Francisco J. Martínez-López. Por muchas películas americanas que se vean, hay cosas que un español no termina de comprender hasta que las vive. Una de ellas es el baseball. Se pueden tener algunas nociones, o incluso experiencias de infancia que contar, pero no suelen pasar de que hay uno que lanza una bola –solía ser de tenis– y otro, el que batea, que tiene tres oportunidades para darle bien a la bola –para los de mi barrio, de pequeños, era no pelarla, o darle de refilón–, correr como un descosido hasta darle la vuelta a unas bases improvisadas, y rezar para que nadie del otro equipo la cogiera al vuelo, o quedaría eliminado.
Yo he tenido una buena maestra, mi amiga Susan, que ha dedicado un tiempo generoso a explicarme las reglas básicas, sobre todo en el Citi Field, en Queens, campo de los Mets, su equipo. Ya conozco suficiente el juego, “theoldballgame”, como para no perderme, e incluso atreverme a cuestionar algunas de las decisiones de los jugadores durante el partido; otra cosa es lo acertado de mis comentarios, que, a tenor de cómo se ha reído mi amiga en ocasiones, no parecían ser muy convincentes; estoy aprendiendo aún.
La catedral del baseball, el estadio mítico por excelencia, donde se han forjado leyendas como Babe Ruth o Joe Dimaggio –éste, por cierto, estuvo casado un tiempo con Marilyn Monroe– es el Yankee Stadium. Está ubicado en el Bronx, cerca del río Harlem, justo después de cruzarlo desde Manhattan por la 155; solía hacer footing –esta palabra es más española que inglesa, aunque no lo parezca; debería utilizarse jogging, si queremos que nos entienda un nativo– por ahí, dándole unas cuantas vueltas, cuando vivía en Washington Heights. Esta temporada ha sido especial también; una de ésas de las que, de cuando en cuando, se retira una figura emblemática: Derek Jeter, jugador de los Yankees durante dos décadas, y capitán del equipo. La retirada de Jeter se venía anunciando desde hacía meses en la ciudad; Nike, su sponsor, había lanzado una campaña para homenajearlo; por ejemplo, una imagen en blanco y negro del jugador, de espaldas con el 2, su número, y la palabra en mayúsculas RE2PECT, jugando con el número a modo de letra, se ha pintado en los laterales de varias fachadas de edificios de NYC, que habitualmente se utilizan a modo de valla publicitaria.
Jeter se retiró de capitán el martes pasado con un final de película. Los Yankees jugaban contra los Baltimore Oriols. Llegaban al final del noveno y último inning empatados a cinco carreras, y bateaban los Yankees para acabar el partido. Tenían a un jugador eliminado y a otro en la segunda base. Salió Jeter, casualidad porque en este juego los bateadores salen según un orden prefijado antes del partido. En su primera bola, consiguió empalmar un golpe plano y sin vuelo, que botó rápidamente el suelo y dificultó que el jugador de campo de los Oriols más próximo a la zona de las bases pudiera cogerla. Eso dio el tiempo necesario al jugador de la segunda base para correr hasta la última base con un margen mínimo para que el cátcher del otro equipo no pudiera eliminarlo; se le escapó del guante la pelota que le lanzó un compañero.
Otra carrera más y victoria 6-5 para los Yankees. Seguidamente, ovación cerrada de varios minutos, felicitaciones de todos los jugadores a Jeter, y vuelta al “ruedo” del jugador, que se despedía de los aficionados, emocionado, limpiando su cara continuamente con una toalla, y saludando con su gorra.
Derek Jeter, otro yankee legendario que se ha retirado; yo lo vi jugar en el Yankee Stadium.