Carlos Arroyo. José Garrido se ha confirmado como el novillero más importante en esta temporada de 2.014, después de sus triunfos en Madrid y Sevilla, ha llegado a Bilbao dando su aldabonazo en un recital de toreo bueno. Cuando el torero se rompe toreando, cuando el toreo fluye de las muñecas y se olvida uno del cuerpo, es tremendamente difícil poder contar lo visto en el ruedo.
Simplemente el toreo, simplemente en esta mañana de Bilbao, un novillero, José Garrido, ha toreado como mandan los cánones taurómacos, templando, mandando, enganchando las embestidas y llevándolas hacia la cadera, toreando con el alma en una bella escena de hombre y toro creando el arte más efímero y a la vez más eterno en la memoria. Sólo el lunar de la espada ha privado a José de cortar incluso más orejas, ya que en todos los novillos debería haber tocado pelo, pero poco importan las estadísticas cuando se torea tan bien.
La tarde ha ido yendo a más, cuando el torero se ha ido quitando los nervios de una corrida de tanta responsabilidad y exigencia como es la de encerrarse con seis toros en la Plaza de Bilbao. Todas sus faenas han tenido una carga artística importante, sobresaliendo las faenas a su segundo novillo y al quinto. El primero fue encastado y difícil, y el tercero noble, se paró pronto. Pero lo sublime llegó en el sexto, con el torero roto y más tranquilo por la puerta grande conseguida tras las dos orejas del quinto, se olvidó de todo y toreó cómo siente. El toreo a flor de piel, la figura desmayada y el alma en la franela. La pena que la espada no fuera certera en el primer intento, pero la obra ya estaba hecha. Hoy José Garrido ha dejado parte de su alma en la arena ferruginosa del Bocho. Hoy se quedan impregnados de toreo los crujíos de Vistalegre.