
Ana Amador. En 1884 el investigador italiano Gian Francesco Gamyrrini descubrió en la Biblioteca Della Confraternitá del Laici en Arezzo (Italia) el Itinerarium ad Loco Sancta, un códice en pergamino de 37 folios y escrito en latín popular tardío. La obra contenía una serie de cartas que describían un largo viaje desde tierras lejanas hasta los lugares mencionados por la Biblia. A raíz de este hallazgo, muchas fueron las hipótesis sobre el momento histórico en el que se escribieron las epístolas y la autoría del personaje enigmático que había llevado a cabo tal apasionante aventura.
Al principio, el manuscrito fue denominado Peregrinatio Silviae y atribuido a Santa Silvia. Sin embargo, en 1903 el monje benedictino Don Mario Ferotín dio la autoría a la joven Egeria, algo que confirmó Zacarias García Villada. Además, el historiador español añadió que había nacido en la Gallaecia romana.
Egeria vivió en el siglo IV, un periodo en el que el cristianismo pasó a ser religión oficial del Imperio Romano tras el decreto de emperador Constantino en el año 308. Sobre los datos biográficos de esta gran viajera se conoce muy poco, tan sólo que era una mujer muy culta, rica y de gran fervor religioso que estaba emparentada con Aelia Flacila, la primera esposa del emperador Teodosio I. A pesar de las especulaciones sobre sus orígenes, la realidad es que su hazaña no solo supuso un gran gesto de libertad impropio de su época, sino que la llevó a convertirse en la primera escritora española de nombre conocido y ser la creadora del primer libro español de viajes.


En aquella época era muy peligroso emprender su peregrinación, ya que el decadente Imperio Romano sufría los continuos ataques de los pueblos germánicos, una profunda crisis económica y el deterioro político e institucional. Sin embargo, los deseos de conocimiento de Egeria la llevaron a realizar su gran aventura desde el año 381 hasta 384, lo que le permitió comprobar de primera mano si eran ciertos los datos geográficos sobre Tierra Santa.
Para hacer realidad su sueño, la joven atravesó las tierras hispanas siguiendo la ruta de Lugo, el Bierzo leonés, Astorga, León, Palencia, Clunia, Numancia, Tarazona, Zaragoza, Huesca y Lérida. Cruzó el sur de Galia (Francia) hasta el norte de Italia y embarcó por el mar Adriático. Alcanzó Salónica, Heraclea de Tracia y la gran Constantinopla en el año 381. Finalmente llegó a Tierra Santa, donde visitó Jerusalén y otras famosas ciudades como Jericó, Nazaret, Belén, Galilea y Cafarnaúm.


Una vez alcanzado su objetivo, en el 382 Egeria organizó una nueva expedición hacia Egipto, en cuyo trayecto disfrutó de la bella Alejandría, recorrió Tebas a través del río Nilo, prosiguió hasta el mar Rojo y llegó al monte Sinaí.
A lo largo de su periplo estuvo acompañada por personas que iba encontrando en el camino, desde sacerdotes hasta altos militares. Incluso en varios tramos tuvo que ser escoltada por soldados romanos, ya que se trataba de recorridos peligrosos con climas extremos, de difícil tránsito y habitados por bandas de ladrones. Todos estos hechos fueron recogidos en su diario, en el que describía con gran precisión los interesantes lugares que visitaba, las infraestructuras de transporte y las diferentes costumbres de los pueblos.
Tras más de tres años lejos de su hogar, Egeria emprendió el viaje de regreso pero esta vez siguiendo otra ruta. Durante su vuelta visitó Antioquia, Edesa, Mesopotamia y atravesó el río Éufrates hasta Siria. En su afán de conocimiento, la joven quiso llegar a Persia pero le negaron la entrada.


La hazaña de la valiente peregrina permaneció oculta durante siglos y la única referencia a su persona aparecía citada en la carta escrita por San Valerio a los monjes del Bierzo. Estos textos la nombraban como Aetheria, Echeria, Etheria, Heteria, Eiheriai o Egeria. Ferotín se decantó por Eteria o Etheria, mientras que otros autores propusieron la grafía Egeria, por figurar así en el Liber Glossarum, un anónimo del año 750.
El diario concluye con su llegada a Constantinopla y en sus últimos escritos la joven hace alusión a un gran cansancio. Se desconoce más sobre su existencia, pero la realidad es que, tras las continuas invasiones bárbaras y la caída del Imperio Romano, las mujeres vivieron más encerradas que nunca. Por tanto, el descubrimiento de Gian Francesco Gamyrrini sacó a la luz la asombrosa el viaje de una mujer adelantada a su época y cuya obra constituye una guía de incalculable valor para conocer en profundidad la historia de Oriente Medio en el siglo IV.