Ana Rodríguez. Captar la esencia de un momento en una instantánea y ser capaz de transmitir con ella ese maremágnum de intenciones preconcebidas en la mente de quien aprieta el botón de la cámara es una tarea muy complicada que requiere, entre otras cosas, de habilidad y experiencia. Si todo ello lo trasladamos al mundo del cine y pensamos en un gran maestro de la dirección fotográfica, irremediablemente se nos debe venir un nombre a los labios: Javier Aguirresarobe.
Este gran profesional, natural en Éibar, ostenta el récord de Premios Goya a la Mejor Fotografía con un total de seis estatuillas, un dato que ya apunta la magnitud artística del vasco. Pocos como él pueden presumir de haber trabajado con los mejores directores de cine, tanto español como internacional, quienes le confiaron la esencia de sus películas: su imagen.
Actualmente Aguirresarobe se encuentra en Boston, como siempre enfrascado en un rodaje. Está trabajando en la película The finest hours, una producción Disney, de gran complejidad técnica, dirigida por Craig Gillespie, con quien el español ya colaboró en Fright nigh. Como él mismo relata, esta nueva cinta “narra un hecho real que sucedió en Cape Cod en 1952. Un petrolero se partió en dos debido al temporal y sus tripulantes fueron rescatados milagrosamente por una pequeña embarcación. Fue un acto heroico que se recuerda como un hito en la historia de salvamentos marinos”.
Se trata, pues, de la última aventura laboral de un hombre para quien la fotografía es su vida, como reconoce, ésta es “claramente mi vocación. Vivo el cine todos los días de mi vida y me siento muy afortunado por ello”. Esa pasión es la misma que pone a todas las producciones en las que ha trabajado, decenas, y que lo han llevado a lo más alto de un sector tan difícil y competitivo como la industria del cine.
Aguirresarobe empezó cursando estudios de Óptica y más tarde ingresó en la Escuela Oficial de Cine de Madrid donde, como ocurre frecuentemente a lo largo de la historia, el destino quiso que coincidiera con compañeros que se revelarían, como él, en reconocidos cineastas, tal es el caso de Imanol Uribe, Ángel Luis Fernández y Julio Madurga.
De sus comienzos, el español señala que su amor por la fotografía venía de lejos, de siempre, pues “el hecho de que mi hermano fuera fotógrafo profesional me ha hecho sentirme fotógrafo desde que tengo uso de razón, y no se me daba mal el tema”, afirma en un divertido guiño.
Aguirresarobe empezó haciendo documentales con una vieja cámara de cine con la que rodaba por su cuenta. “Recuerdo esos paseos con la cámara al hombro intentando captar amaneceres, paisajes, como un episodio interesante y agradable”, reconoce echando la vista atrás, buceando en aquellos inicios de los años 70.
Su primer trabajo en el mundo del celuloide lo logró en 1973, como auxiliar de cámara en la película de José Luis Borau Hay que matar a B y luego fue director de fotografía del corto Rumores de Furia, de Anton Merikaetxebarria y del largometraje ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?, de Fernando Colomo. Por aquella época, Aguirresarobe se implicó con la producción cinematográfica de su tierra, impulsándola en una hermosa alianza junto a directores como Imanol Uribe –El proceso de Burgos (1979), La fuga de Segovia (1981), La muerte de Mikel (1983)-; Montxo Armendáriz –7 horas (1986)-; José Ángel Rebolledo –Fuego eterno (1984)- o Javier Rebollo –Golfo de Vizcaya (1985).
Ya en aquellos tiempos, el director de fotografía empieza a hacerse famoso por su particular manera de jugar con el contraste entre las luces y las sombras, una técnica que asegura no esconde secreto alguno: “Tengo y aplico una gramática de luz. Es mi estilo de iluminación casi siempre al servicio de una luz creíble, verosímil. Me gustan los ambientes naturales y los creo en el ‘set’ siempre que puedo. Huyo de lo artificial, de la luz visible en el plano, aunque siempre cuido la imagen de los rostros de los actores, para mí una cuestión primordial. La mirada del actor es clave en el lenguaje del cine. Cuando una película es realista, me siento cómodo con mi estilo de luz. Si transcurre por derroteros más imaginativos, cambio algunos aspectos de la imagen, como el color, la textura o la intensidad de las fuentes de luz, pero siempre tiendo a mantener mi geografía de luz”.
Tal vez no sepa hacer mágica, pero esa ‘gramática de luz’ que cultiva el fotógrafo vasco embrujó en los años 90 –como sigue haciéndolo ahora- a numerosos directores de cine español que fueron solicitando sus servicios. Puede decirse que Aguirresarobe pasa en este punto a una nueva etapa –sin abandonar nunca del todo la anterior, la del cine vasco- en la que se cruzan por su camino grandes como Pilar Miró, Julio Medem, Víctor Erice o Juanma Bajo Ulloa.
En 1991 conquista su primer Goya a la Mejor Fotografía con Beltenebros, un galardón que llegó cuatro años después de su primera nominación a este premio, la cual estuvo promovida por su trabajo en El bosque animado, de José Luis Cuerda. Sus siguientes Oscar españoles los traerían Antártida (1995), de Manuel Huerga, y otra producción de Pilar Miró, El perro del hortelano (1996).
