Juan Manuel Suárez Japón. Aquel verano de 2005 vino Rosa Regás a inaugurar los cursos de La Rábida. La escritora catalana ocupaba entonces, desde hacía poco más de un año, la Dirección de la Biblioteca Nacional de España y gozaba de popularidad no sólo por haber ganado un Planeta (en 2001, con la novela La canción de Dorotea), sino también por sus intervenciones en tertulias radiofónicas de amplia audiencia. Yo mismo acababa de llegar, un mes antes, al rectorado de la Universidad Internacional de Andalucía y todo aquello que vivía se revestía de un inevitable aire de novedad. Me sentí emocionado al tomar la palabra en el patio Mudéjar del Monasterio y seguí la conferencia de Rosa Regás con una expectación que fue diluyéndose poco a poco.
Pocos días después nos visitó la escritora Ana María Matute, a quien estos días hemos evocado por la triste noticia de su muerte. También a ella la aguardábamos con expectación, por su cualificada fama de narradora, por su larga trayectoria literaria, en fin, por ese halo que rodea a aquellos que destacan en sus profesiones o actividades. Alguna de sus acompañantes nos advirtió de que aquel era un día muy importante para la escritora barcelonesa porque era 26 de julio y por tanto, el momento en que cumplía 80 años. Naturalmente, este dato acrecentó las predisposiciones hospitalarias y las atenciones que el personal de la UNIA en La Rábida otorga a sus invitados, con una maestría que está basada en una experiencia de muchos años.
En estos días en que los medios nos han traído no sólo la noticia de su fallecimiento, sino la revisión de la dilatada y admirable obra literaria de Ana María Matute, todos los que tuvimos la suerte de pasar en su compañía aquella tarde de su cumpleaños la hemos evocado con una mezcla de emoción y tristeza. Ana María no dejó de estar cordial y simpática en todo momento y de hacerlo desde la naturalidad más evidente, sin esfuerzos ni fingimientos. Transmitía un aroma vital y una calidez que nos fue llevando a todos/as hacia el territorio común de la ternura. La profesora García-Doncel Hernández, entonces Vicerrectora de Extensión, ha recordado muchas veces el gesto de complicidad con el que le reclamaba, de modo discreto, que en vez de café se le sirvieran sucesivos vasos de vodka con naranja, “porque le venían muy bien para su circulación”. La tarde fue declinando dejándonos a todos la convicción de que habíamos vivido uno de esos regalos que de vez en cuando nos ofrece la vida.
Ahora de nuevo, querida y admirada Ana María Matute, como un grito que pretende negar la muerte de quienes habéis tenido tanta vida, con la voz de todos aquellos que te tuvimos en la colina onubense de La Rábida, te digo: ¡feliz cumpleaños¡