínfimo. No tengo yo tan claro que optar por estas genéticas perfectas, en edades además óptimas, sea lo mejor para conseguir mayor gancho y estimular más la compra en el segmento femenino, público objetivo de la marca. Quiero decir, que para el caso de la lencería, su producto característico –aunque también comercializa otro tipo de prendas, como sostenes para practicar deporte, por ejemplo–, donde el cuerpo queda tan explícito, podría generar frustración, incluso rechazo asociado, en parte de su público; otras marcas que han trabajado con la mujer en “paños menores”, como la de jabones Dove, utilizaron la estrategia contraria precisamente por eso, la de mujeres normales, y así lo hicieron notar en sus campañas; probablemente, la mujer promedio simpatiza más con Bridget Jones que con Adriana Lima. Aunque parece que esto es algo que importa poco a Victoria’s Secret, y no tengo duda de que en algún momento se habrá considerado; me refiero a los inicios previos al lanzamiento mundial del primero de sus desfiles, momento en que hicieron la apuesta. Por otro lado, estos eventos también en parte se dirigen a los que compran, que en no pocas ocasiones son los hombres, para regalar a sus parejas, ligues, rollos; el autoconsumo privado para la perversión masculina al más puro estilo drag-queen y demás variantes de travestismo lo obviamos por probable volumen de ventas irrisorio asociado.

Durante las pesquisas que he hecho para escribir este artículo, por cierto, con otro propósito que comento más adelante, he disfrutado viendo los diversos materiales audiovisuales que la marca tiene a disposición del público en su página web y en YouTube. Sí, confieso, si estoy haciendo zapping y en un canal de pronto me encuentro a los angelitos de Victoria’s Secret desfilando por una pasarela, el vestigio reptil de mi cerebro emitiría un estímulo eléctrico a su parte ejecutiva para que, a su vez, transmitiera al dedo de mi mano sobre el botón de cambio de canal del mando a distancia la orden: “stop, stop!” Por Dios, ¡hay milenios de evolución biológica que dominan mis pensamientos! Aunque trato siempre de que mis actos se ajusten a las normas sociales de esta sociedad en que vivimos, por supuesto; ante todo, un ser civilizado.

En fin, voy a dejarme de rollos. No sé si porque venía condicionado por una cuestión previa, si porque he visto los entresijos de los castings de la marca, y el comportamiento de las aspirantes aladas, o por una mezcla de cosas, pero de pronto, cuando escrutaba los pasos de una de las top, con todos esos abalorios y alas angelicales doradas que les ponen, he pensado: ¿qué diferencia hay entre un ángel de Victoria’s Secret y una conejita de Playboy? Alguno habrá que piense que los accesorios; alas y demás oropeles cambian por diadema con orejitas y cola de conejita, sin olvidarse de la pajarita… Otro pensará que esto es una comparación burda, ¿incluso soez? No quisiera importunar al lector. Estoy escribiendo en “voz alta”, y quizá este producto de mi mente ha sido más una pedorrea mental que una ocurrencia digna de ser comentada.

Vamos a ver… Hagamos una comparación rigurosa. Por ejemplo, partamos de las tres dimensiones clave para elegir a los ángeles: cuerpos de increíbles proporciones, piel perfecta y gran personalidad, recuerdo, entendida como “energía” proyectada. Bien, he tenido que hacer nuevas pesquisas y explorar el material gráfico proporcionado por Playboy; escribir la columna semanal a veces es realmente sufrido; en el futuro debería meditar mejor sobre la temática de la columna antes de empezar a escribirla; hoy me está alterando; esto es un poco de autocrítica que me hago. Inspecciono el material recopilado y, al menos en las dos primeras dimensiones, no veo diferencia; incluso en la tercera, las chicas Playboy me parece que transmiten una energía especial; al menos a mí… Entonces, ¿cuál es la diferencia? Se me ocurre otra cosa. Esto requiere mayor imaginación, capacidad de visualización, pero me creo capaz de ello. ¿Y si cogiera a un ángel de Victoria’s Secret y me la intentara imaginar de chica Playboy? Vale, impresiones del experimento: sinceramente, no me cuesta nada… Pero, un momento… si estoy viendo que Kate Moss, top insigne, ¡ha sido portada de Playboy este año, en el sexagésimo aniversario de la revista!

