Francisco J. Martínez-López. La última crisis económica ha puesto a prueba los modelos económicos de muchos países. Dejo al margen las cuestiones relacionadas con su origen, en un sistema financiero internacional voraz, cortoplacista e irresponsable; el concepto de la responsabilidad corporativa, no ya con un país particular, sino con gran parte de la humanidad, por las implicaciones globales nefastas de sus acciones, se podría introducir, para su posible aplicación futura, a las entidades que han contribuido a la ciclogénesis financiera explosiva que nos ha llevado al borde del hundimiento; nos costará décadas, siempre que no se dé otra tormenta de semejante características –si se diera en los próximos años nos iríamos al garete, pues nos hemos quedado en la reserva–, volver a la situación de equilibrio previa.
El modelo económico español ha quedado mal parado. La destrucción de empleo considerable y sus efectos prolongados, aún persistentes en los años posteriores a la zozobra, son una muestra de que el modelo que llevó a España a cifras macroeconómicas de récord poco antes del estallido de la crisis en el 2008 no era un modelo de futuro, ni apenas de presente; sólo era un estado quimérico nutrido de la exuberancia superficial del ladrillo. Aunque la eficiencia, la famosa mejora de la productividad de los factores productivos –repetida, como si de un mantra se tratara, por políticos, empresarios y periodistas económicos– es importante, no lo es tanto como la forma en que este país genera la riqueza. Eso es, básicamente, lo que define un modelo económico, también llamado productivo. La interacción de modelo adecuado y productividad tiene unos beneficios sinérgicos óptimos, pero el peso del primer elemento es mayor que el del segundo en la explicación del resultado. El discurso y las acciones se han centrado más en el segundo que, reitero, es necesario, pero no tan importante.
Es lógico, sin embargo, que las políticas relacionadas con la mejora de la productividad –por ejemplo, algunas de las cuestiones que han motivado la reciente reforma de la legislación laboral– acaparen atenciones y acción, pues tienen una incidencia más rápida en la economía. Pero no es este tipo de mejoras en las que debemos centrarnos. Esto es como si el miope quiere mejorar su visión limpiando los cristales de unas gafas que ya no son adecuados para observar el porvenir con la mejor visión. No, tener los cristales de las gafas limpios ayuda, pero mejor disponer de unos cristales con las dioptrías adecuadas. España necesita unas gafas nuevas, sí, aunque la solución metafórica no es tan fácil ni rápida como ajustar la nueva graduación de la vista y encargar unos cristales en la óptica. La evolución de un modelo económico precisa años, décadas, quizá generaciones, y requiere tanto el concurso de múltiples agentes económicos, públicos y privados como la actuación sobre áreas diversas; por ejemplo, los planes de estudio, sobre todo los de educación superior, deberán orientarse al desarrollo de competencias acordes con el modelo de futuro buscado. Por eso, mejor empezar cuando antes a orientar proa al nuevo rumbo.
Una forma de acelerar el cambio es aprovechar el capital y conocimiento externo. No sólo es conveniente, por ello, facilitar la entrada de capitales extranjeros, sino propiciar que sean inversiones orientadas a las actividades que van a fortalecer nuestro sistema productivo. Por ello, la actividad emprendedora extranjera de este tipo en suelo nacional, aunque no tenga mucha envergadura, debe estimularse.
Siempre he pensado que la inmigración es un factor social que, bien gestionado, puede convertirse en fortaleza en un país. EE.UU., por ejemplo, uno de los países con mayores problemas migratorios del mundo, ha mostrado en los últimos años una discriminación positiva de las solicitudes de visados y permisos permanentes de residencia (la famosa “Green Card”) de extranjeros que demuestren una cualificación especial de la que pueda beneficiarse el país; por ejemplo, un ingeniero informático extranjero que interese a una empresa de Silicon Valley lo va a tener más fácil que otro que opte por un puesto de trabajo de baja cualificación. Esto se entiende. Por ejemplo, Jerry Yang, uno de los fundadores de las empresas tecnológicas más célebres, Yahoo!, con una contribución indudable a la economía norteamericana, es de origen chino, y se trasladó con un visado a California para hacer el instituto (PiedmontHills High School) y el posterior ciclo universitario (Stanford). Los procedimientos y tiempos administrativos, no obstante, sobre todo para el permiso de residencia, en EE.UU. pueden ser desesperantes y llevar años, eso dando por supuesto que se cuente con un buen abogado.
En otros países con menos problemas migratorios, o incluso todo lo contrario, con problemas de población, como Canadá, esta política de facilitar la llegada de extranjeros altamente cualificados se puede ver en hechos tan significativos como que se ofrezca la posibilidad de nacionalizarse a doctores extranjeros que se doctoren en universidades canadienses, si no estoy mal informado.
