Proyecciones narcisistas peligrosas

Francisco J. Martínez-López. Encuentro paradójica la búsqueda de la identidad personal en los patrones de conducta colectivos. ¿Es el individuo consciente de esta búsqueda? Existe, aun de manera inconsciente. El hombre es un animal social y necesita de la sociedad para su desarrollo, pero no toda influencia es buena ni, por ende, necesaria. ¿Cómo saber discernir entre ellas? En última instancia, depende del criterio de cada uno. Ese discernimiento estará tanto o más desarrollado cuanto mayor experiencia se tenga, y la experiencia, a su vez, es el resultado de los comportamientos sociales. La sociedad es difícilmente evitable, aunque hay un punto en la evolución en que algunos adquieren conciencia de su particular capacidad de elección, y optan por abstraerse de ella; otros, no, nunca lo hacen; desaparecen siguiendo a una masa que cada vez llevo peor, aunque sin llegar a la misantropía. Hay veces que busco sitios públicos para aislarme en el anonimato de la aglomeración; sólo quiero ver vida por el rabillo del ojo, pero no me interesa lo que me pueda decir la mayoría. No quiero escucharlos. Prefiero las palabras de algunos libros, del solitario, del incomprendido, del extranjero… de los que eligen observar a distancia la cola que se forma para algo que muchos que la hacen desconocen.

Las modas dictan los comportamientos sociales. Ahora, el “selfie”, o la autofoto, es una de ellas. No se habría prodigado sin la existencia de las redes sociales en Internet. ¿Qué sentido tendría hacerse un “selfie” si no pudiera mostrarse? Esa es la razón. En un ejercicio de complacencia con uno mismo, las personas se fotografían y lanzan la foto al mundo acompañada de mensajes triviales. Por supuesto, raro es el caso en que la persona no está sonriendo, porque en las fotos hay que aparecer sonriendo; las caras neutras, no digamos serias, no son una opción; cómo lo sé, lo desconozco, pero es algo que uno sabe, como que hay que saludar al que uno se encuentre en el portal de su piso, aunque no lo conozca; cultura aprendida sin consciencia de ello, supongo.

Pero ya incluso las caras sonrientes no son suficientes; se buscan fondos y situaciones originales, para que el propio “selfie” tenga más éxito que el “selfie” ajeno en las redes.

Hace poco vi el que se hizo uno desde el rascacielos más alto de Tokio, agarrando con una mano la cámara y con otra la antena del pararrayos que corona el edificio, con dos amigos sentados en un segundo plano, entre tanto se comían unos plátanos. Ese tuvo final feliz, aunque empieza a ser alarmante los imprevistos que acontecen a los que hacen “selfies” en situaciones de peligro. Hay muchos casos. Por ejemplo, una estadounidense se hizo uno, y subió la foto a una red social, con un breve mensaje donde decía lo feliz que se sentía. Investigaciones policiales posteriores concluyeron que la mujer se hizo la foto conduciendo, y que tuvo un accidente mortal de circulación justo después de subirla a la red. Podía habérsela hecho parada y enviarla, pero la inmediatez de la información en las redes sociales parece que obliga a compartirla al instante. La espera no es posible, como si todos nuestros contactos esperasen con desesperación nuestras noticias. En otro, en Méjico, un joven se hizo uno empuñando un revolver, con tan mala fortuna que se le disparó en la cabeza.

Una de las conclusiones obvias de esto es que la propia vida vale más que un instante de búsqueda de reverberación social efímera de la persona. Las proyecciones narcisistas no merecen jugarse la vida; la sociedad no necesita sacrificios de ese tipo. En cambio, arriesgar la vida por fotografiar una injusticia y denunciarla al mundo, sí; en esas fotos, no obstante, fotógrafo y fotografiado no suelen coincidir.

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