Lo que creo que diferencia, básicamente, a un ángel de Victoria’s Secret de una conejita de Playboy es el contexto. Observando algunas de las situaciones por las que pasa una modelo, desde el casting, hasta lo que tiene que hacer posteriormente en los desfiles, he padecido una extraña sensación de vergüenza ajena. Con esto no digo que mis ojos hayan sufrido contemplando la diversidad de Anadiómenas que atrae la marca, no. Me refiero al ejercicio de exposición carnal que deben realizar, eso sí, con personalidad… Creo que he podido escuchar los pensamientos de algunas feministas. La exposición es similar a la que se hace en publicaciones de corte erótico, pero probablemente todas o la mayoría de los “ángeles” no se prestarían a aparecer en revistas de este tipo enseñando lo mismo. ¿Por qué? Los intangibles asociados a Victoria’s Secret marcan la diferencia: hacer de la lencería un arte, posicionar la presentación de sus colecciones como uno de los eventos anuales de las pasarelas y del mundo de la moda, con una audiencia de varios cientos de millones, el prestigio profesional asociado a sus modelos, etc. Éstos son algunos de los motivos que podrían argumentarse para distanciarse de la orientación y propósito de la forma en que revistas como Playboy muestran a la mujer. Y tendrían razón, pero mis ojos siguen viendo lo mismo en ambos casos: una mujer de belleza excepcional casi como su madre la trajo al mundo. La divisoria entre arte y pornografía, moda y obscenidad, se difumina cuando Victoria’s Secret lleva sus desfiles a los extremos del erotismo de masas socialmente aceptado; aquel que puede congregar a celebridades públicas de la moda, como Anna Wintour, editora jefe de Vogue en EE.UU.

Me viene a la mente ahora el cuento del traje del emperador, o el rey desnudo, pueden conocerlo también por ese nombre, del danés Hans Christian Andersen. Ese en que el rey desfila en pelotas tras haber sido embaucado por unos liantes que prometían haberle confeccionado un traje con un hilo invisible que sólo podían ver los ojos de las mentes elevadas, no las de los necios y estúpidos; difícil, siendo un necio, resistirse a reconocer que de hilo mágico, nada. Pues para mí las alas en las que enfundan a los ángeles de Victoria’s Secret son una metáfora de ese hilo invisible. Un día de estos uno de los niños pequeños que ya tienen alguna de las modelos que desfilan dirán a la madre: “Mamá, ¿por qué trabajas casi desnuda?”

Y todo esto para introducir una historia de esta semana, pero ya es tarde y voy a contarlo en versión telegráfica; necesito dormir algo. Resulta que una modelo estadounidense, Nicole Forni, se prestó a hacer una sesión de fotos con un fotógrafo profesional, Joshua Resnick, ambos de Ohio. El fotógrafo le ofreció hacer una sesión, que incluiría luego en su porfolio de modelos. Nicole vio esto como una oportunidad para promocionar su carrera; quizá, soñaba con ser un ángel de Victoria’s Secret. Para la sesión el fotógrafo sugirió que vistiera una ropa interior de encaje negro –nada que no se haya visto en los desfiles de la marca de lencería– e hizo a la modelo posar sobre una cama en posturas sensuales. La modelo, por lo visto, firmó el documento de cesión de derechos tipo que se suele firmar, pero insiste en que acordaron verbalmente que las fotos no serían distribuidas en páginas web y demás soportes de contenido sexuales para adultos. Y donde dije digo… Poco después la modelo se enteró por allegados de que una foto suya estaba en una página porno. A poco que investigaron, la foto de la chica, una del tipo a las muchas que podrían sacarse de las sesiones de fotos de Victoria’s Secret –esto es lo que se argumenta, entre otras cosas, en la demanda de la modelo, presentada recientemente en unos juzgados de Cleveland–, estaba en docenas de páginas porno estadounidenses y extranjeras. La modelo está indignada y se siente ultrajada, con motivos. Ha denunciado al fotógrafo y pide una indemnización importante por los daños ocasionados.

Pero insisto, la diferencia está en el contexto donde se publica la foto, no en la foto en sí misma. De haberle dado el fotógrafo una sorpresa, consiguiéndole, por ejemplo, con su foto una audición para Victoria’s Secret –o incluso que la foto hubiera salido en Playboy, por eso de que representa la aristocracia, si se me permite el término, de la pornografía–, la cosa habría sido distinta… La foto habría sido la misma, pero los intangibles asociados diametralmente opuestos.

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