Vicente Vera Esteve. Nos adentramos ya en una nueva estación, es el otoño una estación de transición. Dejamos atrás las altas temperaturas del verano y nos preparamos para el frío invierno. Esto volverá a suceder este año si el cambio climático no lo impide. Lo que hasta ahora no era más que una serie de hipótesis y algún que otro trabajo científico de alguna universidad americana, ahora es cuando este concepto ya se ha incorporado al lenguaje popular. De hecho todos observamos cosas raras en el tiempo últimamente, lo primero y más notorio viene siendo la escasez de lluvias. Siempre, recuerdo que durante el mes de agosto se temían las fuertes lluvias, las llamadas cabañuelas, un buen indicador para los hombres que trabajaban en el campo y que les servía como orientación sobre el tiempo previsible para los meses de invierno. No tenían que esperar el parte meteorológico para saber con antelación cuánta lluvia iban a recibir sus plantaciones de frutas y hortalizas durante los meses del año en curso y siguiente. De alguna manera podían hacer sus previsiones y un cálculo aproximado de sus riesgos, descontando con anticipación la llegada de fuertes tormentas o incluso alguna que otra helada, que de ser así les ocasionaría pérdidas en sus inversiones.
Este comportamiento aleatorio del tiempo también nos influye en nuestras vidas y casi siempre nos altera nuestro carácter si hace más frío o existe previsión de lluvias. Algo muy parecido sucede con el comportamiento de la economía durante una larga temporada o durante todo un ejercicio económico. Los ciudadanos de un país no disponemos de un elemento parecido a las cabañuelas para anticipar un poco el comportamiento de los tipos de interés o de la reducción del déficit fiscal en un momento determinado, en realidad disponemos de sofisticados modelos de predicción económica realizados por los servicios de estudios de reconocidas entidades bancarias o incluso algún que otro think tank , pero no se da un fenómeno tan popular como las cabañuelas. Sí que podemos hacernos una idea si observamos cuál es el comportamiento del bono americano a largo plazo (10 años), o incluso el tipo de interés de la deuda alemana a tres meses. Pero siempre contaremos con un alto componente de riesgo, la economía es hipersensible a cualquier suceso nacional o internacional que pueda producirse en el día a día , desde un estallido bélico en cualquier parte del mundo, una subida repentina del precio del petróleo… el caso de Putin en el conflicto de Rusia con Ucrania es buena prueba de ello. Las decisiones de penalizar una actuación política y militar reprobable por la comunidad occidental puede provocar alteraciones en el mercado de bienes de consumo exportables a Rusia o la suspensión de los contratos de compra de frutas y hortalizas de nuestros castigados agricultores. Un dato que, a veces se cita en informes, y sirve un poco para definir cuál es la sensación o ánimo de los inversores y empresarios para tomar decisiones de inversión, son los animal spirits , concepto utilizado por Keynes para conocer el sentimiento empresarial en un momento determinado.
Como podemos observar, a veces, la economía es imponderable. Recientemente el presidente del BCE, el monetarista Mario Draghi ha decidido rebajar el tipo de interés del dinero al 0%, además desde el mes de octubre próximo iniciará un calendario de compras de activos por un valor superior a los 500.000 millones de euros. Estas dos medidas hace unos años hubieran sido más que suficientes para levantar el ánimo de la economía nacional y reactivar la recuperación económica. Sin embargo, es tal la murria que padece nuestra maquinaria de consumo que de momento la dichosa trampa de la liquidez no permite alegría alguna. Estamos de verdad atrapados y condicionados por la evidente incertidumbre en los mercados y las expectativas son inciertas absolutamente. Además se suma a esta técnica situación el inmediato escenario pre-electoral que dejará de lado las decisiones importantes de política económica.
Las cifras de paro continuarán elevadas, la industria no levantará cabeza. Y seguiremos lastrados por la temible deflación que arrastramos durante todo este año 2014. Es una pena que no se impulse la actividad industrial, la inversión en tecnología, innovaciones no tecnologica, necesarias para recuperar competitividad internacional, no olvidemos que la industria supone el 16% del PIB y es el único sector que podría crear empleo estable. Europa sin industria no puede medirse con los dragones de China ni los grandes grupos industriales americanos. Parece que sólo sea interesante la economía de servicios: turismo, banca, seguros, etc. Sabemos la limitación que ejercen estos sectores en la creación de puestos de trabajo. Por lo que decíamos antes, ahora resulta que todavía podemos volver a entrar en recesión, un hecho significativo como la recaída de Francia, Alemania e Italia, hace que nuestras exportaciones se resientan, nuestras ventas al exterior están mayoritariamente concentradas en los mercados de nuestros socios. Es probable que el otoño recién estrenado nos depare una sensación de calor extraordinario, pero no será por la temperatura que alcancen los termómetros sino por la compleja situación que se ha construído siguiendo las políticas fracasadas de austeridad, consolidación fiscal y la disparidad de criterios a la hora de establecer y coordinar una política de salida de la crisis, común a todos los miembros de la eurozona. Evidentemente para eso hay que estar mucho más cohesionados y ser de verdad una zona monetaria óptima para todos los ciudadanos y no sólo para el sistema financiero.