Ana Amador. Contemplar la bahía de Guanabara en Río de Janeiro al ascender por el monte Pan de Azúcar o admirar las imponentes montañas de los Alpes Suizos son estampas fascinantes que en la actualidad se pueden disfrutar con normalidad gracias al teleférico, un maravilloso invento fruto de la pasión y obsesión de un gran genio español.
Hijo de un ingeniero que trabajó en la creación de la línea Bilbao-Irún o el Ferrocarril de Isabel II, Leonardo Torres Quevedo nació en Santa Cruz de Iguña (Cantabria) el 28 de diciembre de 1852. Cursó el bachiller en Bilbao y París, trasladándose posteriormente a Madrid, donde estudió la carrera en la Escuela Oficial del Cuerpo de Ingenieros de Caminos. Tras graduarse en 1876, ejerció brevemente su profesión en los ferrocarriles, al igual que lo hizo su progenitor. Pero, tras un viaje por Europa, optó por dejarse llevar por su espíritu inquieto y mente creativa, lo que le permitió desarrollar al máximo su gran talento científico e inventor.
En 1887 construyó en su propia casa en Molledo (Cantabria) el transbordador de Portolín, que salvaba una distancia de 200 metros y un desnivel de 40 metros. Para proporcionar dinamismo a este mecanismo utilizó una especie de noria movida por dos vacas y una silla de casa atada a los cables que ejerció de asiento del transbordador. Posteriormente construyó el transbordador del río León, un diseño de mayor envergadura que en esta ocasión en vez de animales usaba un motor.
Ese mismo año patentó el Aerotransbordador o Aerocar, un mecanismo en el que la guía y tracción se realizaba mediante de un sistema de cables y contrapesos tensados de un modo controlable, uniforme e independiente de la carga transportada, de tal forma que la rotura de algún cable no resultara peligrosa, ganando así el conjunto estabilidad y seguridad. Bajo esta idea, en 1890 presentó el primer estudio de la Historia para la construcción de un teleférico de montaña, concretamente en el tramo Klimsenhorn-Pilatusklum de Suiza. Sin embargo su proyecto fue rechazado e incluso la prensa se mofó de él.
Lejos de rendirse, Torres Quevedo llevó a cabo un experimento de bajo presupuesto para demostrar que su idea podía aplicarse en obras mucho más ambiciosas, como la de las Cataratas del Niágara en Canadá. La construcción del transbordador del Ulía en San Sebastián costó aproximadamente 50.000 pesetas de la época y se construyó en cuatro meses gracias a la obra que ejecutó la Sociedad de Estudios y Obras de Ingeniería de Bilbao.
En octubre de 1907 esta construcción acaparó casi el 40% de los visitantes que subían al famoso monte de Donostia en tranvía y durante las primeras siete temporadas de verano llegó a transportar a más de 60.000 personas sin que se produjera ningún incidente. En la actualidad ese teleférico, el primero que se construyó en el mundo, ya no existe, pero aún se conservan postales y fotografías.
Este transbordador adquirió tanta fama mundial que al año siguiente se construyeron otros teleféricos en ciudades como Chamonix (Francia), Bolzano (Italia), Grindelwald (Suiza) o Río de Janeiro (Brasil).
Una vez demostrado que este tipo de infraestructuras era viable, los mismos empresarios que le ayudaron en la Sociedad de Estudios y Obras de Ingeniería iniciaron en 1911 las negociaciones para construir el Spanish Aerocar sobre el río Niágara en Canadá.
En un principio propusieron un trayecto de más de un kilómetro situado más próximo a las cataratas, pero esta idea se modificó al estar prohibida cualquier construcción que pudiera perturbar la vista. Además, al crearse en la cascada principal suponía también un problema de control fronterizo porque tenía que crearse una estación en Canadá y otra en Estados Unidos.
Finalmente el Spanish Aerocar de las Cataratas del Niágara fue construido sobre The Whirlpool, un lugar emblemático en el que un brusco giro del río crea un gigantesco remolino y cuyas sorprendentes vistas han dado a la obra de Torres Quevedo fama mundial.
La construcción, que une los 580 metros de longitud de distancia entre ambas orillas y se encuentra a una altura de 60 metros, se realizó entre 1915 y 1916. Este proyecto fue llevado a cabo por la compañía Niagara Spanish Aerocar Co. Limited, una empresa española fundada en Canadá únicamente para este proyecto de ingeniería.
En 1913 logró la concesión para edificar las dos estaciones en territorio canadiense y en julio de 1914 se creó formalmente la empresa The Niagara Spanish Aerocar Company Limited, que se constituyó con un capital de 110.000 dólares y una concesión de explotación por 20 años.
Hasta 1920 los ingresos fueron menores de lo esperado, eso se debió principalmente a la I Guerra Mundial. A partir de ese año las ganancias se incrementaron sustancialmente, pero esta situación volvió a empeorar tras el crack de 1929.
En 1933 finalizó la concesión de explotación por 20 años, un hecho que unido al estallido de la Guerra Civil española propició el corte de la comunicación entre los socios españoles y la compañía canadiense. En 1959 se retomaron de nuevo los contactos, pero un año después se cortaron definitivamente tras la venta de los activos a The Niagara Parks Commission.
Más de 100 años después de su inauguración, el Spanish Aerocar sigue funcionando. Además, en la entrada de la estación se conserva una placa en bronce que recuerda al gran ingeniero español que lo construyó.
El sistema de Torres Quevedo consta de una barquilla capaz de transportar a 35 personas, que está suspendida por seis cables de acero a 60 metros de altura y realiza un trayecto de un kilómetro en diez minutos a una velocidad de siete kilómetros por hora. La construcción fue mejorada y actualizada en 1961, 1967 y 1984, aunque estas modificaciones apenas se han alejado del proyecto original.
El Spanish Aerocar se encuentra integrado hoy en día en el Parque de las Cataratas del Niágara, junto a otras instalaciones como el Maid of the Mist o el Túnel panorámico. Además, el teleférico español alcanzó mayor fama gracias al estreno en 1953 de la película Niagara, dirigida por Henry Hathaway y protagonizada por Joseph Cotten y Marilyn Monroe.
Junto al destacado teleférico, Torres Quevedo creó numerosos inventos como los dirigibles, el Telekino (el primer aparato de autocontrol del mundo), máquinas analógicas de cálculo precursoras de la calculadora o el Autómata (la primera máquina que jugó una partida de ajedrez contra un humano y que está considerada el primer videojuego de la Historia).
Por su gran aportación a la ciencia, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) le honró otorgando su nombre al Centro de Tecnologías Físicas Leonardo Torres Quevedo. Además, el pasado 28 de diciembre de 2012, con motivo de su nacimiento, Google le dedicó un doodle. En él se mostraba la singular barquilla del transbordador cruzando las aguas del río Niágara y en su interior se podía ver la figura del ingeniero español, así como dos figuras de ajedrez y una vaca.
1 comentario en «Spanish Aerocar, el funicular español de las Cataratas del Niágara»
Muy buen artículo.
Leonardo Torres Quevedo fue uno de los grandes inventores españoles, sobre todo en la informática.
Hace unos años hice una biografía suya y todavia hay mucho inventos que no conocemos que hizó.
Felicidades Ana