Francisco J. Martínez-López. Brad llevaría tiempo pensándolo. La idea le debió rondar la cabeza en varias ocasiones cuando escalaba con Jainee; puede que mientras abría una vía en la roca, fijando las chapas y asegurando la cuerda, con su pajera unos metros más abajo, atenta a su ascensión y prendiéndola firme, caso que un imprevisto hiciera perder adherencia a Brad y tuviera que impedir su caída más allá de unos pocos metros; lo que tuviera la cuerda de holgura. Había puesto su vida en sus manos muchas veces, y ella en las suyas. No había ninguna otra persona en la que confiara más. Se entendían y lo compartían todo, incluida la afición por jugar con su vida en la montaña de una manera controlada. Esa compenetración en el límite debía concluir en matrimonio. Así lo creyó Brad, que se decidió a proponérselo a Jainee el sábado pasado, justo después de que los dos escalaran el pico Cathedral, en el área de Tuolumme Meadows, en el Parque Nacional Yosemite, California. Jainee aceptó.
Brad se sentía pletórico y quiso desplazarse unos kilómetros para escalar Matthes Crest, una elevación vertical de varios cientos de metros. Se despidieron hasta más tarde. Con una euforia alimentada por la confianza en sí mismo y un estado extático de amor correspondido, no utilizó ninguna cuerda de seguridad ni se asoció con ningún otro para escalar. Puede que en ninguna ascensión previa se hubiera sentido tan feliz como en ésa. Un hombre de su consciencia espiritual, monitor de yoga, debió buscar la culminación de ese día especial con una meditación trascendente en la cima de esa montaña. Al igual que a Jainee, ella ya en algún lugar seguro, a Brad le sobrevendrían proyecciones mentales sobre su vida futura en común. Acaso saboreó la inmortalidad por unos instantes. Sólo quería coronar y volver a estrechar a Jainee entre sus brazos.
Es sorprendente la proximidad con que dicha y desgracia pueden presentarse. Me pregunto qué pensamientos tendría Brad durante esos segundos de caída, o en el instante de tener ese mal agarre y desprenderse de la montaña. Un vuelco al corazón, desesperación impotente, quizá la humedad de una lágrima al precipitarse… Una vez pregunté a un conocido que hace paracaidismo qué hacer si falla el paracaídas de emergencia en un salto: “Tienes el resto de la vida para pensar en ello”, me dijo cínico. Pues sí, Brad tuvo el resto de una vida, su vida, para pensar: los segundos que duró su descenso hasta impactar contra las piedras más abajo. Un final trágico para una historia de amor que se encontraba en lo más alto.
Descanse en paz el alma de Brad, quien, a diferencia de Jainee, ya no sufrirá más, y recuerde a los montañeros de Matthes Crest y demás adictos a la adrenalina y emociones fuertes que, caso de sucumbir a la tentación de jugarse la vida, cualquier medida de seguridad es poca.