Estos reconocimientos no fueron sino la constatación de que Aguirresarobe había dado con la clave de qué debía ser la fotografía al cine y la había llevado a la práctica hasta sus últimas consecuencias. Como él mismo explica, “la fotografía consigue la representación real de la escena en la pantalla por medio de una cámara. Por ello es esencial y determinante en el cine, es sinónimo de imagen y sin ella el celuloide no sería visible, de ahí su importancia y su capacidad comunicativa”.
Una relevancia que debe estar siempre al servicio del argumento, pues una buena fotografía debe acompañar a la narración, “para que el espectador se sienta cómodo con la imagen que ve en la pantalla, por su coherencia con la historia, porque técnicamente está bien realizada”, matiza Aguirresarobe.
En esta línea, el director de fotografía reconoce que cada guión “te lleva a imaginar cómo puede ser la película, su tono, su textura, su imagen… Pero no estás solo en la preparación. Está también el director, que es el que realmente decide el camino a seguir. Por ello en la preparación hay que buscar referencias para conseguir la mejor comunicación con él y los otros departamentos. Realmente, la película se hace en la preparación”.
De esa filosofía visual y colaborativa dio buena muestra el vasco en Los otros, el film de Alejandro Amenábar producido por Tom Cruise y protagonizado por Nicole Kidman, con el que logró dos grandes reconocimientos: el primero en su país, con un nuevo Goya en 2002, el cuarto, y el segundo a nivel internacional, dando un tercer salto cualitativo en su carrera.
Una vez cruzadas las fronteras, Aguirresarobe comenzó a trabajar a ambos lados del Charco y nacieron películas que contaban con su ‘buen ojo’ como Soldados de Salamina de David Trueba, Mar adentro de Amenábar (sus quinto y sexto Goyas respectivamente); Hable con ella de Almodóvar; El puente de San Luis Rey de Mary McGuckian; Obaba de Montxo Armendáriz; Los fantasmas de Goya de Milos Forman; The city of your final destination de James Evory; Vicky Cristina Barcelona y Blue Jasmine de Woody Allen; La Carretera (The Road) de John Hillcoat; Luna nueva y Eclipse, de la saga ‘Crepúsculo’; Una vida mejor de Chris Weitz; Memorias de un zombie adolescente de Jonathan Levine o, más recientemente, Identity thief (Por la cara) de Seth Gordon.
Tras haber compartido rodajes con multitud de profesionales, el vasco reconoce que le ha ido “muy bien con prácticamente todos los directores con los que he trabajado, aunque siempre supe que algunos no repetirían conmigo, por razones estéticas, aunque también por temas de comunicación. Me he entendido muy bien con Imanol Uribe, con Armendáriz, con Amenábar, con Los Trueba, también me entendí fantásticamente con Pilar Miró. En otra dimensión, con Milos Forman, Woody Allen, Chris Weitz y Craig Gillespie, con quien ruedo ahora por segunda vez”.
Por otro lado, Aguirresarobe es miembro de número de la Academia de las Ciencias, de las Artes y de las Letras del País Vasco; posee un Premio Nacional de Cinematografía (2004); un Premio ‘Una vida de cine’, otorgado en el marco del Festival Internacional de Cine de San Sebastián y el Oso de Plata en el Festival Internacional de Cine de Berlín, entre otros muchos reconocimientos a toda una vida de intensa actividad.
Sobre sus asuntos pendientes, el experto en imagen afirma que “en mi trabajo como director de fotografía siempre hay algo que aprender, no es un trabajo rutinario. De ahí que la ambición te lleve a estar en los proyectos más complejos y difíciles y en la industria más competitiva como es la americana, donde debo superar una selección de profesionales para acceder a los proyectos. Lo cierto es que lo paso bien, el rodaje es todo un mundo de pequeños desafíos. Y me gusta estar ahí, en el conflicto con la emoción que supone resolver las secuencias problemáticas», y añade, «no tengo la sensación de tener una obligación laboral o personal en este momento, aunque sí me encantaría colaborar en una gran historia cinematográfica, de esas que permanecen en la memoria de la gente durante mucho tiempo”.
Ahora que lleva varios años participando más intensamente en la industria cinematográfica americana, el español reconoce que echa mucho de menos el País Vasco, aunque las nuevas tecnologías y maneras de comunicarse hacen que su añoranza resulte más llevadera, compensando “trabajar en lo que a uno le gusta aunque lo haga lejos de casa”.
Y es que llegar a lo más alto ha implicado también privarse de otras cosas: “por la fotografía he sacrificado tiempo de ocio, de contacto familiar y la posibilidad de tener amigos… Quizás mi profesión me ha llevado a tener una vida solitaria… No sé, pero creo que ha valido la pena seguir ese camino y lo volvería a hacer, sin duda”.
Finalmente, Aguirresarobe se despide desde Boston con un deseo para su país natal, “que existiera una regeneración institucional y política en España que aliente optimismo y confianza en la gente para conseguir su recuperación económica y social”.