La cuestión es simple: se potencia al inmigrante con alta cualificación profesional, pues existe mayor probabilidad de que termine emprendiendo actividades productivas beneficiosas para el país receptor. Se supone que para los puestos de escasa cualificación ya hay sobrante de mano de obra nacional disponible, por lo que no realizar esta discriminación, facilitando también la entrada de inmigrante con competencias profesionales de perfil bajo, afectaría negativamente a la empleabilidad del trabajador nacional.
Hace unos años, cuando una mitad del Congreso se justificaba de que no habían engañado al país ocultando información, pues una crisis extraordinaria como la pasada había cogido desprevenido a todos, y la otra parte se esmeraba en un mensaje destructivo que ponía la esperanza en el cambio de Gobierno como solución a los problemas económicos –parece que al final ha sido que no…–, en la inmigración extracomunitaria sólo se veían problemas. Faltaba esta visión avanzada. Tiempo después, ya con Rajoy en el Gobierno, la cosa seguía igual. Yo ya pensaba en lo que había escuchado por boca de varios en Nueva York, personas con buenos puestos en empresas, bien posicionados: “Si pudiera vivir en España…,” anhelaban algunos. Al principio no daba crédito; ¿cómo podían querer abandonar NYC, la capital del mundo, por España…? Poco a poco lo fui comprendiendo. Hay algo que el dinero no compra, por ejemplo: el clima, el estilo de vida, la cultura de un país y sus gentes. En estas cosas, España es potencial mundial. La tecnología de hoy, de transporte y telecomunicaciones, da muchas más posibilidades que antes a las empresas para su deslocalización y la ubicación espacial no es tan estratégica como antes; aunque los llamados “clusters” competitivos siguen existiendo, eso es indudable; Silicon Valley es uno para el sector tecnológico. ¿Por qué no potenciar, entonces, a España como destino para la actividad emprendedora de extranjeros, comunitarios y extracomunitarios?, pensé. En el caso de los extracomunitarios, claro, sería necesario dar todas las facilidades para residir legalmente en España. Por esa época, Chile lanzaba un programa de propósito similar, que buscaba atraer inversión y mano de obra extranjera cualificada. Se facilitaban visados, ubicación en polígonos tecnológicos, créditos a la actividad emprendedora… Y tuvo su respuesta positiva. Nosotros seguíamos parados. Nos costó arrancar unos años.
Estos días leo una noticia destacada en el New York Times: “At Spain’s Door, a Welcome Mat for Entrepreneurs”; traducido: En la puerta de España, una alfombra de bienvenida para emprendedores. Cuenta la historia de Stacia Carr, una emprendedora estadounidense que ha estado más de una década en Silicon Valley, pero que cuestiones como la saturación y competencia excesiva existente en el valle le han hecho plantearse otras opciones. Y el destino elegido no está en EE.UU. No, ha decidido cambiar de continente, venirse a Europa, y en concreto a España. De Silicon Valley a Madrid, ahí es nada; suena a involución… Pero no, ella ha visto una nueva etapa en su vida. Lo que ha propiciado su decisión ha sido las posibilidades ofrecidas por la Ley de Emprendedores, aprobada a finales de septiembre del 2013; nos costó “enterarnos”, pero al final lo hicimos; más vale tarde que nunca. Esta ley contempla la posibilidad del emprendedor extranjero, y facilita visados y residencia, una vez el proyecto propuesto por el extranjero tenga el visto bueno administrativo. Los trámites son realmente ágiles y rápidos en teoría, pudiendo gestionarse todo en semanas, aunque parece que en la puesta en práctica Stacia observó mayores dificultades. También comenta que, aunque hay otros países en Europa con mayores fortalezas, cuestiones como la facilidad administrativa para desarrollar su proyecto aquí, la disponibilidad de trabajadores preparados, y su coste relativamente menor la hicieron decidirse por España. Y yo añado, seguramente la calidad de vida, y buena vida, que permite nuestro país, también habrá influido en la decisión final.
Sigamos propiciando que venga el emprendedor extranjero. Si una empresaria de Silicon Valley, la meca del sector tecnológico, ha decidido cambiar de aires y venirse a España, muchos otros emprendedores del mundo podrían hacer lo mismo. Solucionemos las ineficiencias procedimentales y aspectos de mejora que estos primeros emprendedores extranjeros hayan observado –pidámosles sugerencias para la mejora–, y sigamos apostando por esta vía para la transformación de nuestro modelo productivo. Si esto, además, lo complementamos con estímulos fiscales, como una bonificación temporal en sus impuestos societarios, mejor; aunque el atractivo irlandés nunca lo vamos a alcanzar; con un Impuesto de Sociedades del 12,5%, frente a nuestro 30% para las grandes y 25% para la pyme, de los porcentajes más altos de Europa, Irlanda atrae las sedes europeas, y tributación asociada, de gigantes como Google o Facebook.